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Fue una catástrofe que conmocionó a varias generaciones de vascos. Sucedió el 19 de febrero de 1985. Este miércoles se cumplen 40 años. Sin embargo, ... como dice uno de los protagonistas de este artículo: «En la actualidad, muchos jóvenes, como mi hija la pequeña, que tiene 22 años, solo han oído hablar de este tema de pasada». El accidente de avión del monte Oiz segó la vida de 148 personas. No hubo supervivientes. La tragedia dejó una profunda huella y supuso un punto de inflexión en muchos aspectos. A partir de entonces se empezó a trabajar en serio en la investigación de incidentes aéreos, se elaboraron protocolos para la atención a los familiares de las víctimas, se implementaron nuevas pruebas forenses o se activó una aproximación instrumental al aeropuerto de Bilbao. «El monte Oiz marcó un antes y un después».
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Tres personas que asistieron al drama reviven para EL CORREO sus recuerdos de aquel «fatídico» día. Aunque se barajaron todo tipo de teorías conspiranoicas (entre ellas las de un atentado terrorista), el accidente, según el informe oficial, fue consecuencia de un exceso de confianza en el sistema de aviso de altitud del 'Boeing 727' y un posible error a la hora de interpretar el altímetro. También pudo contribuir al fatal desenlace que no figurara en las cartas aeronáuticas un repetidor de ETB que acababa de ser instalado y que fuera un amanecer neblinoso, con una visibilidad muy reducida.
Alberto Bóveda recuerda perfectamente aquella mañana de febrero de hace 40 años. «Estaba en el parque de Bomberos del aeropuerto de Bilbao. Había entrado a trabajar en este Cuerpo ocho meses antes y era el benjamín del grupo. Tenía solo... ¡25 años!», cuenta. «Nos dieron el aviso de que se había perdido la comunicación con un avión que venía de Madrid y que se pensaba que se podía haber estrellado. Así que nos subimos a los camiones y emprendimos rumbo a lo desconocido, porque nunca habíamos salido de Sondika, un aeropuerto no puede funcionar sin bomberos. Así que hubo que cerrar el aeródromo. Sabíamos que era algo excepcional».
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Para entonces, el controlador aéreo Carlos Manso se encontraba ya en la torre de control. Había recibido una llamada al teléfono fijo de su casa, pidiéndole que acudiera a reforzar el servicio en Sondika. «Mis compañeros habían perdido la comunicación con el comandante Patiño (el oficial al mando del aparato estrellado, cuyo nombre era 'Alhambra de Granada'). Sospechaban que había sucedido un accidente terrible. El momento más duro fue cuando escuchamos la confirmación. El piloto de un helicóptero que sobrevolaba la zona dijo claramente por la emisora: 'Parece que hay algo ahí abajo. Sí. Sí. Hay restos, se ven restos'. Y eso fue un mazazo. Se nos vino el mundo encima».
Mientras Manso y Bóveda formaban ya parte del dispositivo de ayuda y búsqueda de posibles supervivientes, un joven de 18 años, estudiante de Historia, repasaba sus apuntes en el salón de casa en Markina. «Vi pasar a muchos todoterrenos de la Guardia Civil y pensé que algo extraño pasaba», relata Manu Rueda. La confirmación le llegó cuando encendió la radio. «Yo era voluntario de la Cruz Roja, así que no me lo pensé dos veces y quise echar una mano. Desperté a mi hermano y los dos subimos en coche hacia el Oiz. Pasamos dos controles y después seguimos a pie. No tengo el recuerdo de que fuera un día especialmente malo», dice.
Las frases
Bombero Sondika ya jubilado
«Han pasado los años, pero sigo teniendo un nítido recuerdo de todo aquello»
Voluntario de la Cruz Roja en 1985
«Tenía 18 años y subí a toda velocidad porque pensé que podía ayudar»
Controlador aéreo
«Se nos vino el mundo encima al decir el helicóptero: 'Parece que hay algo. Se ven restos'»
«De pronto nos encontramos en mitad de un escenario dantesco. Estaban subiendo a los fallecidos en bolsas de plástico a la campa de Muiozguren. Era todo irreal. Los pinos estaban arrasados y había restos del avión por todos lados». Un recuerdo parecido tiene el bombero Alberto Bóveda. «Fue duro. Quizá lo más impresionante, aparte de las víctimas y de comprobar que no había supervivientes, por supuesto, fue no poder intuir dónde estaba el fuselaje del 727 porque estaba todo desintegrado. Eso era increíble para un bombero aeronáutico que conocía muy bien lo que era ese avión».
Rueda, por su parte, insiste en la sensación de incredulidad. «Era como estar en una película... De terror. Aún hoy me cuesta explicarlo». Bóveda admite que las imágenes se le quedaron grabadas durante muchos años. «Todavía me suelo acordar de aquello. Es inevitable que te vengan recuerdos. Hace poco estuve por allí paseando a mi perro y me costaba visualizar la zona del impacto».
Otro baño de irrealidad es que en el lugar siga habiendo trozos de fuselaje, objetos personales y fragmentos del avión. Hace cuatro años, un equipo de este diario que hacía un reportaje sobre el terreno encontró restos óseos, junto a un joven que toma vídeos y fotografías en lugares abandonados. Tras avisar a la Ertzaintza se hizo un análisis forense que determinó que los huesos eran humanos. Un juez abrió una investigación, pero nada nuevo se ha sabido para disgusto de algunos familiares de los fallecidos en el siniestro, que siguen sin comprender cómo la zona no se ha peinado y limpiado. «Aún estamos a tiempo de honrar la memoria de mi padre y del resto de víctimas», aseguró hace dos años el hijo de Antonio Cano, uno de los pasajeros que perdieron la vida.
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