«Mientras unos me agarraban y se reían, otros me rajaban con un cúter»
La familia de una niña de 12 años que sufre 'bullying' denuncia que el caso se archiva porque los agresores son inimputables
A sus 12 años, Y. está preocupada porque tiene dos exámenes y con las manos vendadas «no voy a poder escribir. Me duele mucho la ... muñeca izquierda y soy zurda. Espero que me los aplacen». La niña saca muy buenas notas y en su caso tiene aún más mérito porque arrastra un calvario que a cualquiera podría impedirle concentrarse en los estudios. Sin embargo, ella se refugia en las matemáticas o la lengua para no tener que pensar en su drama personal. «¿Por qué me hacen esto a mí? ¿Por aburrimiento? No lo entiendo. ¡Pues qué vidas más tristes tienen que tener! Alguna vez se lo he preguntado directamente y contestan que así se divierten». Les parece 'divertido' pegarla y humillarla. «¿No sienten aunque sea un poco de culpa?».
Y. es «muy madura» para su edad. Sufre 'bullying' desde hace unos tres años. El pasado curso se cambió de instituto porque pensaba que así cesarían los insultos y ataques, pero se equivocaba. Ahora, los agresores la van a buscar al nuevo centro a la hora de comer o a primera hora de la mañana cuando entra. Su familia, impotente, ha decidido denunciarlo de forma pública en este periódico porque hasta el momento las puertas que ha tocado se les han cerrado.
Las dos primeras causas se archivaron porque al ser los presuntos agresores «menores de 12 años, eran inimputables. ¿Pero, algo se podrá hacer, no? Me da pena cómo actúa la Justicia. No voy a esperar a que maten a mi hija», advierte la madre.
La decisión de hacerlo público la tomaron después de la última agresión, el pasado lunes, día 6 de octubre, aunque dos días antes ya se lo habían anunciado: «Te hemos dejado un tiempo tranquila, pero lo que viene ahora va a ser peor que todo lo anterior. Te vamos a reventar», le soltaron en plena calle.
Efectivamente, la amenaza se cumplió. El lunes, salía de su casa, ubicada en un barrio de la localidad de Erandio, sobre las ocho de la mañana para ir al instituto nuevo. «Estaban esperándome y me acorralaron entre doce y catorce chavales. No me sé el nombre de todos. A algunos les conocía porque antes iba con ellos a clase». Otros tienen más de 14 años.
«Callada»
Según describe la escena la menor, «mientras unos me agarraban por las muñecas y los brazos y se reían, entre dos me rajaron con un cúter, que se iban pasando». Intentó defenderse y zafarse de los agresores y en el forcejeo, se hizo daño en las manos. Le hirieron con la cuchilla en la zona del abdomen (aquel día llevaba un top porque hacía calor) y en los brazos. Varios días después, aún tiene las postillas y las marcas. «Quisieron ir al cuello, pero me cortaron en la barbilla», señala. También le dieron un cabezazo y puñetazos en el estómago. Mientras la golpeaban le advertían de que se quedara «callada» y «no pusiera más denuncias». Ella lloraba y gritaba que la dejaran en paz. En ese momento, había varios viandantes por la calle, «pero pasaron de largo», asegura.
Cuando el grupo dejó de pegarla y se fue, la menor no sabía cómo reaccionar. No tenía llaves de casa. Así que decidió acudir al centro de estudios y se lo contó a un profesor, que a su vez la mandó al despacho del director. Desde allí avisaron a la familia y a la Ertzaintza. La madre, la hermana y dos primas acudieron «corriendo». Los agentes les acompañaron hasta el instituto en el que están matriculados los presuntos agresores, pero «no pudieron entrar al aula a por ellos porque son menores», por lo que ahora están siendo identificados.
La niña fue atendida esa tarde en el hospital de Cruces, donde descartaron que sufriera alguna afectación interna y le rellenaron un parte de lesiones, que ha presentado junto con la ampliación de la denuncia. Acudió a presentarla a la comisaría de la Policía autonómica en Erandio. Los cortes son numerosos, aunque superficiales. Le colocaron sendas vendas en las muñecas por esguinces leves. El dolor interior es el más grave. «Anímicamente estoy mal y ya no sé qué hacer. Sólo quiero que me dejen en paz, que no se metan conmigo cuando voy por la calle. Ni si quiera quiero que me pidan perdón. Me da miedo salir a la calle. Tengo ansiedad».
«Por mi físico»
La cría cursa primero de la ESO, aunque todo empezó cuando estaba en primaria. «Uno de ellos, el cabecilla, empezó a meterse conmigo por mi físico, por mi cuerpo. Peso más de lo que debería, pero no es razón para meterse con alguien», argumenta como si tuviera que defenderse. La insultaban en redes sociales llamándola «gorda». Según su familia, a raíz de todo esto, Y. ha empezado a dejar de comer.
Le escondían el ordenador, los estuches. «Me pegaban en los baños y me tiraban el aparato del asma. Cuando fui a decírselo a la directora, me contestó que 'eran cosas de niños'». La madre se queja de que en el centro escolar al que acudía y donde comenzaron los problemas «minimizaban» el caso.
Su madre y su hermana mayor, con la que tiene una excelente relación y que siempre la ha protegido, siguieron tocando puertas: asistentas sociales, Diputación... y la llevaron a un psicólogo y a un psiquiatra. Aunque se ha callado «muchas cosas», la niña se desahoga en casa, lo que probablemente le salva de problemas mentales aún mayores. «No me gusta la violencia y si veo que se meten con alguien, voy a salir en su defensa, me pase lo que me pase». A ella, sin embargo, nadie le sacaba la cara.
Cuando decidió cambiar de centro, al inicio del curso pasado, en septiembre de 2024, pensaba que todo había terminado. «He hecho amigos», sonríe. Y ha empezado a salir con ellos por el barrio, por lo que ya no se siente tan sola. Pero el infierno volvió. Esta última ha sido la agresión más grave, pero no la única. En febrero de 2025, en la pasarela del metro de Erandio, «me hincaron un pincho en la mano». También entonces lo denunció y «quedó en nada».
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