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Iñaki Goirizelaia, rector de la UPV, se despidió de la universidad con un aurresku.
Permitan que les baile

Permitan que les baile

La expresión creativa pasa de los artistas a los cargos públicos. Lo raro es que no suenan las alarmas

Pablo Martínez Zarracina

Martes, 4 de octubre 2016, 00:49

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Hace unas semanas, en el acto inaugural del curso en el que dejó de ser rector de la UPV, Iñaki Goirizelaia cerró su intervención cambiando el birrete por la txapela y bailando. Concretamente, bailó un aurresku de creación propia al compás de la música de Ruper Ordorika y Silvio Rodríguez. «Si fuera poeta esperaríais que me despidiera con una poesía», dijo el rector.

Como Goirizelaia es catedrático de Ingeniería Telemática y entre los asistentes a la apertura del curso universitario habría catedráticos de Lógica, en el auditorio debió de darse por hecho que el rector iba a despedirse implementando allí mismo una tecnología para un entorno LAN. Pero, además de ingeniero, Goirizelaia es dantzari. Así que se cambió y regresó al escenario. Para bailar.

Yo no soy capaz de valorar el baile del rector, pero imagino que lo haría muy bien, dada su experiencia y su temperamento. Solo me llama la atención que en su actuación se cortase el final de la canción de Silvio Rodríguez. «Buenas noches, amigos» se escuchó cuando el rector saluda entre aplausos. En la cabeza de los catedráticos de Nueva Trova Cubana (ojalá los tengamos en la UPV) seguro que la canción continuó con las dos palabras que no se oyeron en el Bizkaia Aretoa: «Y enemigos».

Pero ya digo que el rector debió de bailar estupendamente. Más fácil es detectarles las deficiencias -y el mérito, claro, según se mire- a todos los políticos a los que en los últimos meses hemos visto bailar aurreskus. Juan María Aburto y Eneko Goia, por ejemplo, que son respectivamente los alcaldes de Bilbao y San Sebastián y también una gente que está dejando mal a Gorka Urtaran, alcalde de Vitoria, a quien hasta donde sé aún no se le conoce aurresku alguno.

Será cuestión de tiempo. Al fin y al cabo, en Vitoria han bailado aurreskus los concejales Larrion, González y García-Calvo; lo han hecho además juntos, hermanados ante la Virgen Blanca y no teniéndose en cuenta la militancia: Larrion y González son ediles de Bildu, mientras que García-Calvo milita en el PP. También ha bailado su aurresku Pedro Elosegi, presidente de las Juntas Generales de Álava y Pilar García de Salazar, la diputada alavesa de Desarrollo Económico.

Seguro que han sido más los políticos que en estos meses de fiestas patronales y campaña electoral se han animado a bailar, ya sea en la romería o en el mitín, si es que alguien es capaz de distinguir ambos infiernos. Y no digo yo que me parezca mal. Al contrario. Un político que ensaya un baile es un político que no da una rueda de prensa. Y eso siempre revierte en beneficio del país.

Lo que me preocupa es el efecto llamada. Si los cargos públicos insisten en ocupar el lugar de los dantzaris, no hay que descartar que la costumbre se popularice entre la sociedad civil. Piensen que somos impresionables. Y que todos nos vemos alguna vez en la necesidad de dar bienvenidas, inaugurar etapas, mostrar gratitud o despedirnos de personas y sitios.

Para hacerlo, nos ha bastado tradicionalmente con hablar. Quizá lo recuerden: hola, adiós, gracias, bienvenido. A veces también ha habido que mandar flores o vino. Pero cuidado. El cambio social es una de esas cosas de las que no te das ni cuenta. Y a ver si de repente vas a bajar a la reunión de la comunidad y el nuevo presidente (3ºC) va a iniciar su mandato bailando un aurresku, con el riesgo añadido de que, al hacerlo en el portal, pueda terminar llevándose alguien una patada muy gorda en la cabeza.

La ventaja de ser vasco no tenía que ver, como suele pensarse, con el autogobierno, sino con nuestro tradicional rechazo a la exhibición de la sentimentalidad. «Tenéis aquí un buen nivel de vida», nos decía el amigo con inclinaciones sociológicas que venía de visita, y no se daba cuenta de que ese bienestar no se sustentaba sobre la industria sino sobre el retraimiento. Por decirlo rápido, los vascos no nos arrancábamos. No teníamos arte. Éramos sosos, sólidos, vergonzosos, arrítmicos.

La identificación (¡acertadísima!) entre la emoción y la vanidad limitaba entre nosotros la producción de personalidades artísticas y eso mantenía nuestra realidad cotidiana dentro de un orden aproximadamente lógico. Puede que sea cosa del pasado. Ahora la gente tiene la necesidad de expresarse, de desnudar su alma y de hacer cosas aun peores. Coreografías. Nos adentramos en tiempos oscuros: una época de trastorno y sensibilidad en la que veremos bailes que vosotros no creeríais.

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