El increíble viaje de Bassala Bagayoko al Bilbao Basket: «Tomaba pastillas a diario para dormir, para el dolor...»
Camino vital ·
Dejó Malí con 11 años, debutó con 14, se rompió a los 16, renació en Bilbao y quiere ayudar a su madre, vendedora en Bamako, y a su padre, cuidador de mayores en FranciaBassala Bagayoko habla por los ojos y sonríe sin parar. Es su actitud ante la vida, que en más de una ocasión le ha enseñado ... los dientes y mordido con fuerza, hasta en el corazón, marcado con cicatrices que revelan un pasado complejo. Aún así, el jovencísimo pívot del Bilbao Basket de 18 años gasta un humor envidiable cuando habla, recuerda, bromea y asoma al futuro para regresar de inmediato a su infancia invitado a recorrer una vez más el camino que le puso bajo los aros de la Liga Endesa. Tocó las estrellas muy pronto, paseó por las nubes, cayó al barro y se levantó bajo el paraguas del Surne, que apostó y confió en él cuando nadie lo hacía y le dio la oportunidad de volver a brillar como lo que era: una de las grandes promesas del deporte de la canasta. «Estoy muy feliz», comenta mientras recorre la redacción de EL CORREO, donde repasa los buenos y los malos momentos, deja volar su imaginación, promete una temporada «guay» de los hombres de negro y sueña con regalar una buena vida a su familia.
Bagayoko nació en Bamako, capital de Malí, donde coqueteó con otros deportes antes de decantarse definitivamente por el baloncesto. «Empecé con el kárate y el taekwondo, y luego me fui al fútbol». ¿Era bueno? «Era muy bueno. Jugaba de central, de portero, de lo que hiciera falta. Me daba igual la posición». Empezó a crecer. Mucho. Hasta sus 2'07 actuales, de acuerdo con los datos oficiales de la ACB. «Salía de casa y de camino al campo la gente me paraba por la calle: 'A ti no te pega el fútbol. Eres demasiado alto'. Hasta mi entrenador me decía: 'Yo que tú me iría al baloncesto'». Una tía suya le llevó a unas pruebas en un colegio y le cogieron. «Tenía 10-11 años. Los vídeos –de su juego– salían por todos lados». La bola de nieve había cogido fuerza y bajaba a mucha velocidad. Detenerla era imposible. Lo intentó sin éxito su padre. «No quería que fuera jugador de baloncesto. Solo pensaba en el fútbol». Tuvo que cambiar de chip y aceptar la realidad de su hijo.
«Llegué a pensar que el baloncesto se había acabado para mí. Tenía 16 años y mucho miedo»
El padre de Bassala Bagayoko vive y trabaja en Francia medio año y luego regresa a Malí, donde su madre y sus dos hermanos –chico y chica– se ganan la vida «vendiendo cosas». El hombre se dedica a acompañar a personas mayores, a cuidarlas, aunque «va cambiando» hasta encontrar empleos que le permitan ganarse un sueldo digno e invertirlo en su familia. El pívot del Surne tiene una prima mayor que es internacional con la selección maliense de baloncesto, en un país en el que el fútbol sigue siendo el rey. Él sigue nadando a contracorriente con la esperanza de cumplir sus sueños y regalar a los suyos una vida mejor. «Hablamos mucho de ello», dice mientras suelta un resoplido, impaciente por triunfar en el parqué, hacerse gigante y convertirse en el pilar que sostiene a una casa que un día le vio partir en busca de un futuro teñido de naranja, como el balón que ahora maneja en la ACB y mira de reojo al de la NBA.
Despegue y grave lesión
Llegó a España con «11-12 años. Un entrenador de Malí vino a mi casa y habló con mis padres. Nos dijo que había un equipo interesado en Gran Canaria. Era el Santa Lucía». El niño salió de su hogar con una maleta cargada de deseos que no tardarían en cristalizar en la cancha, donde se reveló como un diamante a pulir. El Tenerife le invitaba a jugar torneos, al igual que el Mega serbio, hasta que acabó en las filas del Fuenlabrada. Toda iba muy deprisa, a velocidad de vértigo, que desembocó en el debut más precoz en la historia de la ACB. El 25 de abril de 2021, con 14 años, siete meses y 15 días, cuatro meses y nueve días antes que Ricky Rubio, Bagayoko se estrenó en la Liga Endesa contra el Real Madrid. «Nunca olvidaré aquella tarde. Estaba muy nervioso. Ya cuando me dijeron que iba a entrenar con el primer equipo... Bufff. Pero tuve suerte porque estábamos en pandemia y no había público. Me ayudó a quitar los nervios», rememora el pívot.
«De camino al campo la gente me paraba por la calle: 'No te pega el fútbol. Eres demasiado alto'»
Hizo dos puntos que vinieron de un mate. El chaval la hundió con ganas después de que el aro escupiera un tiro de su admirado compatriota Cheik Diallo. «Tuve suerte de que estaba conmigo en el equipo, un tipo que jugó en la NBA y era mi ídolo de pequeño. Yo no sabía ni dónde estaba, perdido en la pista. Iba a por todos los balones, corría, saltaba...». Su imagen se viralizó, un niño en el mundo adulto, jugando contra veteranos que podían ser sus padres, y aquello se desbordó. «No podía más. Las redes ardían, y no las uso mucho. Tenía un amigo, un familiar, que estaba en Madrid y le dije: 'Toma el móvil, haz lo que quieras, contesta a quien quieras, todo tuyo'. Siendo tan joven era difícil asumir lo que estaba pasando».
– ¿Había peligro de perderse?
– Había momentos en los que... ¿Sabe qué pasa? Si te rodeas de buena gente, te tranquilizas. Tenía familiares en Madrid, los tenía cerca. Venían a todos los partidos, entrenamientos y hasta viajaban conmigo. Mi padre venía también a verme. En mi debut en la ACB estaban todos en la grada.
Bagayoko estaba apuntando muy alto, prospecto NBA –acaba de regresar de Italia del prestigioso torneo Adidas NextGen EuroLeague, donde el año pasado fueron Thijs de Ridder y Rubén Domínguez–, cuando en noviembre de 2022, con 16 años recién cumplidos, se reventó la rodilla derecha. El cruzado y parte del menisco saltaron por los aires. El tiempo se detuvo para el maliense. «Estaba muy perdido. Al acabar el partido salí con muletas y me fui por ahí con mis amigos a dar un paseo. Estaba tranquilo porque me dijeron que era un esguince. Pero cuando hicimos la resonancia se me saltaron las lágrimas. Tenía 16 años y mucho miedo. No quería operarme». No hubo otra que pasar por el quirófano, pero salió mal. De los ocho meses de baja iniciales se pasó a 27 meses sin jugar. «Estaba más o menos recuperado, jugaba el uno contra uno, dos contra dos, pero no me daban el alta». Ahí empezó un periplo que le llevó a ver más de una decena de médicos en busca de una solución.
«Estaba bajo de ánimo. Ahora estoy feliz. Es el mejor sitio para que me cuiden, y lo han hecho»
Tomaba pastillas a diario, «para dormir y para el dolor», y perdió la cuenta de las inyecciones recibidas. «Muchas, muchísimas». Le vieron en Valencia, Madrid, Málaga, donde le aconsejaron ponerse en las manos del doctor Manuel Leyes, una eminencia. Le convenció de que tenía que operarse otra vez si quería disfrutar de una «carrera buena y larga». Aceptó y esta vez salió bien. Tardó más de dos años en volver a jugar, y cuando lo hizo puso Miribilla de pie. Pero hasta entonces pasó por momentos duros, de dudas y tentado de tirar la toalla, incapaz de verse de nuevo en una cancha. «Hubo veces que llegué a pensar en que el baloncesto se había terminado para mí. Estaba en la cama y durante más de un mes no podía ni mover ni doblar la rodilla. Un día dije a mi familia: 'Creo que voy a tener que dejar el basket'. Ellos me respondieron que no, que había que confiar en el trabajo del doctor Leyes y que volvería más fuerte».
El Surne apostó por Bagayoko cuando aún no estaba recuperado, le trajo a Bilbao y confió en su fortaleza y en su equipo médico. «Estaba bajo de ánimo antes de venir. Ahora estoy feliz. Es el mejor sitio para que me cuiden, y lo han hecho». Fue cedido al Zornotza, pero con las lesiones de Hlinason y Jones, Jaume Ponsarnau le reclutó para la causa. Estuvo en Dijon cuando vio a los dos 'cincos' hacerse daño. Le daba pánico la posibilidad de jugar. «Decía: 'Por favor, que estén bien'». Pero le tocó salir en Miribilla y protagonizar una remontada histórica luego coronada con el título de la Europe Cup. «Veía a la gente en la grada y sabía que tenía que ir a muerte». Lo hizo y enamoró. Un chaval de 18 años que vuelve a soñar... a lo grande.
«Rabaseda no se va a librar de mí; si le tengo que llamar a las cuatro de la mañana, le llamaré»
Bassala Bagayoko ha encontrado en Xavi Rabaseda al maestro perfecto para crecer como jugador y persona. Lo que dice el alero va a misa y el pívot sigue a pies juntillas sus enseñanzas. Eso sí, el catalán ya es historia en el Bilbao Basket porque después de tres temporadas abandona la disciplina de los hombres de negro. «Ya le he dicho que no se va a escapar de mí: 'Me da igual dónde estés. Si te tengo que llamar a las cuatro de la mañana, te voy a llamar'», suelta entre risas. Y añade: «Le voy a echar muchísimos de menos. Espero estar en contacto con él para siempre». Un joven que agradece los consejos y las atenciones de su capitán y que aspira a lo máximo. ¿El qué? «Me gustaría estar al nivel top y en unos años jugar en la NBA». De momento, el pívot está encantado en Bilbao. «Es el sitio perfecto para mí».
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