Necesitamos a menudo que desde fuera, desde otra persona, nos realicen alguna indicación, o una simple llamada de atención, para reconocer que algo que estamos ... realizando no está bien del todo. Aprendemos por lo general por otros; o aprendemos en el momento en el que tienes a otras personas a tu cargo, por ejemplo tus hijos o tus compañeros. El hecho de tener que responder a las expectativas generadas o a mejorar tus prestaciones es siempre una motivación extra para tus comportamientos o bien para que eso que conocemos como perseverancia sea un continuo en tu actitud. Superarse tiene que ver con una meta personal y también con un objetivo común, que la suma de las partes sea siempre mayor que el mero resultado final.
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No acaba de progresar como se preveía el Panathinaikos. Lo muestran las sensaciones del juego y sus resultados, consecuencia clara de lo que sucede cada semana en el campo; lo muestra también la falta de un liderazgo fácilmente identificable que enarbole la bandera de la referencia del equipo, tanto en juego como emocional; lo muestra la actual inestabilidad actual de la plantilla. El Panathinaikos cabalga con el peso de la historia sobre sus lomos como una losa que, en vez de ser empujada de forma colectiva, hunde y acogota aún más sobre los hombros de su plantilla. Mira de lejos lo que fue como una obsesión que atenaza y su resultado asume las consecuencias de la falta de argumentos claros para agarrarse a ellos como solución a sus problemas. Lo que debería unir al colectivo en las buenas es lo que le separa con brusquedad en las malas, a nivel individual y a nivel colectivo.
Solo le salva el acierto puntual, sin el que el equipo desaparece tanto en ataque como en defensa
Y no es una mala plantilla. Tenía sobre el papel mucho del equilibrio que es difícil de lograr en los despachos y no digamos en la cancha. No es un problema de egos, porque Panathinaikos construyó, en teoría, un bloque sólido que le permitiera competir en cualquier situación. Paradójicamente es lo colectivo lo que afecta a cada individuo, minimizándolo del todo. Papagiannis y Papapetrou eran los referentes herederos de aquel Panathinaikos y no acaban de dominar el equipo, Nedovic pretendía ser el referente ofensivo pero sus partidos son solo puntuales destellos sin continuidad real; Macon, Okaro y Sant-Ross daban ese toque físico en el puesto exterior y sin más; Evans y Kaselakis debían ayudar a Papagiannis en el interior, pero poco. Ya no están ni Perry, ni Floyd ni Ferrell, que llegaron para apuntalar un colectivo que va perdiendo jugadores conforme el proyecto se diluye cada semana.
Dimitris Priftis, su entrenador, intenta sacar rendimiento de quienes entiende que son el eje del equipo: Macon-Papapetrou-Papagiannis, dentro de un esquema que pone el foco en el 5x5. Su juego va pasando por las casillas de las oportunidades donde todos puedan ser protagonistas, pero siempre acaban en ese estado plano de unas decisiones que meramente cumplen el cometido. Solo les salva el acierto puntual, con lo que entonces el día puede ser bueno; y si el acierto no es ni la sombra de lo que debe, el equipo simplemente desaparece, en ataque y en defensa. Priftis baja la cabeza, mira al banquillo, pregunta a sus ayudantes y escucha un silencio acostumbrado a la derrota. Y queda aún la segunda vuelta.
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En un intento por tratar de recuperar cierta dignidad y que alguna victoria más llene el vacío de la apatía de su juego, llegan Jovic y Kavvadas para unirse a la rotación. Necesitan aún más en el Panathinaikos para competir mejor. Eso o que acabe ya la temporada y que la perseverancia en el esfuerzo sea el principio de su reconstrucción futura.
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