Al progreso se le puede mirar de dos maneras: una, como si hubiera un fin, aunque éste fuera un tanto obtuso, donde lo que se ... trata es ir en su búsqueda y consecución; y dos, como si de pronto comenzara una cuenta atrás que se acerca de manera progresiva y necesitas por tanto que se llegue a un encuentro pactado entre ambas partes: la acción y el resultado. En ambos casos se transforma en un verbo, progresar, porque obliga a actuar.
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Al AS Mónaco le está empezando a apremiar su inicial vitola de favorito para llegar al TOP 8 de la Euroliga e incluso ser uno de los aspirantes a la Final Four a tenor de los fichajes que reforzaron el proyecto a principio de temporada. Comenzada la segunda vuelta de esta Euroliga más que exigente, por Mónaco la sensación es que no se puede fallar más. Aquel estar «lo más arriba» posible pase lo que pase, que fue el objetivo inicial, es ya una especie de obligación que aprisiona a cada jugador de la plantilla, al cuerpo técnico y al proyecto en general. Tanta calidad, tanto físico, tanta competitividad, tanta competencia interna, tanta irreverencia en las tomas de decisiones en el campo, tantas discusiones, canastas imposibles y caras de circunstancias entre sí, deben ya de echarse a un lado para pasar de una vez a competir de verdad y cumplir con las expectativas creadas, y también aceptada.
Vale. La igualdad es extrema, un partido más te coloca casi tocando una semana el podium de los elegidos, un partido menos te deja por debajo del listón del Play-In. Pero ahora es una carrera donde cada partido seguramente crecerá en intensidad –aún hay espacio para ser más agresivos– y donde los errores te penalizarán con más crudeza porque apenas te darán una nueva oportunidad para subsanarlos. Y Mónaco, con semejante plantilla, lleva ya suficientes partidos con «despistes» impropios a su supuesta categoría como para seguir en esta irregularidad desquiciante en un equipo que de por sí no es convencional.
Calidad, físico, tiro, verticalidad, agresividad, lectura, vertiginosidad, pausa,… AS Mónaco tiene de «todo», y muy bueno. Más allá de lo que comentamos en su día de Mike James, el equipo tiene varios puntales esenciales que le complementan. Sasha Obradovic hace tiempo decidió que jugaría siempre con dos bases en el campo, a medias entre el «castigo» y el «descanso» de James. Estuvo Okobo (su ausencia llama poderosamente la atención), está ahora Walker, ha de estar Strazel, está Loyd y está sobre todo Diallo, probablemente ese jugador por el que suspirarían los dieciocho directores deportivos de la Euroliga. La «pareja» de bases que está en el campo condiciona totalmente el estilo del equipo, incluso es posible ver jugar con 3 pequeños al mismo tiempo –sí, con Diallo en el campo–; el resto complementan el estilo entre la capacidad física con Ouattara o Blossomgame como protagonistas defensivos exteriores, o bien la lectura del juego y los espacios con Motiejunas o Cornelie de protagonistas, junto a Hall o Jaiteh que aportan salto y músculo.
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Al AS Mónaco le penaliza más la competencia y la competitividad interna, el poder y la autoridad entre el banco y la cancha, que lo que el rival le pueda proponer. Si el juego fluye y explota el acierto del equipo, el equipo se acomoda y disfruta en la pista; si no es así, y afloran los individualismos más «yoístas», el equipo se derrumba y se autolesiona entre la dejadez y el reproche. Solo tiene un camino: convencerse entre sí para convencer al resto.
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