La bocina sacude al orgullo del Baskonia
El equipo azulgrana muestra capacidad de reacción para levantar el 2-12 inicial y muestra identidad a pesar del desenlace más desgarrador posible
Es complicado que un aficionado del Kosner Baskonia se marche del Buesa Arena orgulloso de su equipo tras una derrota. Es algo que va ... impreso en los genes de una afición muy exigente, sabedora de que su equipo puede dar el máximo. Más aún cuando en los últimos tiempos el conjunto azulgrana ha dejado demasiados encuentros impropios de su histórica fiereza en el pabellón de Zurbano. Pero pocos hinchas azulgranas -más de 9.000 asistentes- bajaron las escaleras de salida del pabellón guiados por el enfado hacia los locales. Sus caras eran más de orgullo, aunque hubiera sido golpeado sobre la bocina, de la forma más cruel posible que pueda existir en el baloncesto. El reconocimiento de que el desempeño azulgrana, por mucho que se saldara con derrota ante el líder de la ACB, el Valencia Basket (89-91), debe servir como gasolina para guiar al equipo en las próximas jornadas.
Bien es cierto que esa sensación pudo haber sido muy diferente de haberse quedado sólo con la foto fija de los primeros cuatro minutos. Un triple de Josep Puerto a falta de 5:55 para el final del primer cuarto dejaba el marcador del Buesa Arena con un parcial de 2-12. Todo iba mal. Un balance ofensivo raquítico para el conjunto local, sin capacidad para generar ni situaciones ni tiros cómodos, y suma comodidad para el plantel de Pedro Martínez, del todo acertado en el lanzamiento exterior.
El propio entrenador visitante vino a reconocer tras el duelo que esos cuatro minutos iniciales fueron más un oasis que la realidad del encuentro. Pero entonces, en pleno directo, el Baskonia amenazaba con naufragar. Desastre total. Ahí Galbiati paró el partido, movió un banquillo de nuevo huérfano de Forrest y Sedekerskis -esta vez también sin el descartado Nowell- y empezó a enderezar la nave. No fue una revolución, nada drástico, pero tal vez por ese mismo motivo la reacción no se quedó sólo en espuma del champán sino en otros 36 minutos de buen baloncesto. El que enorgullece a la grada incluso a pesar de las derrotas.
También es cierto que muchos de esos hinchas que se fueron cabizbajos rumiaron lo que pudo ser y no fue. Esas jugadas que taladran el cerebro sin entender todavía cómo pudo ser posible que salieran mal cuando todo estaba encaminado a un desenlace positivo. Con menos de dos minutos por delante y el Baskonia 83-80, Radzvevicius no encontró a nadie en un saque. El error, que se repitió medio minuto después, fue de esos de los que ponen a prueba la fe.
Hasta el héroe falla
Pero que también yerre en el momento decisivo el que estaba siendo, una vez más, la estrella del equipo hacía temblar hasta al más creyente. Esa pérdida con falta de Cabarrot a falta de sólo cuatro segundos, con el partido empatado y en un escenario en el que no se atisbaban nubarrones, parecía recordar a muchos eso de que a perro flaco todo son pulgas. Lo que vino después, al menos, permitió restaurar algo el depósito de confianza y poner el lamento sobre el acierto rival, que siempre duele algo menos que los defectos propios.
Al Baskonia le quedará el runrún de esas tres pérdidas y la canasta de Taylor. Pero también debe recordar los buenos momentos de un Howard aún muy lejos de su versión más letal, pero con fotogramas de su grandeza. También otro sobrio desempeño de Spagnolo, obligado a horas extra en la dirección debido a la temprana eliminación por faltas de Simmons. Con la victoria todo hubiera sido muy diferente, cierto. Pero al menos el Baskonia encontró su identidad en el dolor.
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