La derrota del Barcelona en Vitoria y las posteriores declaraciones de Jasikevicius son dignas de alguna reflexión. En primer lugar entrañan una falta de respeto ... al Baskonia. Si perdieron fue consecuencia del formidable partido de los alaveses. Parece mentira que la obcecación de algunos hacia los méritos y deméritos de los propios ciegue una visión real de los hechos. El Baskonia anotó 14 de los 30 triples que intento, casi un 47%, porcentaje anormal difícil de contrarrestar. Si el entrenador blaugrana hubiera pensado antes del hablar, podría haber dicho algo así: «nada que objetar a la derrota frente al Baskonia, ha estado mas acertado de lo normal». Seis jugadores pasaron de los 10 puntos, lo que muestra el nivel coral del equipo, guarismos que hacen feliz a cualquier entrenador, por el subidón que supone en la plantilla. No fue necesario un héroe que nos salvara. Hoy el equipo vitoriano juega un baloncesto más alegre que con Ivanovic, tiene menos presión y, como resultado, le puede caer el chaparrón de Zaragoza y reaparecer sin resaca como con el Barcelona. El cambio de entrenador ha sido positivo, a esta plantilla los métodos de Dusko se le hacían irrespirables.
El lituano hace algunas declaraciones que me sorprenden y que, estoy seguro, le traerán consecuencias a medio plazo. Es más, poco apropiadas para un profesional. Decir que «presión tiene el obrero, nosotros somos multimillonarios y no tenemos presión» es cuando menos 'viejuno', propias de un aficionado en estado de cabreo por la derrota del equipo de sus colores. Por descontado, inciertas: él sí es millonario, pero ni Sedekerskis ni más de una decena de los jugadores que contendieron lo son. Así mismo son contradictorias con su forma de actuar, ya que su estilo somete a los jugadores a una presión difícil de soportar.
Los jugadores de los equipos de élite no merecen el menosprecio de subrayar que «hemos hecho el ridículo» y los suyos podrían contestarle: «Lo habrás hecho tú, nosotros hemos tenido un mal día contra unos tíos que las metían todas». Jugar mal, desde luego, no es hacer el ridículo y, además, si un entrenador quiere arriesgarse a tal sentencia no puede ampararse en una nebulosa general, que diga quién incumplió con el compromiso con sus compañeros.
En una temporada en la que se juegan más de ochenta partidos, en la que los equipos españoles, por la fuerte competición domestica, tienen que pegarse todos los días, no es buena política tensar la cuerda en momentos valle de la temporada. Aceptando que los clubes hoy no tienen más de cuatro o cinco jugadores determinantes, conviene guardar el látigo, sobre todo el verbal, como hacen los buenos jinetes hasta la recta final de la carrera.
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