Les doy mi palabra de que pienso que el Athletic va a ganar esta final, y si miento que pierda el Athletic un amistoso en ... verano. Este partido ya nos lo conocemos, luego tenemos que hacer que cambie el destino. Personalmente lo he ganado muchas veces en aquellos futbolines curvos con un 3-4-3 cuando no llegaba ni a ver a los jugadores de acero, pero siempre elegía los colores rojiblancos.
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El fútbol es una entelequia, un escenario perfecto e ideal que solo existe en la imaginación y niega la existencia de no conseguir el objetivo final. Un debate entre momentos ilusionantes y de tristeza, que se lo pregunten a un 'Superbarça' al que apearon dos veces de la Champions cuando se relamía llevando una ventaja que se antojaba definitiva del Camp Nou. Nosotros hemos conseguido algo para recordar durante toda una vida como es llegar a tres finales en un año, tan solo nos falta tocar el cielo y exhibir el trofeo de trofeos ante una generación agnóstica que considera que la celebración de la gabarra también fue orquestada por la NASA.
Desde luego, si la afición piensa que se van a repetir los patrones del victimario copero ante los blaugranas lo mejor es volver a los dos rombos, ese código de regulación de contenidos que aconsejaba su visionado solo para mayores de 18 años, poner una señal acústica para advertir de que el partido contiene imágenes violentas y fútbol soez, y aprovechar para acostar a los niños leyéndoles historias de Gorostiza y de Zarra que tan bellamente narra en un cuento ilustrado mi querido Jon Agiriano. Sevilla tiene un color especial, esperemos que sea el rojiblanco, en una Cartuja de nuevo inhóspita. Once camaradas se verán las caras con una delegación de Naciones Unidas donde percibiremos jugadores que nos muestran algunas de nuestras carencias y a los que hay que responder con la idiosincrasia que nos ha caracterizado siempre, que no es otra que no dar nunca un partido por perdido.
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