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Decía Mark Twain que cuando era más joven podía recordarlo todo, hubiera sucedido o no. La memoria no es etérea, sino que está situada en ... un lugar concreto de la casquería del cerebro. Es un instrumento inexacto, voluble y fabulador. Recordamos las cosas vagamente, a saltos, con precisiones imprevistas y lagunas inexplicables. Mezclamos sin darnos cuenta el recuerdo con la imaginación, superponemos unos recuerdos con otros hasta configurar imaginativos palimpsestos. Nuestra memoria se parece cada vez más a un desordenado y oscuro almacén con cacharros apilados, pero hay también algunas claraboyas por donde entra una luz dorada que ilumina, aunque sea sutilmente, los recuerdos imborrables. Iluminado por una de esas claraboyas permanecerá para siempre en nuestras memorias el partido en que el Athletic le metió un buen meneo al United en Old Trafford.
Creo que no he visto nunca jugar al Athletic como aquella vez. No pude ver, naturalmente, el partido de la nieve del 57, si bien disfruté leyendo el reportaje de Jon Agiriano y oyéndoselo contar, con su estilo sencillo, modesto y elegante a la vez, a Ignacio Uribe, quien marcó dos goles en aquel 5 a 3 al Manchester en San Mamés y no pudo jugar el partido de vuelta por estar lesionado.
Disfrutamos con el equipo de Koldo Agirre, el de Iribar, Irureta, Amorrortu, Churruca, Rojo… especialmente en aquellas eliminatorias de la UEFA, con el Újpest Dózsa, el Milán, el Barcelona, el Molenbeek, la Juventus.
Admiramos al equipo de Clemente campeón de los primeros ochenta, en el que seis o siete jugadores potentísimos se complementaban con cuatro o cinco superclases (en los mentideros futbolísticos se le buscan antecesores a Lamine Yamal; a mí me recuerda a Manolo Sarabia por su manera de descubrir espacios que nadie más puede ni siquiera imaginar, por su capacidad de invención de jugadas que nunca he visto hacer a nadie antes que a ellos).
Pero creo que ninguno de esos equipos jugó un partido de una manera tan extraordinaria como el de Bielsa en el viejo teatro de los sueños. No tengo ya edad para las mitificaciones sino para intentar ser ecuánime en la medida de lo posible, pero no creo exagerar si escribo que fue el mejor partido que le he visto nunca al Athletic, que fue aquel día un equipo valiente, técnico, dominador, generoso, incansable, sereno, confiado, seguro de sí, implacable. El equipo de El Loco. Fue el dueño del balón, trianguló cuanto quiso, presionó sin descanso y atacó una y otra vez con muchos efectivos, en largas oleadas pletóricas -«ahí vienen otra vez», decían, sobrecogidos, los speakers ingleses en la televisión-. Tuvo un montón de ocasiones de gol, exactamente doce sin contar los goles (créanme, no exagero en absoluto, acabo de ver un resumen amplio en Youtube y las he contado), consiguió con su juego que nos supiera a poco aquel magnífico resultado de 2 a 3.
Se estarán preguntando por qué les cuento todo esto cuando salir vivos de la próxima visita a Old Trafford adquiere la dimensión de proeza mitológica. Pues para que, impulsándose en los recuerdos, el equipo y la afición en general no confundan lo improbable con lo imposible, y se lancen al abordaje con la misma bendita locura de entonces. Aquel Athletic ya metió tres goles y pudo meter muchos más. No hay nada que perder, y es la de ahora una oportunidad casi fantástica para conseguir un nuevo recuerdo memorable. Vivir es guardar recuerdos para el futuro, escribió Cortázar. El Athletic de ahora mismo, el de Valverde, quien se ha convertido ya en el Ferguson de este equipo, es también muy bueno y ha jugado dos temporadas magníficas. Un mal partido en inferioridad numérica no puede significar que se le haya olvidado jugar al fútbol.
«A por ellos», cantaban los ocho mil seguidores rojiblancos que vieron el partido en Old Trafford, entre ellos Ignacio Uribe, uno más, casi anónimo en medio de aquella dignísima representación expedicionaria de la afición. Pues eso. Es difícil, incluso improbable, pero no imposible, y sería una hazaña ciertamente memorable.
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