No queríamos ver la final en casa. Queríamos verla acompañados. Cuanta más gente mejor. Y la vimos, junto a numerosos athleticzales, en la Euzko Etxea ... de Brooklyn. El local, creado en 1913, ha visto pasar por allí a generaciones de vascos, como el propio lehendakari Aguirre. Renovado recientemente, es un centro de encuentro habitual para los vascos que vivimos en Nueva York. Solo este último mes han organizado la Korrika, El Aberri Eguna y la final del Athletic.
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Cogimos el metro para ir de Manhattan a Brooklyn. Íbamos vestidos con camisetas y bufandas. Cerca de la estación nos encontramos con una familia también ataviada con bufandas rojiblancas. Y nos preguntamos... ¿Era la señal de que íbamos a ganar?
Con el cambio de hora el partido empezó a las 4 de la tarde en Nueva York. El horario de los partidos de antaño. Había, sobre todo, gente joven. Era muy bonito escuchar cómo se cantaba el himno del Athletic en euskera con acento americano. Segundas y terceras generaciones de vascos americanos lo cantaban, junto a gente de Bizkaia, Gipuzkoa, Araba, Navarra e Iparralde. Se veían incluso camisetas de la Real. Todos con el Athletic.
La señal de televisión llegaba con minutos de retraso, pero yo no me atrevía a mirar el móvil
La Euzko Etxea estaba abarrotada y las miradas clavadas en la pantalla gigante. La señal de televisión llegaba con minutos de retraso, pero yo no me atrevía a mirar el móvil. No quería saber de antemano cómo iba el partido. Estábamos sentados junto a la corresponsal de EITB Yerai Diaz Ikaran y Keltse Arroyo, que trabajó creando contenidos para el Athletic y ahora lo hace para Los Angeles Lakers. Ellas sí estaban al tanto pero no decían nada, se portaron muy bien. La gente cantaba y aireaba sus bufandas. 90 minutos. Nada. 120 minutos. Nada. Llegaron los penaltis. De repente, Yeray Diaz Ikaran se levantó con una gran sonrisa y se preparó para grabar la reacción de la gente.
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Entonces supimos que habíamos ganado. Y la locura estalló. Mis hijos no se lo podían creer. Yo tenía su edad cuando ganamos la última copa. «¿Y si compramos billetes de avión y vamos a Bilbao ver la gabarra?», me propuso mi hijo de 11 años. No habría mejor motivo, pensé para mí.
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