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Ser de Bilbao tiene que ser la hostia, dime la verdad. Pues sí, le respondo, no te lo voy a negar: es el copón de la baraja. Pero no todo es jolgorio, también supone un compromiso vital de una responsabilidad abrumadora. Quien pide confirmación al ... más deseable anhelo es mi amiguete Piporro, que el pobre nació en cualquier lado sin fuste ni relieve. Ser de Bilbao, añado, es algo parecido a cuando el Padre revela al Hijo su naturaleza divina y el sacrificio a que obliga. La diferencia con los titubeos del Mesías es que el bilbaíno y la bilbaína no piden que se les aparte el cáliz, sino que se lo llenen con agua de Bilbao para apurarlo una y otra vez.
Piporro, al menos es del Athletic. Supo por revelación infusa que era su equipo. Me ha invitado a ver con él la comitiva de la gabarra por la ría. Con tal fin, ha pagado mil euros por un balconcillo desde el que se ve el cauce tan a lo lejos que parece una broma. Pero ninguna distancia puede rebajar la ilusión. Hay que estar aquí, en la celebración de la gesta rojiblanca, de la que dijo nuestro alcalde que demuestra la ambición de Bilbao y su protagonismo en el mundo, como saben en Hong Kong.
Un paisanaje tan formidable solo puede establecer correspondencia con un equipo de héroes homéricos. La bilbainada alimenta el alma del Athletic Club y viceversa, en una simbiosis que se perfecciona mutuamente y alcanza el éxtasis. El bilbainismo acendrado se elevó hasta una categoría metafísica con la épica victoria en La Cartuja. Por eso, solo el paroxismo y el arrebato de la feligresía atlética podían estar a la altura antes, durante y después de la pugna de los leones.
Piporro se excita, ahí está ya la gabarra, asegura. El punto en el agua remota podría ser la gabarra o un dragaminas. Da lo mismo. Embargados por la emoción, lloramos a moco tendido. Y cuando ganemos también la Liga, el mundo no será suficiente. Hará falta una gabarra espacial en 'kalejira' por el Sistema Solar. En cualquier caso, sentirse feliz en exceso no tiene nada de malo.
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