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Cada vez que pasaba a tu lado te notaba triste. No era para menos. Nada malo hiciste. Pero te tildaron de gafe. Hubo quien pedía que fueras hundida, desguazada o fundida para espantar a la mala suerte. El ser humano es así. Busca chivos expiatorios. ... En este caso ante el dios fútbol. Y es injusto. Porque nada pediste. Trabajabas en la ría desde que naciste, allá por los 60, en los Astilleros Celaya de Erandio y te dedicabas a las labores más humildes. No tenías, ni tienes, motor. Dependes de otros para navegar. Y tampoco eres la más bella. Pero en 1983 cambió tu vida. Por eso hablamos tanto de ti. Al fin y al cabo te convertiste en la gabarra del Athletic.
Todavía hay debate sobre si eres pontona. Da igual. Porque antes de ser construida naciste en una canción. Aquella que cantaban los del Acero Club de Olabeaga y que recordó Gerrikabeitia durante los preparativos del recibimiento al campeón de Liga. Una historia mil veces contada. En cambio poco se ha hablado de ti más allá de las celebraciones de 1983 y 1984. Pero entre una y otra regresaste al trabajo. Hay testimonio. Lo manda Carlos Luengo que nos deja la foto para que la mostremos una sola vez. Es un tesoro y una de las fotografías que cambiaron su destino. Por entonces se ganaba la vida en el Hospital de Cruces. Como tantos, te vio navegar con la Liga lograda en Canarias. No imaginaba que meses después volvería a verte ayudando a sacar a flote al buque Consulado de Bilbao, que se hundió en las inundaciones. Te sacó una foto.
Ahí estás. Mostrando tu nombre. Athletic. Ese con el que te rebautizaron tras llamarte Gabarra 1. Al año siguiente, Carlos y un millón de personas más, nos asomamos para verte pasar con jugadores y trofeos. Segunda vez. Suficiente para ser tradición. Ya eras icono. Pero pasaron los años y los laureles cesaron. Pasaste a ser leyenda. De esas que cuentan los aitites. Y fuiste envejeciendo en la orilla. Hasta que en 2009 avistamos otra Copa. Era una quimera, pero ya nos conoces. Creímos. Entonces alguien llamó a quien teclea estas líneas. Josu Gorbea, propietario de La Antigua Cigarrería, Sumerian y otros templos del beber. Tenía a su lado a José Ramón de la Fuente Arteagabeitia, presidente de la Autoridad Portuaria de Bilbao. Hablaban de lo que suponía que las nuevas generaciones solo pudieran verte si ganábamos un título. Pensaron que no sería mala idea mostrarte en el Itsasmuseum. Era una gran idea y lo contamos en EL CORREO.
No gustó a todos. «Un marrón», decían, pese a que la Autoridad Portuaria corría con los gastos y la logística de llevarte al Museo Marítimo. Hasta Azkuna comentó, con su genio habitual, que era buena idea pero un coñazo más en el que le metíamos. El proceso fue largo, de años, pero todo salió bien. Estando fuera del agua seguías viva. Y eso que te daban por muerta. Aseguraban que te hundirías. Incluso, lo saben bien Macua y Urrutia, amenazaron con multarnos si te sacábamos de nuevo, por normas que en los 80 quizá existían, pero no se cumplieron. Dio igual. No ganábamos. Y te convertiste en la innombrable. No te quejaste. Tampoco ahora que aplauden hasta tus ensayos. Aunque hay quien jamás te traicionó. Como Aitor Unzain. Un athleticzale, que tenía un viaje con su mujer Josune a Canarias esta semana y que al saberlo sus hijos, Oroitz y Gorane, decidieron regalarle, semanas antes de la final, un vuelo para que pueda ver el recibimiento. Estaban seguros de que íbamos a ganar. Y de que no eres gafe. Por eso, solo pido una cosa. Pase lo que pase, que nadie te culpe en adelante. Porque eres un caso único en el mundo. Por eso se habla tanto de ti fuera de nuestra tierra. Si alguien tiene la culpa del desborde de optimismo es el pueblo. Somos así. Utópicos. Por eso invadimos ciudades y hacemos locuras. En el fondo no eres ni gabarra ni pontona. Eres nosotros. Una forma de ser, de estar y, sobre todo, de soñar.
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