El escenario era impresionante. 81,365 almas metidas en ese estadio que antes se llamó Westfalnstadion y ahora, por esos asuntos del patrocinio, es el ... Signal Iduna Park. En uno de los artículos que el escritor Eduardo Galeano recogió en su libro «El fútbol a sol y sombra», y que titulaba «El estadio», hacía mención a los campos de fútbol con alma. Nombraba Wembley, el antiguo, el estadio Centenario de Montevideo, Maracaná, el Azteca. Contaba también: «Habla en catalán el cemento del Camp Nou en Barcelona, y en euskera conversan las gradas del San Mamés en Bilbao». Mencionaba el Olímpico de Munich y el Giuseppe Meazza.
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Terminaba el artículo escribiendo que, «el estadio del Rey Fahd, en Arabia Saudita, tiene palco de mármol y oro, y tribunas alfombradas, pero no tiene memoria ni gran cosa que decir».
Como el libro es de hace tres décadas, merecería una actualización, pero el escritor uruguayo falleció en 2015. Posiblemente, hubiera incluido en una lista nueva al estadio del Borussia, porque Galeano respetaba mucho al fútbol. Tanto como lo respetaron los jugadores del Athletic que salieron al césped, aunque habría que calibrar si fue respeto al estadio y ese muro legendario ya, que se levanta majestuoso detrás de una de las porterías, o temor a lo que pudiera pasar, porque la primera mitad, al margen de lo que propuso el equipo de casa, que no fue demasiado. Fue un ejercicio de timidez del Athletic, que trató de guardar la ropa, pero no de nadar, y en una de esas, tal vez una de las escasas desatenciones que cometió en esos 45 minutos iniciales, recibió como castigo el primer gol en contra.
El Borussia no tenía otra cosa que hacer que buscarle las cosquillas al Athletic y fue su hombre más punzante, Adeyemi –que gasta unas malas pulgas que no veas como se vio en un roce con Lekue– el que se las encontró. En el campo del Borussia hubo menos actividad que en una discoteca a mediodía, así que parecía del todo imposible que el Athletic consiguiera empatar.
Pero, miren por dónde, a Ernesto Valverde le empieza a aparecer una vena radical que no intuíamos, y por segundo partido consecutivo agitó el avispero. El sábado fueron cuatro cambios, muy 'heavy', y en Dortmund solo tres, bastante prudente, pero tuvieron efectos inmediatos a pesar del segundo gol local que ponía las cosas muchísimo más difíciles. Pero oigan, el equipo tenía otro aire muy diferente. La tranquilidad de Laporte atrás, la visión estroboscópica de Ruiz de Galarreta en medio campo, porque él ve a sus compañeros y al balón moverse más lentos de lo que sucede en realidad, mejoraron muchísimo al equipo. También la aportación de Guruzeta abriendo espacios, claro. Y ese Athletic respetuoso se convirtió en un Athletic 'jeta', que pensó que el Iduna Park era San Mamés, y se vio a otro equipo muy diferente, que acortó distancias y se quedó a un paso de empatar con Robert Navarro en plan estrella, causando el pánico en la defensa local y provocando los silbidos de 77.000 espectadores y la admiración de 4.000.
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Lástima, eso sí, que la pelota ni entrara, un rebote en la portería de Unai pusiera un marcador inalcanzable a esas alturas, y otro gol en el descuento enfangara el marcador final. Al Athletic le faltó caradura en la primera parte, y tal vez eso fue el lastre para todo el partido.
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