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No creo que a nadie le haya sorprendido la noticia que ha difundido el Athletic sobre la renovación de Ernesto Valverde. A estas alturas de la película, que no es El Padrino (segunda parte), cualquier seguidor del equipo rojiblanco con medio dedo de frente, se ... ha alegrado moderadamente, porque se lo ha tomado como una cuestión natural. Igual que cuando comienza la primavera, empieza la floración y la temperatura se suaviza. Todos nos alegramos cuando nos ingresan la nómina o la pensión, pero no lo celebramos con champán, salvo la primera vez, porque es lo normal.
Andan en los despachos de Ibaigane componiendo el puzzle de la próxima temporada, como si fuera uno de esos que se elaboran con tranquilidad sobre la mesa camilla, porque no hay urgencias, y la pieza de Valverde estaba ahí, siempre a la vista, esperando el momento para poder colocarla en el lugar adecuado.
Ya está puesta. Con esa media sonrisa socarrona que gasta el personaje, que en este caso es lo mismo que la persona, porque no hay nada impostado en su forma de ser, ni en la de actuar cuando se expone ante las cámaras o en las ruedas de prensa, Ernesto se sentó a firmar el contrato para las fotos, le dio la mano al presidente y se acabó. A seguir entrenando, que todavía queda temporada por delante, y mientras hay temporada, hay esperanza.
Da la sensación de que no ha necesitado, el acuerdo, de una negociación dura o a cara de perro; que los flecos se han recortado sin problemas, porque las dos partes estaban convencidas de que era lo mejor para el Athletic, y hay que recordar que Valverde es parte de la historia del Athletic, tan solo por ser el entrenador que más partidos ha dirigido en el equipo rojiblanco. Y no solo por eso, sino porque desde que llegó a Bilbao como jugador, procedente del Barcelona, empezó a sentir que este era el club en el que mejor encajaba por todo; por su forma de ser, y por la forma de ser del club. Sus palabras en La Cartuja, en las que confesó que el título de Copa era el más especial de toda su carrera, lo resumen todo.
Está claro que Valverde es el mejor entrenador para el Athletic. Por supuesto, esperemos que cuanto más tarde, mejor, le llegará la hora de marcharse. Ya lo ha hecho dos veces, y no pasará nada, porque él se lo tomará con la naturalidad con que se toma todas las cosas. Como para toda la gente sabia, el fútbol es, para él, la cosa más importante de las cosas que no son importantes, pero tiene también otras prioridades en la vida, y sabrá disfrutarlas cuando llegue. Que no sea pronto.
En ese momento, echaremos de menos su implicación, su talante, esa serenidad que le permite estar calmado en los momentos frenéticos. En el vestuario añorarán su cercanía con los jugadores, su calidez con los que juegan y con los que no juegan. Es cierto que la caseta rojiblanca es un reducto en el que es más fácil manejarse que en otros lugares, pero él también ha liderado otros proyectos fuera de Bilbao y ha conseguido que los futbolistas se alineen a su lado. Esa gestión, su ambición y sus probados conocimientos futbolísticos, le han llevado al éxito casi siempre.
En este punto, hago un aparte para hablar también de alguien que no aparece en los titulares, tal vez porque a él lo que le gustó siempre es escribirlos, por su condición de periodista. Siempre me jacto de haber estudiado la carrera junto a él. Me refiero a Jon Aspiazu, el hombre a la sombra de Ernesto Valverde. Se conocieron en el Sestao, en el que coincidieron como futbolistas; y como entrenadores han vivido juntos todas las aventuras por Vila-Real, Barcelona, El Pireo o Valencia. Algo tendrá que ver en el éxito de su amigo y confidente. Sus rizos negros, que eran melena en sus tiempos jóvenes, son ahora blancos, pero es, como Ernesto, mucho más sabio, y también se merece el reconocimiento de los athleticzales. Parte del último éxito rojiblanco es también suyo, y recordemos: fue el último superviviente de la gabarra de 1984.
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