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Al Athletic le faltó eso que los italianos llaman 'finezza', que va algo más allá de la finura, su traducción literal. La 'finezza' es saber ... desenvolverse con perspicacia y delicadeza para sortear los obstáculos que aparecen por el camino. Por eso se emplea el término sobre todo en la política italiana, tradicionalmente turbulenta. A los hombres de Valverde les faltó esa 'finezza' en los momentos claves del partido, cuando más hacía falta superar las adversidades con tino y con elegancia, en un partido de los de pierna fuerte, sobre todo en la primera parte.
Le faltó también diplomacia vaticana al Athletic con ese señor tan casero que dirigió el partido, y que repartió de diferente forma a un equipo y otro. Sobre todo con las tarjetas amarillas sacó la patita cuando un par de dolorosos viajes de Mancini a Maroan los resolvió con una conversación con el jugador italiano y, sin embargo, se mostró implacable en las de Yeray, Jauregizar y el propio Maroan, a los que disparó sin preguntar antes. De esos polvos llegaron luego los lodos de la expulsión del primero, que deja al equipo compuesto y sin centrales de recambio para el partido de vuelta.
La finura estuvo ausente cuando después de que Iñaki Williams adelantara al Athletic en una acción que parecía estudiada, dejaron los rojiblancos que la Roma se rearmara y consiguiera empatar enseguida. Se les fundieron los plomos a los jugadores de Valverde, que en esos minutos que tendrían que haber servido para enfriar el partido y acallar a la grada, se convirtieron en un grupo atolondrado, que no sabía manejar la situación con solvencia. De repente empezaron a perder balones en medio campo a los que acudían dos o tres futbolistas a los que la pelota se les escurría de entre los pies.
Fueron instantes cruciales en los que un manejo sagaz de la situación podría haber roto el partido a favor de sus intereses, pero, curiosamente, el marcador a favor no favoreció demasiado. Y menos mal que, después de empatar, la Roma regresó a sus cuarteles de invierno, es decir, a lo que habían estado haciendo hasta ese momento. Es decir, nada o casi nada. Porque parecía un partido incómodo para los dos, pero dentro de esa incomodidad, el Athletic se manejaba bastante bien. Agirrezabala estaba inédito y, aunque sin grandes alardes, las mejores ocasiones eran para los bilbaínos.
Luego llegó lo de Yeray, esos lodos formados por aquellos polvos, y la Roma creyó que podía llegar su oportunidad. Así fue, y en el momento más cruel, con el reloj superando en tres segundos el tiempo añadido por el árbitro. Y en esas acciones volvió a faltarle la 'finezza' al Athletic, que no puede permitir que el rival monte una última jugada de ataque, y mucho menos, que haya un delantero solo en el área. Con un futbolista menos, el despeje más cercano tenía que llegar, como poco, al Trastevere o al Coliseo de Roma, para perderse entre sus gradas.
Así que ya se sabe. Será en San Mamés donde tendrá el Athletic que dar el do de pecho con el apoyo de la afición (toda). Tendrá que arriesgar, pero no queda otra que apechugar. Se espera una noche apasionante como tantas otras.
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