Los árbitros con un apellido
Desde esta temporada, la Liga ha perdido el segundo apellido de los árbitros, tal vez por eso de defender la figura de sus madres, o ... simplemente por hacer cambios que no cambian nada. Lo de los dos apellidos es algo que la memoria colectiva atribuye a una supuesta orden salida del Palacio del Pardo, en tiempos de Franco, para evitar que su apellido se utilizara en titulares de prensa negativos cuando arbitraba Franco Martínez, aquel colegiado que dirigió la final de Copa que ganó el Athletic al Barcelona en 1984, con la patada de Maradona a Sola y otras lindezas.
Pero esa mentira no era verdad, y aquella historia se convirtió en una leyenda urbana que el mismo Franco Martínez, que ya figuraba con ese nombre en las relaciones de árbitros de categoría regional allá por 1963, cuando comenzó a arbitrar, trató de desmentir en varias ocasiones. No hubo orden desde el palacio de El Pardo, porque los árbitros siguieron llamándose, en su mayoría, con un apellido, y fue años después, cuando Franco ya estaba bajo la losa del Valle de los Caídos, cuando José María García comenzó a ponerles los dos apellidos a todos, y así aparecieron nombres como Acebal Pezón, por poner un ejemplo.
Ahora, con la primera jornada de Liga, se suprime ese segundo apellido y las fichas de los partidos se hacen más funcionariales, porque decir Hernández, por el árbitro de San Mamés, es como no decir nada. Ese es el único cambio que maquilla la decisión de seguir igual, como se pudo comprobar en algún partido del sábado, porque lo que pitan los de negro, o los de verde, o los de amarillo, sigue siendo, en muchos casos, igual de subjetivo.
Al menos, el Hernández de San Mamés, ayudado en las bandas por Massó y Pérez, con Román como cuarto árbitro y monitorizado en el VAR por Pizarro y Ortiz, no cometió ninguna tropelía por mucho que la claqué del Sevilla, es decir, el ruidoso cuerpo técnico que se situó en la zona de prensa de San Mamés, pensara otra cosa, sobre todo con el penalti de mala fortuna que le hizo Joselu a Nico Williams, y que sirvió, entre otras cosas, para conseguir que los fuegos artificiales de la Aste Nagusia se encendieran varias horas antes de lo previsto.
El árbitro no influyó demasiado, y que sea siempre así, pero el penalti que transformó Nico sí, porque dio paso, además de a la rehabilitación completa del menor de la saga, a los mejores momentos de su equipo, que se sustanciaron en el segundo gol, que vino también por una genialidad del futbolista rojiblanco, que salió con unas ganas inmensas de agradar y dejar claro que puede ser la locomotora que arrastre al equipo.
Pero, miren por dónde, el Sevilla del que no se esperaba demasiado por los problemas institucionales que arrastra desde hace algún tiempo, con esa guerra fratricida -literal-, entre los del Nido, ríanse de las 'famiglias' que describía Mario Puzo en su novela más conocida, y que han debilitado de manera evidente a un equipo que hasta no hace tanto fue poderoso; ese mismo Sevilla con el mal de las inscripciones en la Liga, que se está convirtiendo en un virus, salió respondón, y mucho, y si antes de los goles del Athletic había tenido, un poco de casualidad, las mejores ocasiones de la primera parte, en la segunda salió muy respondón y bastante valiente. Empató el partido, incluso pudo marcar algún tanto más, y puso en un brete al equipo de Valverde.
No es que Txingurri sea un entrenador de buenos comienzos de temporada, pero en una campaña en la que él mismo ha pedido dar un pasito más, parecía obligado llevarse los tres puntos, y ahí apareció el Nico Williams más eficaz, en su rol de estrella, para dar su segunda asistencia y quitarles a los últimos enfadados por el verano movidito, cualquier sombra de sospecha que les quedara. Así que, por ahora, aquí paz y después gloria. El Athletic ha sumado todos los puntos que se pueden sumar hasta la fecha y va por el buen camino. Los árbitros con un apellido, de momento no han estropeado nada, y la cosa comienza muy bien después de una pretemporada para olvidar. Que todo siga así.
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