El momento del pulso firme
Análisis ·
El Athletic se está jugando mucho: ni más ni menos que una minoría escuálida de radicales termine por hundir el proyecto de la grada de animación, tan necesarioMe pregunto si lo ocurrido el domingo tiene algún precedente en la historia del Athletic. Me refiero a que el ambiente de San Mamés sea ... perjudicial para el equipo en un partido importante. Lo cierto es que fue algo muy grave, impensable en una temporada que tantas ilusiones está despertando. Y no sólo eso: impensable también hace tres años cuando la grada de animación se puso en marcha con el respaldo de un 62% de los compromisarios.
Son muchos los que pensamos que aquello fue una buena iniciativa para reactivar el ambiente de San Mamés, que se había enfriado en el nuevo campo, más amplio y cómodo, y sin ninguna zona caliente en la que prendiera la mecha de la animación. En la antigua Catedral esto ocurría en los dos fondos, detrás de las porterías, y antes de la remodelación para el Mundial del 82, en la general de la tribuna Este Baja, aquel hervidero humano en el que en cada partido -al menos ese es nuestro recuerdo infantil- dos o tres aficionados eran sacados en camilla por diversos tipos de soponcios relacionados con el exceso de presión. Los camilleros se los llevaban con naturalidad, como si fueran heridos de guerra que hubiera que retirar del campo de batalla.
Fue una buena iniciativa con un amplio respaldo, insisto. Otra cosa es que tuviera damnificados, socios a quienes se les obligó a un sacrificio contra su voluntad por un bien general, como víctimas de una expropiación. O cosa diferente también es que la directiva de Elizegi no tomara desde el principio medidas para tener bien controlado a ese sector radical que, como estaba cantado, iba a intentar patrimonializar y dirigir a su antojo la Harmaila. En lugar de eso les dejó hacer y deshacer, y les premió con privilegios y prerrogativas que Jon Uriarte mantuvo durante sus dos primeros años de mandato. Está claro que de esos polvos han venido estos lodos.
Nuevo chantaje
Ahora bien, ¿significa esto que la grada sea una calamidad y la solución sea disolverla, como defienden algunos viendo lo que está ocurriendo? Creo que hacerlo sería un fracaso histórico del Athletic. Sería como reconocer la derrota ante un grupo que representa a un 0,75% de los socios, es decir, a una minoría escuálida que es la primera en 127 años de historia que se atreve a defender sus reivindicaciones sabiendo que su manera de hacerlo perjudica al equipo. De hecho, ayer mismo en el comunicado en el que anunciaron su rechazo a la propuesta de la directiva aseguraron que el jueves animarán a tope siempre y cuando el club cumpla una serie de condiciones. Es decir, plantearon un nuevo chantaje.
Lo que hay que hacer con la Harmaila, aunque sea complicado y requiera de valentía y pulso firme, que es lo que está mostrando Jon Uriarte, es vaciarla de indeseables y potenciarla. Entre otras cosas porque durante esta crisis, aunque parezca paradójico, se está demostrando que, en la mayoría de los partidos, el Athletic necesita de un sector desde el que se impulse la animación. Seamos sinceros y limitemos lo de «unique in the world» a la filosofía, que ya es bastante si no queremos ahogarnos en un narcisismo absurdo. Esta es una hinchada que guarda su polvorín para media docena de partidos señalados en los que San Mamés estalla. En los demás, por mucho que en las gradas haya 50.000 personas con camisetas rojiblancas, es decir, en atuendo de animar, no como antes cuando al campo se iba vestido de calle, la actitud es mucho más contemplativa. Se anima a ratos y casi siempre como reacción a unos pocos que animan primero.
Lo del domingo no pudo ser más sintomático. Lejos de mantener una postura proactiva y militante, la que demandaba el duro envite contra el Mallorca, los aficionados se dedicaron sencillamente a reaccionar con pitidos a los cánticos de los integrantes de la Iñigo Cabacas Herri Harmaila, que dominaron el cotarro como quisieron. Guardaron silencio cuando les interesó, animaron cuando les convino o les salió de la boina, cargaron contra el presidente, vacilaron al resto de los socios (beste bat, beste bat o dónde está la afición de San Mamés)... Fue realmente triste. Porque lo cierto es que todas las jeremiadas de los radicales nos preocuparían lo mismo que un choque de bicicletas en Pekín -como al gran Jupp Heynckes los partidos de la Real- si en San Mamés no hiciera falta un punto concreto de ignición para animar y todo el campo se volcara como un solo hombre con los cánticos.
Tenemos recientes los partidos ante el Besiktas y la Roma. ¿Dónde estaba la grada de animación en el Tüpras Stadium? ¿Y en el Olímpico? ¿Dónde está la de La Bombonera o la de Maracaná? Incluso en los grandes estadios que tienen una tribuna famosa -la grada Kop de Anfield, el muro del Wetsfalen Stadium, la Colombes del Estadio del Centenario o la de Copland Road en Ibrox Park, donde ojalá juegue el Athletic los cuartos de la Europa League-, la mayoría de las veces esos sectores apenas se distinguen del resto del campo, que está igual de entregado. Como para importarles a los hinchas del Liverpool, el Borussia Dortmund, la selección uruguaya o el Glasgow Rangers que cuatrocientos abonados decidan de repente hacer una huelga de silencio.
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