Urgente Muere un vizcaíno de 38 años y varios familiares resultan heridos en un accidente de tráfico en Huesca
Berenguer corre a celebrar el penalti que daba el título al Athletic. AFP
Opinión

La lista de recuerdos inolvidables

Los minutos eternos antes de los penaltis, el estallido cuando marcó Berenguer, el espectáculo de la afición... La memoria ya establece su jerarquía

Jon Agiriano

Martes, 9 de abril 2024, 01:02

Pasan las horas y los recuerdos del gran día comienzan a ordenarse. Siempre es un proceso mental curioso la manera en que las imágenes y ... sensaciones de un episodio vital muy intenso se van situando en la memoria en un orden jerárquico y ya quedan así para siempre, hasta el punto de que no es posible evocarlas de otra manera. Todavía es pronto para dar por establecida esa disposición. Todo está demasiado fresco y amontonado, y además queda por vivir la singladura de la gabarra, que será sin duda la gran fiesta de la celebración. Desde luego, lo será para los más de 70.000 rojiblancos desplazados a Sevilla, que acabaron saliendo del estadio de La Cartuja más allá de la una y media de la madrugada y, tras un montón de horas de fiesta y emociones, se vieron de repente sin fuerzas en un descampado lejos de todas partes. Sólo les sostenía en pie la felicidad.

Publicidad

Aún así, a la espera de que la memoria complete su trabajo, cada aficionado ya se va haciendo una idea de cómo será su lista de recuerdos inolvidables. La de este cronista es muy posible que comience con la evocación angustiosa de esos minutos eternos que transcurrieron entre el final de la prórroga y el desenlace de la tanda de penaltis. Como muchos de los colegas que me rodeaban, estaba paralizado. Por el miedo, se entiende. Me derrumbé en el asiento, miré al suelo y esperé la sentencia de la final como la espera en un juicio un acusado de asesinato que se sabe inocente. O, desde luego, no merecedor de un castigo como el que se cernía sobre nosotros.

Llevaba toda la Copa siendo optimista sobre el destino del Athletic, al que veía tocado por una varita mágica. El título número 25 me llegó a parecer escrito en las estrellas. Sin embargo, en ese momento fatídico fue más fuerte el pesimismo. De nuevo, se trataba del miedo. Daba escalofríos imaginar lo que supondría la derrota. Que en mi caso, aparte de otras muchas consideraciones, implicaba la obligación profesional de tener que volver a escribir sobre ella después de haber escrito ya sobre otras seis grandes finales perdidas. Y temía no estar preparado para tanta necrológica.

Un segundo recuerdo será el estallido cuando Berenguer marcó el cuarto penalti: los gritos de alegría, los abrazos con los compañeros, la emoción total viendo las lágrimas de muchos hinchas del Athletic... Y a partir de ahí, antes de ponernos a escribir con la ilusión de quien se dispone a mandar la crónica apresurada del final de una guerra, una embriagadora sensación de paz, de alivio. Acababa de terminar una larga travesía del desierto. Éramos como los judíos viendo por fin la tierra prometida. O desde luego nos parecíamos mucho. Por fin podíamos decir por fin. Comenzaba un tiempo nuevo. La hinchada del Athletic ya no iba a estar dividida entre los que vivieron los títulos de los ochenta y pudieron contarlos y esa mayoría que no pudo vivirlos y tuvo que escucharlos. Todos sabemos ya lo que se siente siendo campeones.

Publicidad

Pertenencia

Es muy probable que el tercer recuerdo de la lista tenga que ver con el sentido de pertenencia. Incluso para quienes en general no somos muy proclives a las grandes multitudes, ver en acción a la hinchada rojiblanca en uno de estos desplazamientos masivos es siempre un bonito espectáculo: desde niños de meses en su carrito hasta algún abuelo jatorra en silla de ruedas. Nada de hordas masculinas de cerveceros amenazantes. Al contrario, una multitud intergeneracional, como corresponde a un club cuyo secreto, el que le ha permitido construir la diferencia que le hace único, es ese vínculo íntimo que se transmite de padres a hijos.

En una final de Copa como ésta de Sevilla se escenifica de la mejor manera posible esa pasión compartida que es el Athletic. En el día a día de un club pueden existir desavenencias y discusiones internas, como sucede en todas las familias. Y más cuando las victorias no llegan o se toman algunas decisiones impopulares. Si no existieran, sería un club muerto. Ahora bien, cuando llega el momento y las circunstancias obligan a cerrar filas, las diferencias se aparcan y el Athletic vuelve a convertirse en lo que siempre ha sido: el mayor elemento de cohesión que ha tenido nunca la sociedad vizcaína.

Publicidad

No hace falta decir que el jueves esa escenificación alcanzará su máximo apogeo. Las imágenes de la gabarra por la ría se verán en todo el mundo. Algunos no entenderán nada, como es natural, aunque es posible que vayan a Internet para saciar su curiosidad. Otros pensarán lo que Obélix pensaba de los romanos y dirán «están locos estos vascos». Habrá quienes recuerden las dos primeras gabarras y se pongan a pensar en cómo han cambiado los tiempos, en el orden y concierto con el que navegan ahora las embarcaciones, en lo bella que queda la nueva estampa de la gabarra con el Guggenheim de fondo, o en lo limpia que está aquella ría en la que hace cuarenta años uno podía disolverse como en una solución de ácido sulfúrico. Ahora bien, creo que una mayoría de espectadores sentirán algo parecido a la admiración, incluso una cierta envidia observando a un pueblo entero unido aclamando a sus héroes, y a éstos devolviendo los cumplidos a ese mismo pueblo al que pertenecen.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Accede todo un mes por solo 0,99€

Publicidad