El cónclave más soporífero que se recuerda

Miércoles, 1 de noviembre 2023, 00:50

Está claro, y se comprobó el año pasado, que Jon Uriarte no ha encontrado la oposición feroz y sistemática que se encontró Aitor Elizegi desde ... el primer día que se sentó en el sillón de Ibaigane. Al nuevo mandatario rojiblanco se le ha recibido, sobre todo, con expectación. A esto ha ayudado su triunfo incontestable en las urnas, sin duda, y también el hecho objetivo de que las promesas fantásticas de revolución siempre tienen un crédito más grande que las menos excitantes promesas de estabilidad. Por otro lado, da la impresión de que la asamblea está más tranquila, menos activa y militante; hasta el punto de que ayer no acabaron votando ni un tercio del total de los 1.115 compromisarios rojiblancos. Es como si, ahora que los nuevos estatutos les han quitado el exagerado poder que tuvieron durante décadas, se hayan moderado, hayan entrado en razón, hayan perdido sus ganas de echarse al monte.

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Es algo que debe celebrarse. Y no se trata de celebrar el inmovilismo, las balsas de aceite y la mayorías búlgaras. Los representantes de los socios están obligados a fiscalizar a la directiva con seriedad y rigor. Y ayer lo hicieron en cierta medida. Se puede decir que enviaron un mensaje. O el principio de un mensaje que refleja el desgaste lógico de un año de gestión. El apoyo a Jon Uriarte descendió. Si el año pasado recibió un 79,3% de votos afirmativos al balance de temporada, un 74,8% al presupuesto y un 66,5% al nuevo reglamento orgánico, esta vez su gestión sólo fue bendecida por un 55,3%, el balance de la temporada por un 71% y el presupuesto por un 64,9%. Todo ello en una asamblea donde la abstención, es decir, la diferencia entre los compromisarios que se registraron para votar y los que finalmente ejercieron su derecho a voto, batió todos los récords.

Quizá fuera por lo larguísimo y soporífero que, desde el principio, se vio que iba a ser el cónclave rojiblanco. De hecho, acabó en desbandada. Y se entiende. Hay que reconocer que este presidente es capaz de desactivar al más pintado con su discurso. Es un maestro de la moderna retórica económica y el director general, Jon Berasategi, se le unió ayer con su primera intervención en la asamblea desde que está en el Athletic. Entre ambos depararon una hora concienzudamente anestesiante, imposible de asimilar.

El procedimiento es conocido: el verbo maximizar aplicado como una gota malaya a todos los conceptos imaginables; la ostentación de modelos analíticos avanzados que son máxima referencia mundial; la insistencia en hablar de pilares fundamentales y estrategias transversales; el vendaval desatado e incontrolable de cifras y porcentajes; el hecho de presumir de ese tipo de ambición implacable, como de tiburón financiero, que requiere de un ejercicio previo de falsa modestia - «no hemos empatado con nadie», repitió Uriarte con insistencia-; la vanagloria, tan popular, de ser «un equipo único en Euskalherria»; la adscripción estricta a los valores morales que más cotizan, como la igualdad, la solidaridad, la ambición, la responsabilidad, hasta la descarbonización de la actividad...

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Todo ello aderezado con diferentes diapositivas superpuestas en una pantalla. Me dio por leer una (y eso que no era fácil por el tamaño de la letra y la presbicia que ya nos afecta): 'Cumplimiento objetivos abril-junio 2023', decía. Pues bien, uno de los apartados era el de 'Elevar el nivel competitivo de la plantilla'. Cumplimiento: 87%. Otro apartado era el de 'Evolución hacia un centro de alto rendimiento'. Cumplimiento: 92%. Fue una pena que algún compromisario no saliera a la palestra a preguntar humildemente -siempre da un poco de apuro enfrentarse a estos expertos en estadística comparada y análisis de datos- cómo han hecho esos cálculos. Por cierto, quedará por saber cuántos de los 313 compromisarios que se registraron en el Euskalduna y luego decidieron no votar el presupuesto porque directamente se marcharon o desconectaron lo hicieron por culpa de la perorata del presidente y del director general.

Curiosamente, Guillermo Ruiz Longarte, el tesorero del club, fue más claro y didáctico en su exposición, y acertó a explicar bien la gestión de la directiva en materia económica. Digamos que la cosa va mejorando, que ya sólo falta que mejoren los equipos, empezando por el primero. Es decir, lo más importante.

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