Las claves de la victoria del Athletic

Hay partidos en los que el campo parece inclinado en contra de un equipo. Eso pasó ayer. El Athletic, sin Dani García ni Raúl García y con Vencedor y Sancet, ocupó todo el césped. Abrumó al Levante y creó hasta seis ocasiones de gol sólo en la primera parte. Pero ahí se topó con Cárdenas, el meta rival. Tatuado como muchos de los jugadores de los dos equipos, el portero del Levante lo paró todo. Y cuando no lo hizo él, apareció Miramón para sacar sobre la raya un remate de Iñigo Martínez. Iñaki Williams se topó también con Cárdenas. Falló un mano a mano. Pareció desesperado. No se despegó de su mala racha hasta que en la segunda parte, de nuevo frente a Cárdenas, acertó con el 2-0. Abrió los brazos y cerró los ojos. No gritó. Simplemente, suspiró. Se había liberado. Redimido ante su afición. Nico, su hermano, le abrazó. Un momento intenso, familiar, frente a miles de miradas. Apenas un minuto después, Iñaki salió del campo con La Catedral dándole una palmada en la espalda. Marcelino quiso así regalarle a su delantero un baño de autoestima. El Athletic necesita la puntería del mayor de los Williams.

Buena parte del peligro del Levante pasa por la velocidad y el remate de Morales. No estuvo a su altura habitual en la primera parte, aunque en la única ocasión que tuvo se cambió el balón de pie en un plisplás y lanzó el balón al larguero. Con jugadores así nunca hay que fiarse. Bien lo sabe el Athletic de enfrentamientos anteriores. Y por eso, en reconocimiento a su calidad, San Mamés le ovacionó cuando al borde del descanso el delantero del Levante cayó lesionado tras un mal movimiento. Con una mano se tocaba la rodilla y con la otra se tapaba los ojos. La Catedral cumplió con su fama de ser un lugar donde se aprecia el buen fútbol. Luego tuvo que despedir a Iñigo Martínez, aparentemente con una rotura muscular. Más aplausos para el otro caído, una pieza fundamental para Marcelino.

Era una noche fría de marzo. El Athletic venía de recibir la bofetada de su eliminación copera ante el Valencia. Y encima, el encuentro lo emitían en abierto por la televisión (Gol TV). Era, además, lunes. El inicio del choque estaba previsto para las 21.00 horas. El final, sobre las 23.00. Tarde. El fútbol no te exime de madrugar al día siguiente. Con esos ingredientes, San Mamés reunió a sólo 29.485 espectadores (el estadio tiene capacidad para 53.000 aficionados). Y eso que era la primera jornada sin restricciones por la pandemia. El virus no fue esta vez el que vació en parte La Catedral. El fiasco en las semifinales de Copa pasó factura y dejó a medio vuelo las gradas en una noche fría de un lunes de marzo.

Zarraga entró en la segunda mitad, como Nico Williams, cuando el Athletic ya mandaba en el marcador. El Levante trató de ir a por el empate y eso debilitó su, por otra parte, precaria defensa. Florecieron los espacios y el equipo rojiblanco pudo disfrutar al contraataque. En uno de esos latigazos, Zarraga fue derribado por detrás cuando se preparaba a para fusilar al portero rival. Le quitaron el caramelo de la boca. El árbitro señaló penalti y Zarraga levantó la mano para anotarlo. Sin arrugarse. Quería lo que era suyo, el gol, el tercero de su equipo. Cogió poca carrerilla. Midió. Esperó los movimientos de Cárdenas. Aguantó más que él y, con suavidad, le ejecutó por la derecha. En las estadísticas que acompañan a cada jugador ya no hay un hueco vacío en la cuenta anotadora de Zarraga. Ayer fue el día de su bautizo. El primer gol.