Clasificación, amigo
El Athletic acaba este sábado una temporada que ha tenido un recorrido más accidentado que el de ese célebre tobogán que alguna lumbrera municipal ha ... instalado en Estepona. Estuvo a punto de descalabrarse a mitad del recorrido, pero recuperó el equilibrio y ha logrado un aterrizaje más que airoso. Tanto, que ha llegado al último partido dependiendo de sí mismo para conseguir una plaza europea. ¡Quién nos lo hubiera dicho hace apenas un par de meses!
La mejor Liga del mundo ha llegado a la última jornada con casi todo el pescado vendido, lo que dice bastante sobre su nivel de competitividad. Tampoco es una excepción. Salvo en la Premier, donde City y Liverpool han mantenido la pelea por el título hasta última hora, por cierto, a una galaxia de distancia del resto, los de siempre también han arrasado en las otras grandes ligas. Es el sino de los tiempos. El dinero decide y las clasificaciones finales prácticamente se pueden atisbar en verano con un simple repaso a los presupuestos. Así que ni siquiera podemos recurrir a la vieja imagen de las calculadoras echando humo, que tanto éxito suele tener en estas fechas, para poner un poco de épica a la semana previa al desenlace.
Pero ha querido el destino que el Athletic esté implicado en los dos pleitos que quedan por resolver en la Liga: las últimas plazas en disputa para acceder a las dos competiciones europeas. Y ocurre que por una de esas caprichosas coincidencias que se suelen producir entre el calendario y la aritmética, ese último partido que tiene que jugar el Athletic en Sevilla se presta a la especulación, que suele llevar aparejada la maledicencia. No falla. Los espíritus puros se apresuran a ponerse en primera fila mesándose los cabellos, clamando por el honor en el deporte, el fair-play y la integridad de la competición en cuanto detectan la posibilidad de que un resultado concreto puede beneficiar a los dos equipos en liza.
El destino, que es así de canallita, también ha querido que en el banquillo rival se siente un entrenador que, entre otras cosas, ha pasado a la historia del Athletic por una frase, «clasificación, amigo», que debería figurar en cualquier antología de citas futbolísticas con la misma tipografía que aquel «fútbol es fútbol» de Boskov.
Y en esas estamos, entre olvidarnos de la imagen y seguir la doctrina Caparrós o ponernos estupendos y jugarnos la temporada a cara o cruz. La épica está muy bien por lo que inspira a la lírica, pero hay ocasiones en las que la narración se entiende mucho mejor en prosa, y ésta parece ser una de ellas.
Las posibilidades del Sevilla para llegar a la Champions pasan por ganar el partido y esperar las derrotas del Valencia y el Getafe ante dos rivales que están celebrando la permanencia. Con que uno de los dos sume un solo punto el Sevilla ya no alcanza el cuarto puesto.
Al Athletic le basta el empate para asegurar la séptima posición. Sí, es cierto que los rojiblancos se evitarían las previas ganando al Sevilla; tan cierto, como que también correrían el riesgo de perder el partido y acabar octavos y con un palmo de narices. Jugarse la temporada a un cara o cruz será muy épico pero no parece lo más juicioso.
A falta de cálculos matemáticos complejos para despejar las incógnitas de la clasificación podemos jugar a completar una teoría común a partir del pensamiento de Caparrós y de Boskov. Probablemente, llegaríamos a la conclusión de que lo que lo único que importa es el resultado final porque el fútbol es así. Definitivamente, los espíritus puros no son de este mundo.
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