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Ya lo advertía el Polaco Goyeneche en uno de sus tangos más famosos: primero hay que saber sufrir. El Athletic ha asumido esta sentencia con ... una convicción extraordinaria y su fe va a ser premiada con una plaza en la próxima Champions. El jueves podría asegurarse matemáticamente el quinto puesto y dejar muy bien encarrilado ese cuarto que viene ocupando durante todo el año 2025. Lo que está haciendo el equipo de Valverde en estas últimas semanas tiene un mérito enorme. Nos referimos a su indomable carácter para resistir contra viento y marea y seguir compitiendo cuando ya no le quedan fuerzas y las estrellas del equipo empiezan a caer, como heridos de guerra, por la acumulación de partidos. Ya son 52, media docena más de lo que jugó la pasada temporada.
Los tres últimos partidos de Liga ante Las Palmas, Real Sociedad y Alavés merecen una atención especial. Que después de verlos todos quisiéramos olvidarlos cuanto antes porque fueron más malos que la tos no importa. A veces hay que recordar este tipo de partidos pésimos porque siempre pueden esconder una lección. En este caso, una sobre los beneficios de la capacidad de esfuerzo y el afán de superación, que producen historias que siempre gustan. Todos sabemos que los objetivos cuya conquista más nos ilusiona son los que se han logrado superando dificultades, transitando por caminos tortuosos y no por alfombras rojas.
Frente a los canarios, tras adelantarse con un gol de Iñaki Williams a los cinco minutos, el Athletic fue declinando hasta acabar defendiendo panza arriba el 1-0 mientras sus aficionados se ajustaban los marcapasos en la recta final tras dos claras ocasiones de Januzaj y Mata. Y qué decir de los dos derbis. Igual no habido dos tan malos seguidos. Si lo de Anoeta ya fue una sima futbolística que obligó a mirarla con un casco con linterna, como los espeleólogos, lo del domingo en San Mamés fue algo parecido. O peor. Que un Alavés deprimente tuviera que marcarse en propia puerta para que los rojiblancos ganaran un partido en el que hubo cuatro tiros a puerta -tres de los locales y uno de los visitantes- y alrededor de un millón de pérdidas de balón, lo dice todo.
Ahora bien, dicho todo esto, vayamos a lo más sustancial, a la cosecha: dos victorias y un empate, es decir, siete puntos mondos y lirondos, vitales en la lucha por la Champions y en la defensa del cuarto puesto. La manera de competir que ha encontrado el Athletic cuando el fútbol le ha abandonado ya está casi consolidada. Vendría a ser una réplica de la formación en tortuga de las legiones romanas. A falta de juego, de goles y de clarividencia, ardor guerrero y un armazón de escudos impenetrable; tanto que en estos tres partidos citados los de Valverde han conseguido mantener la portería a cero. Y en las ocho últimas jornadas de Liga, sólo han encajados dos goles, el que le hizo el Rayo en San Mamés y el del Bernabéu.
Hay que celebrar esta polivalencia competitiva del Athletic. Muchos otros equipos en su lugar, es decir, cuando pierden su arma más poderosa, la que eleva su nivel y les distingue por encima de la media, se hubieran desmoronado. El Athletic, en cambio, se mantiene en pie, aunque sea aburriendo a las ovejas. Ha perdido buena parte de su energía, la chispa de su centro del campo y la profundidad de su frente de ataque, pero ha sabido metamorfosearse y ponerse a buen recaudo para hacer frente a las inclemencias, como hacen algunos animales cuando llega el invierno.
Su estrategia ha funcionado en la Liga, donde los rojiblancos suman dos puntos más que la campaña anterior en la jornada 35, y ha fallado por poco en la Europa League. Ahora bien, por mucho que haya funcionado y que las circunstancias nos obliguen en este momento a efectuar una lectura estrictamente pragmática, hay que ser sinceros: este Athletic del final del curso es un Athletic agónico y menor, aburrido y simplón, de ahí que sus hinchas ya sólo piensen en que la temporada baje la persiana cuanto antes para volver a disfrutar en la próxima de su equipo tal y como les gusta, fresco, impetuoso, divertido y valiente.
Para que esto sea posible -y por supuesto estamos pensando en una campaña con Champions incluida-, el club debe cumplir con algunos deberes que saltan a la vista. El más inmediato, por supuesto, sería la renovación de Valverde, que parece cosa hecha pero necesita ser confirmada. La permanencia del técnico es clave y esta temporada se ha demostrado más que nunca, más incluso que la pasada con el quinto puesto y el título de Copa. Y no lo decimos sólo porque, en su regreso a Europa, el equipo sume en la Liga dos puntos más de los que llevada hace un año habiendo jugado catorce partidos en la competición continental. Hay otra razón de la que se habla poco y que añade mérito a la obra de Valverde, a la solidez de su construcción: que en el plano individual la mayoría de sus jugadores, por diferentes circunstancias, han rendido peor que el curso pasado.
El segundo deber, por supuesto, sería reforzar la plantilla. El Athletic demanda a gritos un lateral derecho para sustituir a De Marcos y la opción de Areso se antoja con diferencia la mejor. También se necesita un mediocentro, dado que con el declive de Vesga la posición se ha quedado corta. Y eso que Jauregizar ha despegado como un cohete. ¿Podría volver Vencedor? Y queda el perfil de un centrocampista ofensivo que pueda ejercer de media punta o interior. Oroz, Ivan Martín, Roberto Navarro, quién sabe. Alguien que pueda ayudar en diferentes posiciones y que, cuando falte, su ausencia sea un hándicap, pero no un drama.
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