Una carrera electoral desigual
Nunca se han visto en el Athletic unas elecciones en las que los candidatos partan de salida en condiciones tan dispares
A las obligaciones clásicas del aficionado del Athletic debemos añadir una más en estas fechas: prepararnos mentalmente para unas elecciones nunca vistas. No exagero. ... Jamás hemos visto una diferencia tan grande en las condiciones objetivas con las que parten de salida los candidatos al sillón de Ibaigane. Tan grandes son, de hecho, que el aspirante que parte con ventaja, Alberto Uribe-Echevarría, no sólo no la oculta o la diluye en sus discursos con un cierto pudor sino que alardea de ella hasta el punto de convertirla en su principal baza electoral. La pugna es tan desigual que muchos socios rojiblancos se están preguntando a estas horas qué hemos hecho mal -o en qué marco legal nos hemos resignado a estar sin haberlo cuestionado nunca- para llegar a una situación en la que nuestro club no puede garantizar que dos candidatos a presidirlo partan en igualdad de condiciones, un principio democrático elemental.
Que la plancha de Uribe-Echevarría se haya ganado el derecho a no tener que poner el aval por el 15% del presupuesto es una ventaja. Sin duda. Pero es anecdótica comparada con su verdadera ventaja incomparable: el hecho de que este grupo de socios que procede de la directiva anterior tenga a su disposición, para protegerles de cualquier eventualidad en el futuro, un colchón de 300 millones, cifra equivalente al incremento que ha experimentado el patrimonio del club en estos siete años gracias, básicamente, a los 220 millones recibidos en cláusulas de rescisión y al nuevo contrato de televisión. Este dineral es una criptonita que les hace invulnerables ante cualquier contingencia negativa y les reporta una ventaja enorme no solo en estas elecciones sino en las próximas que puedan convocarse. Salvo catástrofe, la seguirán teniendo en 2022, 2026 o incluso en 2030.
El contraste con las dificultades mayúsculas de Aitor Elizegi es impactante. Conviene explicarlas de nuevo someramente -las dificultades, se entiende- para aclarar este paisaje a veces un poco confuso. Veamos. Como a nivel contable el ejercicio 2018-19 debe partirse en dos -al parecer, existe una disposición del CSD a este respecto, aunque no conozco a nadie que la haya visto-, se produce una situación curiosa. El dinero de la cláusula de Kepa, que es el que permitió a Urrutia presentar en octubre un presupuesto con 60 millones de superávit, se le adjudica en exclusiva a su junta, dado que ese ingreso se produjo en agosto. Al cocinero, en cambio, lo que le quedaría es la obligación de afrontar las pérdidas previstas por los gastos ya comprometidos por el club entre enero y junio. Serían unos 15 millones, más o menos, que obligarían al presidente de Bilbao Dendak a aumentar su aval.
¿Y la previsión de 76 millones, la famosa hucha que supuestamente permitiría a cualquier candidato externo a la junta saliente concurrir a las elecciones con total libertad y entrar en Ibaigane para pedir las papeletas de las firmas cantando 'I'm singing in the rain' y bailando como Gene Kelly? Pues bien, ese dinero, como el propio Uribe-Echevarría ha reconocido, no lo podría tocar Elizegi hasta 2020. ¿El motivo? Que esa provisión únicamente está prevista para cubrir las pérdidas del club y, en este ejercicio, el Athletic tendrá superávit. Otra cosa es que el cocinero de Santutxu no pueda ni olerlo.
Nos encontramos, pues, ante una carrera muy desigual. Eso sí, hay algo bueno, al menos en aras de la transparencia. Y es que esta realidad no la oculta nadie. Elizegi se queja de ellas, pero no esconde sus desventajas. Y Uribe-Echevarría tampoco oculta una posición de privilegio que, aparte de por todo lo dicho hasta ahora, se ha visto acrecentada claramente por la fecha elegida por Urrutia para las elecciones. Piensen que, de haber sido los comicios en febrero o marzo de 2019, como el deustoarra manifestó en más de una ocasión, su excontador no podría utilizar en esta campaña la baza electoral de que él sí podría hacer fichajes en enero, mientras que su rival lo tendría complicadísimo porque esos nuevos gastos los tendría que asumir y el aumento de su aval sería todavía mayor.
No sólo complicadísimo. Seamos precisos. En la entrevista de ayer en este periódico, refiriéndose a su rival, Alberto Uribe-Echevarría dijo una de esas frase que dejan temblando las lámparas. «Si piensa en el Athletic, puede llegar a inmolarse», aseguró. Sólo le faltó parafrasear a De Gaulle y decir aquello de «Yo o el caos». Debe ser que, a pesar de mi edad, soy todavía muy impresionable, pero me parece tremendo que para un presidente del Athletic cumplir su obligación esencial -pensar en el club- pueda ser un suicidio. Su ruina personal. En esas estamos, sin embargo. No me extraña que algunos socios ya se planteen movilizarse para que algún partido político intente introducir modificaciones en la Ley del Deporte, de forma que el Athletic no esté condenado a que, con la excepción de los directivos de Urrutia, sólo un multimillonario pueda presidirlo sin necesidad de inmolarse en el intento. Ni tampoco es raro que muchos socios empiecen a preguntarse qué ventajas nos reporta ser una sociedad deportiva y no una sociedad anónima con un accionariado muy atomizado, al estilo de la Real o el Eibar. O incluso una sociedad cooperativa, para poder mantener de ese modo el espíritu de un socio y un voto, como defiende un buen amigo mío.
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