Un pinchazo imprevisto de Fuente Ymbro
Solo un noble y bravo sobrero salva el honor de la ganadería premiada en las dos últimas ediciones de Semana Grande
Los dos primeros toros de Fuente Ymbro fueron los de más peso y alzada de la corrida. Fueron los de peor nota. Engallado y sillote ... el primero. Encampanado y también ensillado el segundo, todavía más alto. No altos de agujas sino de testuz y cuerna, levantados de salida y hasta la hora de doblar. No llegó a descolgar ninguno, ni intención de hacerlo. Abantos, sueltos en carreras y hasta en oleada, fueron, sin contar un muy serio cuarto de hechuras más armónicas, también los más ofensivos.
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Picado al relance, el primero galopó al caballo en la segunda vara y, distraído y ajeno, loco por irse, se huyó de manso. Paco Ureña quiso y se puso. Empeño vano, se rajó sin remedio el toro.
Los templados capotazos de brega con que Saúl Fortes sujetó al segundo fueron una apuesta digna de mejor suerte. La promesa de ocho dobladas de trazo templado y largo en la apertura de faena se frustró antes de lo previsto. Firme y compuesto, Fortes se trajo el toro por la mano izquierda. Antes del tercer viaje ya amagó con rajarse a tablas el toro, que en una segunda tanda aguantó hasta cuatro ligados, que acabaron siendo los mejores muletazos de la tarde. El pase de pecho obligado librado en una nueva huida del toro, una solución notable.
A las siete menos cuarto, como todas las tardes, sonaron las campanas del convento de franciscanos de Iralabarri, y entonces se puso más difícil la empresa. Fortes tragó miradas, por milímetros salió indemne de un gañafón del toro metido por la mano derecha en su última huida. Ni Ureña ni Fortes suelen ser expeditivos con la espada. No fue sencillo meter el brazo. Uno y otro cobraron estocadas suficientes. Caída y atravesada la de Ureña. De rara habilidad la de Fortes en la suerte contraria y a toro arrancado. Fortes le había brindado el toro a Diego Urdiales, invitado en un burladero del callejón y reconocido al entrar en la plaza, al pasear por el callejón y sobre todo al fundirse con Fortes en un estrecho abrazo.
Al detalle
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Bilbao. 6ª de las Corridas Generales. Luminoso, templado. 5.000 almas. Dos horas y media de función.
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Los toreros. Paco Ureña, aplausos en los dos. Saúl Fortes, aplausos y silencio. Fernando Adrián, una oreja y silencio tras aviso.
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Los toros. Seis de Fuente Ymbro (Ricardo Gallardo).
El tercero de sorteo se había lastimado en el enchiqueramiento y ya sin tiempo de sustitución. Escarbador, hizo lo que ninguno de los dos primeros: descolgar. Lisiado, inválido, fue devuelto sin picar. Entró en escena un sobrero de poco más de 500 kilos que, siendo del mismo hierro -todos los ganaderos han venido a Bilbao con ocho toros, como en la época clásica- parecía de otra corrida y para otra plaza. Fue el mejor de la corrida.
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Bien picado por José Antonio Barroso y bien lidiado por Roberto Blanco, galopó en banderillas y, todo entrega, claro son sencillo, metió la cara, repitió y, para colmo de virtudes, tuvo nobleza de bravo. Ligero en el saludo de capa -delantales, revoleras, media buena-, Fernando Adrián, nuevo en esta plaza, se embarcó en faena también ligera, un punto eléctricos los muletazos en redondo, de uno en uno los de tanda con la izquierda y, enseguida y al fin, el encaje entre pitones, péndulos, desplantes, cuerpo a cuerpo ya a toro rendido. Una tanda de bernadinas y una excelente estocada. Rodó el toro sin puntilla.
El imponente cuarto apretó en el caballo, se pegó una costalada, claudicó antes de banderillas y no se reventó pero casi al segundo muletazo. Firme, Paco Ureña tiró de él con buen pulso, lo sostuvo en pie, acabó trayéndoselo a tenaza y se pasó de faena. Una estocada desprendida. Aleonado, muchos pechos, caderas descompensadas, partido en dos mitades, el quinto no paró de pegar derrotes al lanzarse sin apoyo de los cuartos traseros. Fortes pecó de precipitado. Impaciente, atacó antes de llegar a asentarse el toro, que se rebeló, revolvió, se acostó por las dos manos y se enteró. Cuando lo vio imposible, se fue por la espada. Un pinchazo, entera y un descabello.
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Dio buen juego el sexto, a más en la muleta cuando estuvo fuera de las rayas. Por alto se vino sin duelo, tuvo también trato por bajo. Más pronto que tarde lo llevó Adrián a su terreno predilecto, la zona de los arrimones, los alardes y los cambios por detrás. Sin eco esta vez. Una estocada sin muerte. Un aviso.
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