Dar de beber al votante
La Semana Grande exige de los políticos una actividad omnipresente y unas habilidades insospechadas
Como suele pasar, hay dos grandes escuelas de pensamiento (o lo que sea) en torno a la fiesta y la política. Una de ellas apuesta ... por entender la Semana Grande como una especie de kermés ideológica que merece ser alimentada con generosas dosis de insistencia y convicción. A partir de ahí, todo es luchar, todo tiene significado: también ver los fuegos y pedir bocatas de lomo. El fenómeno es llamativo: hay quien cree que la multitud que bebe y baila en la calle lo hace de verdad por compromiso insobornable. Como en Nochevieja, imagino.
La otra escuela de pensamiento (o lo que sea) proclama con insistencia lo contrario, que en fiestas solo debe haber fiesta, jaietan jai, todo diversión, alegría, nada de política. Lo que hacen a continuación es llenarlo todo de políticos.
Entre una cosa y otra, el bilbaíno quizá no está nunca más cerca de sus representantes públicos que durante la Semana Grande. Los políticos se multiplican estos días, van de un sitio a otro, acuden a cada invitación, generan invitaciones. Sus agendas arden, sus jornadas se complican. Cuando no están preparando una tortilla solidaria están intentándolo con los bailables folclóricos o participando esforzadamente en el campeonato de baloncesto inclusivo sobre patines.
O cumpliendo turnos en la txosna propicia. En el caso del PNV esa txosna es la de Gogorregi y lo de los mandamases tras la barra, dando de beber al votante, es una tradición. Ayer Andoni Ortuzar, Itxaso Atutxa, Ana Otadui, Unai Rementeria y Juan Mari Aburto se enfundaron la colorida y complicada camiseta fiestera de las juventudes del PNV y se colocaron, frente a las cámaras, tras uno de los cañeros de la txosna.
Me pareció detectar que la gente que estaba en ese momento por allí -algunos disfrazados convenientemente de las cosas más extrañas: sioux, parisinas, cleopatras, marajás- se fueron como si tal cosa a pedir al cañero de al lado, en parte para no entrometerse en la foto de los líderes, y en parte porque cómo le dices que te gusta la cerveza con más espuma, mejor tirada, no sé, a Andoni Ortuzar.
El presidente del PNV fue precisamente el primero en servir una caña frente a la expectación mediática. Lo hizo con soltura, con decisión. La verdad es que en general la plana mayor del partido mayoritario se manejó con habilidad en el cañero. Unai Rementeria incluso aplicó técnicas avanzadas de sidrería y no cerraba el grifo entre una caña y otra: metía el vaso como si estuviese ante el chorro de una kupela. No fue el único prodigio hidráulico que se vivió ayer en Gogorregi. Poco antes, el peso de una furgoneta municipal había reventado la conexión de una tubería de los baños situados junto a la txosna. El géiser fue digno de verse. Potentísimo. Por suerte, era agua limpia. Los operarios dejaron la furgoneta sobre el desaguisado, medio disimulando, hasta que llegaron refuerzos.
«Comprobemos cómo están las cosas en lo tocante al txosnerío en la otra gran tradición política del país», me dije a continuación. También pude decirme: «Subamos al parque de Etxebarria a apostar fuerte en la carrera de camellos». Son ya muchos días de fiestas, díganme, ¿quién sabe exactamente lo que hace? Y el caso es que, unos pocos metros más allá de Gogorregi, en Federiko Ezkerra, el ambiente era del mismo modo animado, aunque con menos cámaras.
En lugar de cerveza, en la txosna socialista se trabajaba el mojito, esa sustancia. Las mesas se disputaban apetecibles en el paseo junto a la ría, los niños pintaban en una mesa dispuesta con acuarelas, olía a talo del mejor modo posible: del modo suculento y ancestral. Preguntados si era el aroma o la política lo que les había llevado allí, Reme y Mari Ángeles, dos jubilados, sonríeron traviesos y alzaron sus vasos. «¿Socialistas?» Bastante. Él incluso estuvo al frente de la Casa del Pueblo de Cruces. Ya se ve que la política y las fiestas son a su manera inseparables. Lo confirman Alfonso Gil, Yolanda Díez y Ekain Rico, que llegan animados a Federiko Ezkerra provenientes de mil sitios y de camino a otros mil más. Y aún queda lo más fuerte de las fiestas. Háganme caso: no se cansa más estos días un comparsero que un candidato.
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