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Los tres exalavesistas. De izquierda a derecha, Olivares, Ciriaco y Quincoces cuando dejaron Vitoria por Chamartín. El Correo
Historias en albiazul

Un mallorquín en el Alavés

Jueves, 30 de noviembre 2023, 00:28

En la primera etapa gloriosa del Deportivo Alavés, entre 1928 y 1932, la mayoría de los componentes de la plantilla albiazul eran naturales de Guipúzcoa ... y Vizcaya y, en menor medida, de Álava. La excepción más significativa era la de Manuel Olivares Lapeña, que había nacido en Son Servera, en la isla de Mallorca, el 2 de abril de 1909. Su nacimiento en las Baleares fue más bien circunstancial, pues su padre, que formaba parte del cuerpo de carabineros, estaba en esa época destinado en el archipiélago balear. Más tarde, el progenitor fue trasladado a Guipúzcoa, un lugar con alta presencia de carabineros, que se encargaban de la vigilancia de fronteras y costas, así como de combatir el contrabando. En 1940, este cuerpo se integró en el de la Guardia Civil.

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Fue en la vecina provincia de Guipúzcoa donde Olivares comenzó a jugar al fútbol, debutando muy joven en un modesto equipo donostiarra, el Avión. Allí le 'pescó' Amadeo García de Salazar, el factótum del Alavés en aquellos años, acostumbrado a echar sus redes en los caladeros guipuzcoanos. Con solo diecinueve años se incorporó al club babazorro en 1928. Al año siguiente fue el máximo goleador de Segunda división con la increíble cifra de veintitrés goles en solo dieciocho partidos. Con sus tantos contribuyó decisivamente al ascenso del Alavés a Primera en 1930.

'El Negro', con la camiseta madridista, acosa a un portero rival.

La de 1930-31 fue su última temporada en el once alavesista: marcó diez goles en la máxima categoría, incluyendo el primer tanto albiazul en Primera, logrado contra la Real Sociedad en San Sebastián el 7 de diciembre de 1930, solo dos minutos después del inicio del choque. En junio de aquel año había debutado con la selección española en un encuentro disputado en Praga contra Checoslovaquia. Al finalizar esta campaña, un Alavés que trataba de resolver sus problemas financieros lo traspasó al Real Madrid, donde llegó a ser el 'pichichi' de la Liga 1932-33.

Olivares, que era apodado 'el Negro' o 'Chipirón' por la tez morena de su piel, rememoraba con gusto años después su etapa albiazul. Su recuerdo más especial no se refería a la Liga ni a la Copa, sino al momento en que el Deportivo Alavés se proclamó campeón regional absoluto de Vizcaya por encima del Athletic, en 1929-1930. El partido contra el Arenas fue clave para la obtención del campeonato. Olivares recordaba el último gol de ese partido como su «momento más emocionante en el glorioso Alavés». «Faltando tres o cuatro minutos, nos tiraron un córner e íbamos ganando por un tanto de ventaja. Yo bajé a defenderlo y el gran Quincoces me mandó salir de la portería de 'Beris' [Beristain], diciéndome que se bastaban para defender la puerta. Lo tiró Saro, extremo derecha, despejó el balón Quincoces, de cabeza, y yo lo recogí, casi en nuestra área de gol. Corrí todo el campo con la pelota, perseguido por Llantada y Arrieta, y clavé el quinto gol». El delantero albiazul lo celebró con «una voltereta acrobática en señal de júbilo».

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Tras pasar del Madrid al Donostia -la Real Sociedad de la etapa republicana- y al Zaragoza, Manolo Olivares aún regresó al Alavés durante la Guerra Civil. Después jugó en varios equipos más y ejerció como entrenador. Ya retirado del fútbol, era muy querido en Vitoria, donde había nacido su primera hija, pese a que por entonces vivía en San Sebastián.

Cuando falleció, el 16 de noviembre de 1976, EL CORREO le dedicó una sentida necrológica en la que le calificaba como «uno de los más renombrados jugadores del Alavés». Destacaba no solo su estampa de delantero centro 'de rompe y rasga', sino sobre todo su relación con Vitoria y l club albiazul. Olivares «solía pasar todos los veranos unas vacaciones en Vitoria» que aprovechaba para visitar a antiguos compañeros de su época como Antero, Lasheras o Urquiri. Además, casi siempre que el once vitoriano visitaba Madrid, ciudad en la que vivía desde hacía algunos años, se acercaba a ver jugar a un Alavés que él todavía recordaba como «el de D. Amadeo García de Salazar».

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