Éxtasis de la ciudad barbuda
El teatro de los sueños. ·
Una afición albiazul con abundante cantera joven y entregada a sus redentores cuelga el cartel imaginario de 'no hay billetes' en el hermoso salón de estar vitoriano para celebrar el enésimo resurgimiento de un equipo irredento y potente otra vezViene al puritito centro de Vitoria un jeque de los que compran clubes para procurarse algo de entretenimiento ayer a media tarde y no entiende ... absolutamente nada. O algún magnate que destina parte del dineral que tiene por castigo en el afán de adquirir notoriedad y tampoco. Porque el fútbol sin respaldo social ni pasión se queda en las raspas. Sólo esqueleto a falta de músculos y vísceras que lo sustenten. Algo de lo que va sobrada la parroquia albiazul, el soporte sentimental y muy creciente de un escudo centenario.
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Toda sociedad necesita para vertebrarse signos identitarios que la conformen. Y negar semejante condición al Glorioso equivale a no comprender ni el prólogo de la obra. De vivir Bécquer ahora se preguntaría en verso qué es comunión clavando su pupila en nuestra pupila albiazul. Pues comunión es esto, poeta, la conmovedora entente cordial entre una plantilla resiliente según el manual presidencial y una hinchada entusiasta.
El jolgorio de la chavalería
A lo largo de la extensa historia del Alavés se han añorado más productos propios en pantalón corto y botas de tacos. Pero, desde luego, nada que temer en cuanto a la realidad de una prolífica cantera joven. Dos horas y media antes de que el autobús descapotable enfilara el repecho hacia la balconada, los hijos y las niñas de Dortmund ya gastaban suelas en cada salto festivo y algo de las cuerdas vocales.
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Villalibre se gana a la Virgen Blanca a golpe de trompeta
Si el Manchester United identifica Old Trafford con el teatro de los sueños, la plaza de la Virgen Blanca es para nosotros el escenario de los júbilos. El hermoso salón de estar de Vitoria colgó el cartel de 'no hay billetes', igual que la formidable terraza longitudinal de Asun Gorospe. El faro albiazul más conocido de la capital alavesa.
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Ni siquiera la lluvia, tímida a las siete en punto de la tarde, y más pelma veinte minutos antes de aparecer el bus o el tren que nos lleva a Primera otra vez- mojó el jolgorio. El encargado de la música, guasón él, pinchó 'No importa que llueva' y el gentío empezó a entonar los cánticos de Polideportivo, grada heredera a lo grande de la entrañable General antigua. Y suena por primera vez el himno a capela, esencia del Deportivo en estado puro.
De pronto, o por fin, dobla la esquina de Prado con la plaza el autocar descapotable con destino a la Liga de las Estrellas. Entre el humo londinense de las bengalas se aprecia en el frontal a Guridi a un extremo, manejando la ikurriña como un capote, y a Villalibre al otro, envuelto en la enseña vasca. Enmedio el jefe, el técnico especialista en ascensos. Brazos al viento, tremolar de banderas y entrega absoluta a los protagonistas de la gesta.
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Hay éxitos deportivos que obran milagros, como ver a Guridi el calvo con un pelo afro en tono azul. Sube la plantilla hacia la balconada igual que ha ascendido a Primera, con el tiempo estirado de diez meses eternos. El grupo presencia el aurresku de honor y Laguardia, el centinela de las esencias, se dispone a depositar el ramo de flores a los pies de la hornacina ante el ánimo emocionado de Sivera. «Grande, Lagu, grande», le dice el portero con cierres blindados de seguridad para su meta.
«Bu-bu-búfalo», clama la gente a un hombre que ya es especie protegida
Pero el personal quiere escuchar a los jugadores, que aceptan el reto encantados de ver desde la atalaya a toda una capital rendida. Toma el micrófono el capitán maño para ejercer de Celedón con sus proclamas sentidas en favor de sus compañeros y aficionados. Y lejos de cortarse, el canario Javi López va más allá al entonar la marcha del aldeano de Zalduondo. El vallisoletano Miguel se arranca en euskera y Balboa, formado en Ibaia, manda un mensaje de resistencia y fe a quienes pretenden vestir la camiseta albiazul. «Hace años, en el otro ascenso, yo estaba en la plaza, donde estáis vosotros. Y si queréis jugar en el Alavés no dejéis de soñar».
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Pero, claro, entre tantas intervenciones más o menos espontáneas faltaba la actuación estelar programada. La del trompetista de Hamelin, el hombre más fotografiado de la tarde. «Bu-bu-búfalo», clama la gente como si pidiera respeto a una especie protegida. Y el orfebre del penalti que paralizó a un territorio entero toca tres piezas para alborozo de una concurrencia entregada. La tarde que recordarán generaciones de albiazules como el éxtasis de la ciudad barbuda y el número 129. Porque el Glorioso nunca se rinde.
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