Esta sí que es una afición de Primera
El corazón de decenas de miles de aficionados late al unísono con sangre albiazul en la Virgen Blanca, todos rendidos al barbado mesías Villalibre
Después de lo que se ha vivido en la tarde de este lunes en la Virgen Blanca, hasta el más agnóstico, hasta el más ateo, ... hasta al que le viene justito para saber qué demonios es un fuera de juego, hasta ese ha vivido una especie de revelación y se ha convertido a la religión del alavesismo. Porque solo algo así, más que atávico, casi divino, puede explicar que los corazones de decenas de miles de personas tan distintas, de chavales con el pavo subido, de niños casi de teta, de señoras muy enseñoradas y de caballeros ya de pelo cano comiencen a latir a la vez y al mismo compás en una plaza abarrotadísima. Todos contagiados por una alegría inmensa ante la mera aparición de un autobús con unos tipos a bordo, con un mesías barbado al frente, capaces de contagiar pura felicidad a una multitud. No hay explicación racional posible para esto.
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Para las 17.00 horas, en la plaza de la Virgen Blanca ya se empezaba a ver a un buen número de cuadrillas de chavales muy jóvenes, todos convenientemente equipados con sus camisetas, sus pinturas albiazules en los carrillos y también, por supuesto, con sus katxis de kalimotxo. «Llevamos aquí desde las tres de la tarde», anunciaba, orgulloso Sergio Etxeita, 18 años -habrá que creerle-, que con su cuadrilla había acampado a los pies de la balconada. «Lo que va a pasar hoy aquí va a ser muy grande», anunciaba el chico, que, después demostraría estar dotado innegables dotes premonitorias.
La 'Villalibremanía'
Se respiraba cierto aire de permisividad en esa plaza, de todo vale por un día. Con un gintonic, Santi Herráez aseguraba sin reparos haberse tomado la tarde libre en la oficina para «poder disfrutar de este día que va a pasar a la historia del alavesismo». Y Ricardo Ibáñez, aficionado babazorro hasta el tuétano demostraba que la locura por el ascenso a Primera se le había subido mucho a la cabeza. De forma literal. Con espray les pintaba el pelo, mitad blanco mitad azul, a sus criaturas, Diego, Adrián y Elsa. «Hoy hay que permitirles lo que sea», aseguraba ufano el padre. Por allí también estaban Ion Fuertes, Sebastián Intxausti e Ibai Lajarín, los tres con una espesa barba postiza con la que demostraron que la capital alavesa vive estos días contagiada por la 'Villalibremanía'. «Este tío es el héroe que nos ha llevado a Primera», compartían.
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En términos de heroicidad, de gesta, de épica, se expresaban tantos y tantos aficionados que para después de las seis de la tarde ya habían llenado prácticamente toda la plaza y teñían todo el corazón de la ciudad de albiazul. Se respiraba ya a esa hora un contagioso optimismo. No hay dudas de que esta subida a Primera le ha supuesto, ante todo y más allá de lo puramente deportivo, un subidón a la ciudad, un necesario chute de autoestima para la capital alavesa. «Creo que lo necesitábamos todos los vitorianos, yo tampoco soy de los que van todas la semanas a 'Mendi', pero había que estar aquí hoy y vivir algo tan emocionante», comentaba Natxo Iriarte, con las mejillas pintadas y el corazón en un puño.
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Llevaba razón Natxo. Resultó estremecedor ver a tantísima gente coreando al unísono del himno del Alavés, con las bufandas extendidas, brazos en alto, en uno de esos ritos que demuestran puro fervor. Ni ese cielo amenazador, ni esa lluvia que llegó a descargar a ratos logró amilanar a unos hinchas que a las siete de la tarde ya habían logrado impregnar con sus cánticos, sus gritos, sus bengalas, sus banderolas... a la plaza con un ambiente que solo se ve por aquí en La Bajada, cada 4 de agosto. No cabía un alfiler. Pero de verdad.
Fue después de las ocho de la tarde, con cierto retraso respecto a lo que estaba previsto en el guion, cuando se desató la locura en la Virgen Blanca, epicentro de la fe alavesista. El autobús apareció como aparecen las deidades, con un Villalibre muy terrenal ondeando una ikurriña y llevándose las manos a los ojos, no se sabe si para frotárselos de pura incredulidad al ver cómo toda una ciudad se había concentrado allí o por pura emoción. Entre gritos, alaridos de 'Búfalo, Búfalo' y cantando hasta desgañitarse 'Alavés, Alavés te quiero', el personal recibió a ese equipo, a sus ídolos que hicieron vibrar a toda la plaza, que provocaron un estado de indescriptible éxtasis colectivo. «Esto, lo que hemos vivido aquí hoy lo vamos a recordar toda la vida», resumía Juan Carlos Zarate. ¿Es o no es para creer?
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