Paco de Lucía en la catedral de las guitarras
El maestro gaditano grabó en 1980 con John McLaughlin y Al Di Meola un concierto tan arriesgado como genial en San Francisco
Miguel Pérez
Viernes, 9 de mayo 2014, 19:26
Friday Night in San Francisco ha pasado a la Historia como la catedral de las guitarras. Una bóveda de cuerdas sustentada sobre el legado del maestro Rodrigo y Miles Davis. Lo grabaron el 5 de diciembre de 1980, en pleno invierno californiano, Paco de Lucía, Al Di Meola y John McLaughlin en el abarrotado Warfield Theatre de San Francisco. El concierto resultó tan arriesgado en lo comercial como histórico en su dimensión artística. Descomunal. Los tres guitarristas certificaron que no había límites a su genio. Desde el pasado miércoles, este álbum forma parte del inmenso patrimonio cultural dejado por el maestro de Algeciras, fallecido a los 66 años en una playa mexicana en compañía de los suyos. De sol, arena y amor, como él mismo era.
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Aquel recital, editado en disco en 1981, nació de la curiosidad infinita de sus intérpretes. Se conocían bien. Antes de la noche mágica, los tres ya habían tocado juntos, se habían estudiado a fondo, pero aun así pasaron largas horas conversando de lo que iban a hacer. Hablamos de tres almas concienzudas. El gaditano había trabajado con Al Di Meola ya en su disco Elegant Gypsy y formado con McLaughlin y Larry Coryell un trío que recorrió Europa y del que ofrece testimonio Meeting of Spirits, grabado en el Royal Albert Hall de Londres. Aun así, seguían teniéndose el apego y la curiosidad mutua nacida de la admiración.
A Paco, que era puro duende, le despertaba interés el virtuosismo académico de los instumentistas de jazz. Dotado de una técnica infinita, se sentía a gusto con un género que le permitía cabalgar en libertad. A él, que llevaba encima el fascinante espíritu de la improvisación. El gusanillo por el jazz le entró al gaditano mucho tiempo atrás. Cuando menos desde Berlín, donde grabó con Javier Iturralde la antología Flamenco Jazz en 1967. También anduvo por esos caminos con un alma gemela, Chick Corea, con quien se reencontró por última vez en el escenario del festival de jazz de Vitoria el año pasado en otra noche mágica. Y elevó a lo sublime el injerto con el sexteto compartido con su hermano Pepe (padre de la cantante Malú), Ramón de Algeciras, Jorge Pardo, Rubem Dantas y Carles Benavent: una alineación que durante dos décadas fue cocinando esa fusión de expresión flamenca, cadencia y calidez del latin jazz, cuyo máximo ejemplo es el álbum Live... on night summer (1984).
De John McLaughlin puede decirse que aquella noche en San Francisco era un genio en permanente tránsito entre la serenidad oriental y su desmedido afán por la indagación. Por poner a prueba los límites sonoros del jazz y el rock. Una actitud que le llevó a crear magníficas máquinas sonoras como la Mahavishnu Orchestra. De Al Di Meola, visionario y técnico extraordinario de la guitarra, se sabe que también perseguía las nuevas sonoridades. En aquel entonces estaba todavía en la meca de la fascinación por el flamenco como expansión del jazz fusión. Si había sobrevivido a la Return to forever de Chick Corea, entablar un duelo con otros dos colosos de la guitarra suponía más un disfrute que un problema.
Sólo sobre estos tres personajes pudo surgir la idea de celebrar un concierto sin ningún otro acompañamiento instrumental, en un escenario tan sobrio como pueden dibujar tres guitarristas sentados. Paco veía a sus cómplices como los dos jinetes en medio de la tormenta. McLaughlin y Di Meola estaban rendidos ante la elegancia de cristal del gaditano y su profundo conocimiento de una cultura ancestral. Así que no les importaron demasiado las dudas de quienes veían aquello como un experimento culturalmente impresionante para ser servido en directo, pero muy poco comercial en su versión enlatada. Se equivocaron.
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En efecto, Friday Night in San Francisco cayó como una auténtica bomba en la recién nacida década de los 80. Vendió miles y miles de ejemplares. Destinado en principio a los cajones de jazz, saltó a las estanterías generalistas junto a Santana y las reediciones de Hendrix. En 1983, después de una larga gira, el trío grabó Passion, Grace and Fire, un álbum que también obtuvo un elevado nivel de ventas. Y en 1996 se reunirían otra vez en Guitar Trio, pero esta vez los tiempos habían cambiado y quedó clasificado primordialmente como un disco de género.
Un repertorio hecho para su manos
En los 80, en cambio, paraíso de la experimentación sonora, el directo de San Francisco constituía un soplo de aire fresco en medio del huracán. El torbellino venía de los 70, empujado por la fuerza de la frescura y un absoluto aperturismo musical en el que participaban los cinco continentes. El virtuoso del sitar Ravi Shankar había encandilado tanto a George Harrison como a Gualberto García, pilar fundamental del grupo pionero del rock andaluz Smash y, paradójicamente, colaborador al igual que Paco de Lucía de Camarón de la Isla. En Estados Unidos Jaco Pastorius y Joe Zawinul impulsaban el jazz fusion. La locura free. Y las islas británicas seguían impresionando con el aplastante legado del rock progresivo y proyectos innovadores como lo fue el monumental Tubular Bells. Apenas cuatro meses antes de la reunión de los tres guitarristas, Mike Oldfield acababa de ofrecer un impresionante concierto en el Festival de Knebworth que todavía en España ponía ojipláticos a los melómanos.
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En medio de esa turbulencia, tres tipos se juntan una noche en un teatro de San Francisco y tocan como dioses un repertorio hecho para sus manos. El disco constará más tarde de cinco largos desarrollos; el último, una pieza de estudio de McLaughlin. Mediterranean Sundance (Al Di Meola) / Río Ancho (Paco de Lucía), Short Tales of the Black Forest (Chick Corea), Frevo Rasgado (Egberto Gismonti), Fantasia Suite (Al Di Meola) y Guardian Angel (John McLaughlin) conforman un mosaico de emoción, color y sabiduría.
Las personas que hayan escuchado este disco saben perfectamente quién es quién en la ejecución. Un concepto brillante. Cada guitarrista graba en un canal propio para respetar su arte y la comprensión del público diferenciando los toques. El recital lo estrenan Paco y Al Di Meola. Luego, éste con John McLaughlin. Más tarde, Al Di Meola se levanta, deja el escenario y entra de nuevo el maestro gaditano. Finalmente, los tres. Pura armonía. Nadie se coloca sobre los demás. Ninguno adelanta al resto. Tan pronto se sitúan en el papel de solista como de músico de acompañamiento. Más allá de sus indudables cualidades interpretativas, la razón del éxito de Friday Night in San Francisco radica en la humildad de tres sabios que supieron crear una democracia perfecta con sus guitarras.
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