Una treintena de refugiados malienses vuelve a hacinarse en los soportales de Vitoria
Esperan cita para tramitar la solicitud de asilo. Sobrellevan la situación gracias a los vecinos mientras se prevén nuevos traslados a Oñati
Jon Casanova
Viernes, 17 de octubre 2025, 00:21
La historia se repite. Una treintena de refugiados malienses vuelve a hacinarse en los soportales de Salburua, en las inmediaciones de la comisaría de la ... Policía Nacional, con el anhelo de poder tramitar una solicitud de asilo que puede tardar meses en llegarles. Duermen en colchones tirados sobre el pavimento, carecen de medios para poder asearse y sobrellevan como pueden la penuria gracias al apoyo que reciben cada día de los vecinos. Son menos que el pasado verano, cuando vivieron esa misma situación más de medio centenar de compatriotas. Pero la precariedad es la misma, con el frío nocturno como agravante, y sin que la red asistencial pueda aportarles un recurso habitacional urgente.
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Algunos han caído enfermos por las temperaturas de estos días, con mínimas por debajo de los 10 grados, y la higiene limitada. Una imagen de fragilidad en la calle Cuenca del Deba casi calcada a la de agosto. Peor, de hecho. Ya que a diferencia de lo que sucedió entonces, este grupo de inmigrantes ya no cuenta con servicios de aseo en el polideportivo San Andrés, en Txagorritxu. «Eso ya no existe», lamenta Souleymane Sangare, presidente de la Asociación de Marfileños en Álava (Costa de Marfil y Malí comparten frontera).
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«No es adecuado que la gente esté aquí. Hay muchos con tos y gripe», lamenta Moussa Coulibaly, uno de estos refugiados, de 46 años, que teme que la situación vaya a peor. La Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) y otros entes públicos intentan darles un techo con celeridad. Pero la capacidad del sistema es limitada. «A partir de la semana que viene, seguramente» alguno de ellos será trasladados a los recursos de Oñati. Todo apunta a que saldrán de Vitoria a cuentagotas, en función de las plazas que vayan quedando disponibles. De hecho esta semana estaba previsto que al menos dos de ellos pudieran viajar a la localidad guipuzcoana. No ha podido ser.
Al menos una docena de los nuevos demandantes de asilo ha llegado a la ciudad desde Lepe (Huelva) tras pasar, en algunos casos, hasta nueve meses de vicisitudes. «Aquel no era un buen sitio», comenta Sangare. Tras haberse formado varias huelgas en el centro «les hicieron firmar papeles para que se fueran si no querían seguir allí», relata el portavoz de la Asociación de Marfileños en Álava, colectivo que se ha convertido en una especie de red de protección para ellos. Eligieron como destino la capital alavesa porque «vieron en los medios de comunicación» que aquí la tramitación de la solicitud de asilo era más rápida.
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«Queremos conocer las normas para saber cómo hay que moverse»
Moussa Coulibaly
46 años, Malí
Durante su estancia en Lepe no recibieron ninguna formación, ni siquiera clases de castellano. «Estuvimos ocho o nueve meses sin nada. Y así es muy difícil integrarnos», relata en su francés natal Coulibaly, quien aspira a que aquí él y todos sus compañeros puedan llegar a vivir una situación «normal y adecuada». Por el momento, alguno ya intenta adelantar deberes y reducir la barrera del idioma. Se sirven de aplicaciones de móvil que, por el momento, les permiten chapurrear frases sencillas con las que comunicarse.
Otro de los aspectos que consideran «muy importante» es llegar a conocer «las normas (de convivencia) de aquí porque si no, no sabes ni cómo moverte, ni cómo hacer las cosas», razona Coulibaly. «Lo único que pedimos es ayuda para que podamos salir de esta situación», subraya.
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«España es un país que respeta mucho el derecho de las personas»
Bandjougou Cisse
50 años, Malí
A Fousseni Tambadou, de 30 años, le reconforta en cierta manera «la gente buena que hay aquí». «Estamos durmiendo bajo un portal y si fuera otro sitio, nos echarían rápidamente. Llevamos tiempo aquí y no nos han dicho casi nada», asegura. «Agradecemos la labor que están haciendo todos los vecinos». Agustín Plaza, presidente del colectivo vecinal de Salburua explica que intentan dar apoyo pero sus recursos son «muy limitados» y, pese a sus intentos por «presionar a las administraciones públicas para que les puedan dar un sitio en el que dormir», aún no han recibido respuesta.
Los residentes se acercan con mantas, comida y en algunos casos dinero con el fin de ayudarles a soportar su precaria situación. Meses atrás, cuando se produjo la mayor oleada de refugiados provenientes de Malí, incluso un restaurante, 'La Fábrica', llegó a ofrecer a los vecinos su cocina para ayudar a proveer alimentos elaborados a tanta gente de forma más eficaz.A medida que se redujo el flujo, familias de Salburua vienen optando por prepararles los platos en sus casas.
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«Aquí hay gente buena, si fuera otro sitio nos echarían rápido»
Fousseni Tambadou
30 años | Malí
Bandjougou Cisse, 50 años, no imaginaba que iba a tener que dormir en la calle cuando hace dos semanas llegó a la capital alavesa, tras un largo periplo desde Libia. «Elegí quedarme en España porque es uno de los lugares donde más se respeta el derecho de las personas», subraya. Dejó Malí hace nueve meses por motivos que no quiere desvelar –muchos compatriotas huyen para evitar ser reclutados para una guerra que parece no tener fin–. «No puedo volver», insiste una y otra vez sin dar más explicaciones. Ha pasado por Italia y Francia antes de tener que vivir aquí a la intemperie. Ansía poder traer a su mujer e hijos, que continúan en Malí, una vez consiga regularizar su situación y conseguir un trabajo. «Si lo logro espero poder reagrupar a mi familia», afirma.
Un reencuentro que tardará en llegar. No saben cuándo serán citados para iniciar los trámites de su petición de asilo.Pensar en la espera les provoca «gran desesperación». El tiempo se les hace eterno, más aún en la precariedad de los soportales de Salburua. «Confían en que les llamen cuanto antes. Les agobia pensar que pueden pasar meses e incluso años. Les desespera, sí», razona Sangare.
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El pasado agosto esperaron de media entre dos y tres meses para poder dejar las calles. Ese fue el tiempo que necesitó la red asistencial para ofrecerles una estancia provisional en centros de acogida de Oñati o Barcelona. «Es lo que queremos ahora por encima de todo, un sitio para poder dormir».
«La situación es complicada porque llegan personas nuevas»
Desde la Delegación del Gobierno en Euskadi explican que el proceso de asistencia a estos refugiados se va ejecutando «a medida que tienen cita, lo que sucede es que continúan llegando más». Un goteo constante. «La situación sigue siendo complicada», admiten al tiempo que se insiste en que «se intenta paliar y agilizar todo lo posible los trámites». Un flujo de demandantes de asilo que no descartan pueda repetirse en el futuro por la situación convulsa que se vive en muchos países.
«Hoy es Malí, mañana puede ser otro sitio». Cabe recordar que Malí se encuentra en una profunda crisis desde 2012, agravada por los conflictos armados —una junta militar ostenta el poder desde hace cuatro años— y el terrorismo, con amplias zonas aún controladas por filiales de Al Qaeda y el Estado Islámico.
Junto a ONGs colaboran para «darles alojamiento, ya sea en Euskadi, en Álava o en el resto de España». El procedimiento, subrayan, «es diario y depende de la disponibilidad». Los recursos ofrecidos «no son obligatorios» y algunos pueden llegar a negarse a desplazarse lejos. «Hay gente que dice que a Cádiz no quiere ir, o a Alicante o Sevilla, pero a veces son los únicos sitio donde hay plazas».
El proceso requiere una primera cita en la que el solicitante expresa su intención de pedir asilo y una segunda, más en profundidad, donde se detalla el motivo: «por persecución política o lo que sea». Consideran que «los refugiados no vienen exactamente a Euskadi, sino a Europa». Principalmente Francia, que se acoge al pacto europeo que prioriza la solicitud de asilo en el primer país de Europa que pisa el refugiado.
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