843 alaveses con discapacidad encuentran hueco en el mercado laboral
La empresa foral Indesa se encarga de la limpieza de edificios públicos, lava las sábanas de los hospitales y residencias y cuida de los jardines de los polígonos
No todo son dividendos en empresas como el centro especial de empleo Indesa, que en Álava da trabajo a 843 personas con discapacidad. En su ... cuenta de resultados existe lo que los expertos denominan el valor social integrado (VSI), que calcula el impacto económico y social que genera cada organización. Ahí se incluyen sus beneficios, pero también el impacto que ha tenido sobre sus empleados, sus familias, la administración y, por supuesto, su clientela. Indesa -que al 99,9% está participada por la Diputación- generó el año pasado 49,5 millones de euros en este concepto, de los que 16 millones corresponden a salarios y seguros sociales; seis al ahorro económico para las familias y la correspondiente reducción de programas asistenciales, y cuatro a la recaudación a través de cotizaciones por la actividad laboral.
Publicidad
Los servicios de limpieza de los centros cívicos, colegios públicos y residencias seguramente son la cara visible de esta empresa, pues también es a lo que se dedica el 52,15% de su plantilla. Pero, con más de tres décadas de historia bajo distintos nombres, también genera oportunidades de empleo en actividades industriales, cocina, jardinería y lavandería.
Labores que en muchos casos son esenciales -son quienes desinfectaban las residencias forales y los hospitales de Leza, Santiago y Txagorritxu en plena pandemia- y que desempeña una plantilla que al 90% está compuesta por personas con algún tipo de discapacidad reconocida. El 55% de carácter intelectual, el 41% de tipo físico y el 4% restante, sensorial (visual, auditiva...).
A cada cual se le busca el hueco en que mejor encaje y, por supuesto, que mejor ajuste con su discapacidad. En el trabajo de campo o en la cocina no hay personas con problemas de movilidad, que son más demandadas para el área industrial, donde trabajan en el empaquetado y montaje de distintos productos, como -por ejemplo- pueden ser los relacionados con Lascaray, la empresa que produce LEA y que hace menos de un mes sufrió el incendio de su planta en el polígono de Arriaga. «Indesa es única, no es una empresa al uso. Aquí a los trabajadores se les acompaña, se les orienta, se les forma, se les 'diseña' su puesto de trabajo adaptado a sus capacidades», explica su director-gerente, Ander Eguidazu, que lamenta que muchas veces todo este trabajo sea «desconocido» para la sociedad alavesa.
Publicidad
En Foronda
Indesa desarrolla su actividad en siete talleres propios (cuatro ubicados en Vitoria y el resto repartidos entre Llodio, Oion y Elburgo), pero su personal se distribuye en 50 centros de trabajo por todo el territorio. Uno de ellos es la cafetería del aeropuerto de Foronda, donde desempeñan este servicio desde hace siete años.
Para muchos, esta es la vía que les queda para acceder al mercado de trabajo, tras toparse con múltiples escollos en unas empresas convencionales que pueden considerar la discapacidad como un lastre para su desarrollo. Así lo relatan Enrique García, Virginia Álvarez, Álex de Merici, Izaskun Díez y Elideidys Mederos a EL CORREO, cinco personas con perfiles muy distintos.
Publicidad
-
Enrique García Jardinería
«Sin formación y con lo que tengo... no era fácil encontrar trabajo»
Enrique García entró hace 19 años a Indesa. Ahora se dedica a desbrozar las zonas verdes de los polígonos industriales y las depuradoras de la provincia, aunque para hacer la entrevista se acerca a los invernaderos de Arbulo. «Me habéis cambiado la rutina», se queja. Allí estuvo los seis primeros años dentro de la empresa y no duda en doblar la espalda para ayudar a su viejo amigo 'Cano' en la recogida de tomates. «Antes de entrar en Indesa había hecho mil cosas. Al no contar con una preparación y con lo que yo tengo... pues no es fácil que te acepten y te contraten», comenta este hombre de 44 años. Se refiere a una discapacidad psíquica de la que tampoco quiere dar excesivos detalles.
Porque no ha tenido un camino sencillo desde que los profesores de segundo de Secundaria le dijeron «estudiar no es lo tuyo». Pasó por el centro de formación profesional El Carmen, donde estudió Jardinería «y al tercer año como no me gustaba la Carpintería o la Mecánica, pues me metí a Corte y Confección, lo que me ha servido para coserme los botones de las chaquetas».
Publicidad
En el mundo laboral empezó en «el secadero de jamones de Don Silván, donde tenía que colgar paletas a siete u ocho alturas, embuchaba chorizos o salchichones, descargar camiones y lavar callos». Luego estuvo montando la sección de fontanería del Leroy Merlin. Pasó por Bioaraba y Eulen. «Eran años malos y la estabilidad era imposible. Las empresas no estaban tan concienciadas con la discapacidad y aquí encontré mi hueco», comparte Enrique.
Y es que no sólo es un trabajo. En Indesa ha conseguido ampliar su red de amistades, ocupar el día y huir de esas otras preocupaciones que le carcomen la salud. «Me ha servido para despejar. Yo siempre he estado buscando mi rumbo en la vida, aunque después de la pandemia he estado muy mellado por cuestiones familiares... La ventaja es que aquí pasas las horas al aire libre. Yo estuve mucho tiempo dentro de un polígono y eso no me gustaba, ni tampoco me hacía ningún bien. Al principio me tocó pelar berzas y puerros con agua helada sin guantes, ahora te los dan para cualquier cosa, y me sirvió de mucho», señala. «Esto estaba antes dejado de la mano de Dios y ahora es una cosa totalmente distinta», destaca.
Publicidad
-
Virginia Álvarez Limpieza en la residencia Zadorra
«En el hospital, sólo pensaba en cómo iba a ganarme la vida»
Virginia García -'Vir' para quienes han trabajado con ella- llegó a España hace casi una década desde Venezuela huyendo de la violencia. «Un día, cuando esperaba a que se abriese la puerta del garaje, golpearon la ventanilla del coche y me encañonaron con una pistola, allí decidí que tenía que salir y volver al país que vio nacer a mi papá», declara. Su objetivo era «trabajar, trabajar y trabajar», por lo que esta logopeda de formación en su país de origen aceptaba todas las ofertas laborales que le llegaban por muy alejadas que estuviesen de su perfil. Pero el cuerpo le dijo basta.
«Quería una vida rápida, que todo fuese al momento. Me dio un ictus y me quedó una discapacidad del 38%», confiesa 'Vir', aunque a primera vista no se le perciben secuelas. «No eres el primero que me lo dice, pero las hay», añade con media sonrisa en el rostro. «Yo vine aquí a trabajar y en las cinco semanas que pasé en el hospital sólo pensaba en cómo iba a ganarme la vida. En San Prudencio (IFBS) me explicaron qué es Indesa, y yo respondí: '¿cuándo empezamos?'», afirma orgullosa.
Noticia Patrocinada
Arrancó en octubre de 2019 cubriendo bajas y con contratos cortos en la sección de limpieza. «Y llegó un momento en que me llamaron para trabajar tres días en Etxebidea, y me quedé tres años allí», indica y recuerda con enorme cariño a los usuarios de esta residencia para personas con discapacidad -casos severos- situada en Armentia. «Son súper cariñosos y para mí han sido el reflejo de que, por muy mal que te despiertes un día, hay que sonreír y echar para delante», subraya.
Ahora acaba de incorporarse como encargada de limpieza en la residencia Zadorra de Abetxuko. «Es que esto no es pasar una escoba por el suelo, hay diferentes tipos de tratamientos, productos y una serie de estándares que se deben cumplir. No es lo mismo el suelo de una zona común que el cuarto», explica.
Publicidad
Ella lo que más valora de la empresa es que se sienten «útiles» como profesionales y además cumplen su labor con unos resultados a la altura de cualquiera. «Todos tenemos una discapacidad, unas más graves que otras, y algunas que incluso pueden parecer invisibles, pero todos tenemos un compromiso hacer nuestro trabajo de forma perfecta y que nadie note diferencia», plantea.
-
Álex de Merici Cocina central
«He reforzado la capacidad para relacionarme con otras personas»
Álex de Merici, de 31 años, siempre supo que se quería dedicar a la hostelería. Lo que pasa es que erró en su elección inicial. Estudió en Mendizorroza para ser camarero, pero no era lo más adecuado para una persona con Síndrome de Asperger. Esta variedad del autismo que se caracteriza por las dificultades para la interacción social y la comunicación no verbal. «Yo entraba a una sala sujetando una bandeja y veía que todo el mundo me miraba. Me avergonzaba y me bloqueaba. No estaba hecho para eso», recuerda.
Publicidad
Hace once años que encontró un puesto idóneo para él en las cocinas centrales que Indesa tiene en el polígono de Júndiz para alimentar a las residencias y los centros ocupacionales de personas con discapacidad, alrededor de mil menús entre comidas y cenas. «Yo eché el currículum y me llamaron. No estaba exactamente preparado para estas funciones y he aprendido muchísimo en estos años», señala. Ejerce de ayudante de cocina, por lo que «pelar patatas, picar verdura, freír pechugas, fregar los cacharros o limpiar», y aun así, cuando llega a casa no le faltan ganas para anudarse el mandil y preparar la cena con su madre, de quien heredó la pericia con la gastronomía.
Esta experiencia de vida le ha servido para aprender a expresarse, qué decir y también cómo. Algo que demuestra durante la entrevista con oscilaciones en su tono de voz y una sonrisa que evidencia su comodidad durante la conversación. «Me ha servido para conocer a mucha gente y se ha reforzado esa capacidad para relacionarme. Ahora tengo amistades con las que salir a tomarme un pote o a pasar un fin de semana en la playa», remarca.
Publicidad
En la parte hostelera sobre todo trabajan personas con trastornos de desarrollo o enfermedad mental. «El grado de discapacidad no es lo que determina tu puesto dentro de la cocina, sino las ganas que le pongas, la forma de desenvolverte con una u otra tarea, y sobre todo el interés que muestres en mejorar», explica, que tras un tercio de su vida en los fogones de Júndiz, ya es uno de los más veteranos.
Desde las instalaciones de Betoño, Indesa se ocupa de las cocinas de dos residencias (Lakua y Zadorra) y pusieron en marcha la cafetería del aeropuerto de Foronda a través del área de Servicios.
-
Izaskun Díez Área industrial de Lortu
«Con dos hijos, una hipoteca y 400 euros de pensión tenía que currar»
La radio suena de fondo y se escucha el 'Sobreviviré' de Mónica Naranjo. Esa puede ser la banda sonora de todas las adversidades que Izaskun Díez ha tenido que ir superando desde que en 2010 le diagnosticaron una paraparesia espástica tropical, que poco a poco le va agarrotando los músculos de cintura para abajo. Pasó de descargar los palés de fruta en un supermercado a no poder colocar los precios en las baldas. «Cada vez me costaba más dar la zancada, levantar los pies del suelo... Y fue evolucionando hasta que ya he acabado en silla de ruedas», explica.
Publicidad
Del súper, donde pidió la cuenta tras 15 años, pasó a la empresa Gureak (también especializada en dar empleo a personas con discapacidad) y por fin a Indesa. «Conseguí este trabajo por pesada. Llamaba de forma insistente a los responsables de Personal para preguntar a ver si había quedado algún hueco libre porque yo necesito el trabajo para vivir. No es una forma de hablar. Yo tengo una pensión de 400 euros, dos hijos a mi cargo y una hipoteca que aún no he terminado de pagar. Necesitaba trabajar por dinero, además de por psicología y autoestima. Si me llego a quedar en casa, me come la enfermedad», admite.
Porque su puesto de trabajo está adaptado a sus capacidades. «El que puede moverse, lo hace. Y el que necesita que le traigan las cosas, pues las acercan. Siempre hay personas que te apoyan en el trabajo, tanto compañeros como supervisores. Yo paso de mi silla de ruedas a una de taller, y lo tengo adaptado para que no me cuelguen los pies y pueda estar cómoda y segura», destaca.
Preparan bombines de puertas, muelles para furgonetas, jabones, cuchillas de afeitar, biberones de cocina, collares y pipetas para gatos... «No paramos. La ventaja es que aquí no tenemos la presión de una empresa normal en la que incluso te cronometran para conseguir números. Estamos tranquilos y nos dan tiempo suficiente para hacer el trabajo correctamente», apunta.
«A la gente le sorprende que en Indesa haya más de mil trabajadores, y que la mayoría tengamos discapacidad. Tenemos la suerte de vivir en una zona predominantemente industrial, pues luego hablas con gente de Soria y otras provincias en mi misma situación, y se quedan sorprendidos de la oferta que tenemos, porque allí sólo les queda la alternativa de talleres de cerámica y arcilla», comenta.
Publicidad
Pero Izaskun también quiere hacer una reivindicación. «No queremos dar lástima con nuestra situación. Mis hijos y yo hemos aprendido a vivir con mi enfermedad. La pequeña con seis años pidió al Olentzero que me trajera medicinas para curarme, y a día de hoy han madurados más rápido que otros como consecuencia de mi situación, otra forma de ver y otra sensibilidad», traslada.
-
Elideidys Mederos Rojas Lavandería
«La primera vez que me quisieron dar la discapacidad, la rechacé»
Una enorme vena sobresale del brazo izquierdo de Elideidys 'Eli' Mederos. Es la marca más evidente de la diálisis que le salvó la vida y le acabó obligando a someterse a un transplante de riñón, que le donó su hermana en 2016. Pero ese no fue el final de su pesadilla con la salud, pues después sufrió una sepsis que a punto estuvo de generarle un fallo multiorgánico que hubiese borrado la enorme sonrisa de esta cubana de 57 años que lleva 28 en Vitoria.
Desde octubre, ella es la encargada de la lavandería que Indesa tiene en el polígono industrial de Júndiz. Allí llegó después de que le reconocieran una discapacidad por los achaques de salud que aún le quedan y que consigue controlar con medicación. Camina por las instalaciones sujetando una 'tablet' para comprobar que se cumple y que todo se hace bien, pues antes de llegar a este puesto ha pasado por casi todas las líneas. Desde descargar en las lavadoras los carros con sábanas y ropa que llega de las residencias y los hospitales del territorio hasta el empaquetado para mandarlas de vuelta. Todo el proceso.
Porque la lavandería es una especie de puzzle en el que se encaja a la gente según su destrezas y capacidad. «Que nadie se crea que aquí nos levantamos a las cinco de la mañana para pasar el tiempo. Esto es una empresa como otra cualquiera en la que, eso sí, somos personas únicas con una historia que nos diferencia del resto», detalla. «Este trabajo me ha enseñado a convivir con personas de todo tipo. Cuando mis hijos se quejan de que no les salen las cosas, les invito a que vengan al trabajo y vean cómo la gente le echa dos narices para salir adelante», señala.
Publicidad
Porque los problemas de salud le quitaron años de vida, pero ni un gramo de sus ganas de trabajar. «Yo estaba de limpiadora en el ambulatorio de la calle Burgos y cuando empecé con la diálisis, me cambiaba turnos con mis compañeras para hacerme el tratamiento por las mañanas y acudir a mi puesto por las tardes. Una burrada. La primera vez que quisieron darme la discapacidad, yo la rechacé y al final me acabaron obligando. Yo me desesperé porque pensaba que aquello mi iba a retirar y, menos mal, que encontré esta empresa», indica.
Tal es su dedicación que ella accedió a Indesa en octubre de 2019 y cuando el coronavirus confinó a todo el planeta, los médicos le indicaron que se quedase en casa por sus antecedentes de salud. «Yo les dije que ni de coña, que yo acababa de empezar a trabajar y que tomaría todas las medidas para evitar contagiarme». Y es que ella no quiere depender de nadie, ni de ninguna institución. Ella es madre de tres hijos, uno de los cuales nació en La Habana y que ya cuenta con 37 años. «Ya sabes, el 'vasquito' fue a Cuba, se enamoró y me vine a Vitoria y tuvimos mellizos».
Accede todo un mes por solo 0,99€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión