Álava se la envaina
La Diputación se autofelicita por su “acto de responsabilidad” al eludir la puja por la espada que Vitoria regaló al General Álava tras espantar a los franceses y haber ahorrado a la provincia el equivalente a 46 contenedores de basura
Icíar Ochoa de Olano
Viernes, 30 de mayo 2014, 02:09
El dinero no es nada, pero mucho dinero, eso ya es otra cosa, dicen que dijo el escritor irlandés Bernard Shaw. La cuestión es ¿qué es mucho dinero? Pongamos por caso 60.000 en el marco de una economía doméstica. He cogido la calculadora y he hecho unos números. El resultado es el siguiente. Los antiguos diez millones de pesetas son el pellizco que necesitaremos para abonar el suministro eléctrico en casa durante la próxima década; lo que desembolsaremos para cubrir los estudios universitarios del niño en un reconocido centro privado, incluidos dos curso extras, en caso de que el desconsiderado nos repita; lo que destinaremos en seis años a liquidar la hipoteca del pisito; o el montante total que apoquinaría un alavesista 158 años longevo por sufrir gozando cada domingo en Mendizorroza, como un rey, desde la tribuna principal. En efecto, sería otra cosa.
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Veamos ahora qué son 60.000 euros para una Administración pública. Con esa cantidad con la que ustedes costean carreras, viviendas o un decenio de luz, las instituciones tienen para abrir un día al año los centros cívicos; o correr con los gastos, durante dos jornadas, de los dispositivos de vigilancia de la Ertzaintza en los partidos de los siete equipos profesionales vascos de fútbol y de baloncesto; o para reemplazar 46 contenedores de basura, o bien, 85 farolas chulas, como las metálicas que han incorporado en el Casco Viejo. Con 60.000 euros, el Ayuntamiento tiene para asegurar tres meses de mantenimiento de los expendedores de talones de la OTA; o para subvencionar a las comparsas de Carnaval. Con 60.000 euros, la Diputación cubre el 4,5% de la última subvención que ha girado con remite al Baskonia. Unos 60.000 euros son también los que la Vital destinaba cada campaña navideña a premiar a los clientes que saldaran sus compras con tarjetas. Ya lo decía el irlandés, hay dinero que no es nada.
Sin redondear, 57.000 euros exactos son los que, hace unos días, un desconocido desenfundó en la casa de subastas Christie's para hacerse con la formidable espada con la que Vitoria obsequió en 1813 al General Álava por liberar a la ciudad de las tropas francesas. Algo así como la Cruz de Coronado para Indiana Jones o el Santo Grial para una capital que se dispone a acometer su segunda recreación bélica, tras debutar hace dos años con motivo del Bicentenario de la Batalla de Vitoria y proponerse entrar en el circuito europeo de ciudades napoleónicas. Ante la ocasión, inoportuna pero probablemente única de recuperarla, Álava optaba por envainársela. Una vez más. Y la Diputación, por autopropinarse unas palmaditas complacientes en la espalda por su acto de responsabilidad al no mover ficha.
Entretanto, ni el Ayuntamiento, ni la Vital, ni las dos asociaciones históricas que empujan el recreacionismo bélico como una opción seria de promoción internacional de la ciudad, ni los paladines del vitorianismo y la tradición -léase los Celedones de Oro o la Cofradía de la Virgen Blanca, experta, por cierto, en cuestaciones populares-, ni la Sociedad Bascongada de Amigos del País, ni tampoco el Museo de Armería han abierto la boca en defensa de la oportunidad perdida de recobrar parte del patrimonio más valioso de la provincia. Han preferido guardar silencio y mirar para otro lado mientras se perpetraba la enésima actuación pusilánime, timorata y populista de unos gestores adheridos de bruces a su zona de confort. Agustín de Hipona tenía más razón que un santo cuando dijo aquello de que no hay riqueza más peligrosa que una pobreza presuntuosa.
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