Una estrella que no deslumbró
La cantante Norah Jones cerró, sin demasiado brillo, una muy desigual edición del festival vitoriano
J. C. PÉREZ COBO
Lunes, 23 de julio 2007, 04:41
Con puntualidad estricta, a las nueve de la noche empezó el, para muchos, más esperado concierto de esta edición del festival. La estrella Norah Jones, respaldada por los abultadísimos números que representan las ventas de sus discos, paraba fugazmente en Vitoria dentro de su gira europea. El guitarrista M Ward, invitado especial por la cantante y su banda, fue quien empezó el recital. Luego salió ella, cantaron un par de temas en plan 'country' y ¿media hora de descanso! Habían transcurrido sólo treinta minutos de concierto y hubo otros tantos de una pausa que pilló desprevenida a la concurrencia.
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Luego ya vino, a partir de las diez, la sesión de la diva. Tiene una voz bella, ligeramente arrastrada y que transmite una sensación de fragilidad. Solvente con los teclados, pero tampoco como para lanzar cohetes, se acompaña en otras ocasiones con la guitarra. En cuanto a sus músicas ¿qué se puede decir? Baladita tras baladita, monas pero, y esto es lo malo, ya oídas en versiones mucho mejores.
Sus canciones parecían sólo una acumulación de citas de sus músicos de referencia, lo que llevó a la crítica sin compasión de un conspicuo aficionado: «Una colegiala que canta». Salvo en las mentes musicalmente virginales de algunos, que predominó una terrible sensación de 'eso ya se lo había escuchado yo a...'
La banda que acompañaba a la protagonista no convenció. En concreto, el guitarrista Adam Levy no tuvo su noche o, a lo peor, estaba tan preocupado por algo que los demás ignoramos que tocaba con especial desgana y falta de tono. Pero tampoco es una banda diseñada para tener luz propia: sólo debe ser el 'suelo' para que se luzca Norah Jones. Así, al final, al subir de nuevo al escenario M Ward para participar en la traca final del concierto, se limitó a ser un mero acompañante. 23 horas y 23 minutos: el recital terminó oficialmente. Un par de bises y a la calle.
Una parte del muy agradecido público vitoriano había gozado. Otra se aburrió con entusiasmo. Y los que, aun con muy poca fe porque sabían quién era la joven artista, esperaban una sesión más jazzística sencillamente salieron defraudados. En fin, un concierto de relumbrón, alguien dirá que con glamour y que abarrotó el viejo pabellón de Mendizorroza, pero perfectamente prescindible.
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Una última observación. Una de las exigencias de la muy 'chinche' artista consistió en que no se permitiera sentarse en las gradas que dan a los laterales del escenario. Con lo cual, un montón de sillas vacías y un mayor montón de personas de pie o sentadas en las escaleras. Pagar cuarenta euros para no poder sentarse tiene bastante tela, aunque se avise al dorso de la entrada.
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