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Rufi Etxeberria e Iñigo Iruin, el pasado día 7, tras la presentación de los estatutos de Sortu. :: IGNACIO PÉREZ
ANÁLISIS

Un futuro en gris

El porvenir del Gobierno del 'cambio' parece depender más del reajuste del mapa político tras la irrupción de Sortu que de una gestión que se complica

ALBERTO AYALA

Domingo, 27 de febrero 2011, 04:09

Está por ver si el 7 de febrero fue «el primer día de la paz en Euskadi», como sostuvo el socialista Jesús Eguiguren pocas horas después de que Rufi Etxeberria e Iñigo Iruin se desmarcaran del terrorismo en la presentación oficial de Sortu. También habrá que esperar para certificar si con ese acto la antigua Batasuna «declaró el final de ETA», como dice Joseba Egibar. De lo que caben pocas dudas es de que ese paso es fruto de la firmeza del Estado de Derecho y de la unidad de acción de los grandes partidos contra el terrorismo. Una unidad que hace dos años hizo posible en Euskadi una anomalía política: la conformación del Gobierno del cambio de Patxi López, fruto de la entente entre los dos grandes adversarios en la política nacional, socialistas y populares.

Aquel Ejecutivo nació con tres grandes objetivos prioritarios: avanzar hacia la paz, devolver la dignidad a las víctimas y alejar la crispación de la calle y de la vida pública vasca. Además, claro está, de comprometerse a afrontar los retos que tiene cualquier otro Gobierno occidental: sacar al país de la crisis con los menores recortes sociales posibles.

La primera parte, la 'tolerancia cero' frente al terrorismo, se dibujó, se ejecutó con éxito y se 'vendió' en el primer año de gestión. La batalla contra la crisis continúa, en buen nivel de sintonía con los agentes sociales que lo desean. Es decir, sin ELA ni LAB, autoinstaladas en el 'no'. Respecto a la gestión, que el lehendakari López marcó como el gran objetivo de su mandato en el último Pleno de Política General, empiezan a dibujarse importantes nubarrones en sectores clave como la Sanidad o la Educación. En gran medida, por razones económicas. Pero también políticas.

El PSE nunca ha querido ser el socialismo catalán. Así se puso de manifiesto con toda crudeza el pasado otoño. En los primeros meses de la legislatura, el PNV jugó a la deslegitimación social del nuevo Gobierno del 'cambio'; sin éxito. Luego, tiró de sus diputaciones, en especial de la de Vizcaya, para establecer una especie de contrapoder a Ajuria Enea. Los peneuvistas terminaron por abandonar la estrategia, al menos con la virulencia inicial, porque empezaba a desgastar su imagen de partido moderado.

En verano, Sabin Etxea vio la gran oportunidad en la soledad de Zapatero. Y la aprovechó. Para disgusto mayúsculo del PP de Mariano Rajoy, que ya acariciaba unas elecciones anticipadas que esperaba le condujeran a La Moncloa, los peneuvistas decidieron salvar la legislatura al presidente del Gobierno a cambio de un prolongado desgaste en forma de ninguneo al lehendakari. El socialismo vasco sorteó el chaparrón con la mejor de sus caras para no arriesgar el primer objetivo: conservar el Gobierno de España. Pero la figura de López, su hasta entonces titubeante liderazgo, quedó seriamente tocada. Y ahí sigue, hipotecado por la entente Zapatero-Urkullu.

La legislatura llega a su ecuador. Las posiciones -y las urgencias- del PSE y del PP vasco no parecen poner en riesgo la estabilidad del Ejecutivo socialista. ¿Hasta cuándo? ¿Hasta después de las municipales y forales de mayo? ¿Hasta las autonómicas de 2013? ¿Es posible un segundo cuatrienio?

Nuevo ciclo

El futuro del Gobierno del 'cambio' parece dibujarse en gris. No tanto por una gestión con éxitos y fracasos, como la de otros ejecutivos, aunque seriamente condicionada por la crisis. Tampoco porque el Gabinete de López no haya encontrado nuevas ideas fuerza que tomen el relevo de la 'tolerancia cero' contra ETA. Simplemente, a medida que se consolidan la expectativas de un definitivo final del terrorismo decrecen los razonamientos que sirvieron de gran argumento a la inusual entente PSE-PP, a la vez que se dibuja un nuevo mapa político.

La primera batalla se librará tras las elecciones municipales y forales de mayo, cuando se definan los pactos. El PNV disfrutará de un amplio margen de juego sólo si es la fuerza más votada en los tres territorios. Si la izquierda radical -en caso de ser legalizada- le gana en Guipúzcoa y el PP (o el PSE) hace lo propio en Álava, se acentuarán sus problemas.

La política de alianzas de los socialistas tendrá un ojo puesto en Moncloa-Ferraz y otro en el PP. No parece lo más aconsejable para apuntalar la solidez del Gabinete de López desairar al socio. Por más que muchos observadores tiendan a sospechar que el PP vasco, además de alianzas con los socialistas, buscará algún pacto con el PNV que acentúe su centralidad. E incluso de que algunos tengan la sospecha de que ni un desaire alavés llevaría a Basagoiti a romper con el PSE para no devolver al partido al extremo del escenario político en que lo heredó de María San Gil.

Salvado ese escollo, el acuerdo por el cambio pasará su test definitivo en las autonómicas de 2013. Si ETA no vuelve a dinamitar la razón y la política, la izquierda radical estará en las urnas y se dibujará un nuevo Parlamento. Será el momento en que los ciudadanos tendrán que valorar la gestión de cada uno; en el Gobierno, en apoyo a él o en la oposición.

Salvo vuelcos, probablemente sólo una eventual entente abertzale -como en el pasado- invitaría a una reedición del eje PSE-PP, si los números lo hicieran posible. En menos de un año todos los focos estarán puestos en la batalla interna que se librará en el PNV.

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