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ECONOMÍA

¿Dónde está la salida?

Sin reformas estructurales, estamos abocados a un futuro de crecimiento sin empleo; no le llamaremos recesión, pero se parecerá mucho

JUAN BENGOECHEA

Domingo, 3 de octubre 2010, 05:08

Los cantos de victoria por el fin de la crisis han resultado ser prematuros. La economía mundial se recupera, pero lo hace a ritmos diferentes. La actividad en los países emergentes supera ya las cotas alcanzadas antes de la recesión. Pero los industrializados continúan moviéndose en un clima de incertidumbre, debido a la todavía débil demanda del sector privado. Ese clima se ha visto además enrarecido en los últimos meses por las turbulencias padecidas por los mercados financieros, lo cual ha obligado a revisar las medidas de estímulo fiscal. Y es que, dado el insostenible crecimiento de la deuda pública, los mercados han comenzado a cuestionarse la solvencia a medio plazo de algunos Estados. Detrás de esa desconfianza late el temor, aventurado en su día por Kenneth Rogoff, de que esta crisis que nació financiera para transformarse después en real, acabe convirtiéndose en una crisis fiscal.

En esta ocasión el epicentro de las turbulencias se ha desplazado hasta la zona euro. La primera víctima de los mercados fue la deuda griega, pero, ante la falta de respuestas, el contagio pronto se extendió a otros países de la periferia europea. Se puso así de manifiesto las debilidades del entramado institucional sobre el que descansa la moneda única. Al borde del precipicio, la ansiada reacción se produjo en el Ecofin extraordinario del 8 y 9 de mayo, en el que se dio luz verde a un mecanismo de estabilización capaz de movilizar hasta 750.000 millones de euros. Como contrapartida a esa iniciativa, y a instancias de Alemania y Holanda, se exigió a los socios un mayor compromiso con los programas de consolidación fiscal emprendidos. La mala noticia es que esta marea de recortes va a imponer una carga adicional a los países periféricos, dando lugar a que Europa salga de esta crisis a muy distintas velocidades.

Para nuestra desgracia, España se sitúa en el furgón de cola de la recuperación europea. Una realidad a la que no ha sido ajeno el proceder errático de un Gobierno confuso. Hubo que esperar al citado Ecofin extraordinario para que se enterase de cuáles eran sus deberes. Al verlos, el presidente Zapatero comentó abatido: «Íbamos a reformar los mercados y los mercados nos han reformado a nosotros». El 20 de mayo el Gobierno inició su particular calvario, aprobando un paquete de medidas fiscales destinadas a anticipar a 2011 buena parte de la reducción del déficit. Es un esfuerzo intenso que, aún siendo inevitable, no dejará de condicionar nuestra salida de la crisis. Hasta el punto de que, en ausencia de reformas estructurales, estamos abocados a un crecimiento anémico, sin apenas creación de empleo. Y esto para un país con una tasa de paro del 20% es lo más parecido que puede encontrarse a la idea de recesión.

Las reformas estructurales pretenden conjurar ese deprimente futuro, elevando el crecimiento potencial de la economía. Constituyen, por tanto, el necesario complemento al proceso de consolidación fiscal en curso. No es casual que, tras el emplazamiento del Ecofin de mayo, el Gobierno procediese a reformar cajas y mercado laboral, y renovase su compromiso con respecto a las pensiones. Pero existe una larga retahíla de asuntos que todavía duerme el sueño de los justos -educación, justicia, energía, I+D+i-, a la espera de un consenso que facilite su implantación. Algo nada fácil de lograr en este país, dado el complejo reparto de competencias recogido en el Estado de las autonomías. A lo que se añade lo inoportuno del momento que nos toca vivir, ya que en medio de una crisis histórica no es fácil adherirse a iniciativas cuyos costes se sufren hoy, mientras los beneficios se posponen a un mañana incierto.

La crisis ha significado el triunfo definitivo de esos sueños de la razón llamados mercados. Al igual que las caprichosas divinidades de la antigüedad nos vigilan y, a su arbitrio, castigan nuestros excesos. En este caso, nos han impuesto como penitencia un camino de austeridad y reformas. Un camino difícil de sobrellevar porque debilita la cohesión social, que es la materia con la que se ha forjado nuestra democracia. Falta saber cuál será la reacción de un electorado que comienza a dar síntomas de animosidad hacia los políticos. Animosidad hacia los dos grandes partidos nacionales, por su torpeza a la hora de fraguar consensos sobre cuestiones de interés general. Y animosidad también hacia algunos de sus gobiernos, que, a fin de conservar el poder, no han tenido reparos en desvestir al Estado para vestir demandas de formaciones nacionalistas que, paradójicamente, abominan de ese mismo Estado.

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