Preparados para montar un buen pitote

Los Fleshtones son como uno de esos negocios antiguos y honestos que resumen su actividad de décadas en una breve carta de presentación. "Desde 1976 -dice la suya, empleada como introducción en su perfil de Facebook-, The Fleshtones han estado combinando rock and roll y rhythm and blues y sirviendo el resultado por todo el planeta con sonrisas, actitud y sudor". Y lo cuentan así, sin superlativos ni tono hiperbólico, cuando podrían decir sin faltar a la verdad que su directo es uno de los más divertidos, infalibles y adictivos de la historia del rock.

Efectivamente, la banda neoyorquina se acerca ya a los cuarenta años de carrera, un tiempo en el que han tenido tiempo de ver cómo otros ascendían a lo más alto y se acababan estrellando. Cuenta la leyenda que empezaron a tocar con unos instrumentos viejos -"japoneses", suelen especificar- que alguien había dejado en el sótano de una casa que alquilaron. Dieron su primer concierto en el mítico CBGB, pero pronto comprobaron que su estilo abiertamente retro no encajaba bien en aquellos tiempos de convulsión. En realidad, compartían con el punk el propósito de recuperar la emoción, la energía, la excitación del rock and roll primitivo, pero les separaba una cuestión de método: los Fleshtones, armados con sus buenas dosis de fuzz y su órgano Farfisa, se lanzaban a una recuperación entusiasta de sonidos de los 50 y los 60, desde el garaje que les sirve de columna vertebral hasta el rockabilly o el surf, en una mezcla que ellos bautizaron como "super rock". Hicieron amistad, eso sí, con los Cramps, los Ramones, Blondie y Suicide, pero por alguna razón se acabaron quedando como los eternos secundarios del lote. Y también como los supervivientes.

El vocalista, armonicista y organista Peter Zaremba ha aludido en más de una ocasión a esa mala suerte que ha marcado la carrera de su grupo. "A veces -contaba en una entrevista con PopMatters- me pongo un poco... no voy a decir amargo, pero sí cascarrabias acerca de lo que percibo como injusticias. Pero, ¿sabes qué?, nosotros mismos nos las buscábamos. De verdad. Nunca nos tomábamos nada en serio el lado empresarial de estar en un grupo. Nos acercamos a la fama muchas veces y simplemente nos lo tomábamos a broma, porque en aquel momento era divertido y estábamos viviendo nuestra existencia disparatada. Nos sentíamos como si todo fuese una gran película de los Hermanos Marx o algo así. Y eso era muy bueno, y aún lo sigue siendo". La comparación con la loca vivacidad de Groucho y compañía no podía ser más afortunada, porque los conciertos de los Fleshtones siempre han tenido algo de eso, de entretenimiento asombroso y un poco surreal, de camarote puesto patas arriba. Ellos son capaces de revolucionar cualquier sala a base de coreografías, poses -esa postura de poder suya, con los brazos cruzados y mirando retadores al público-, torneos de flexiones o repentinas procesiones hasta la calle en las que participa incluso el batería, llevándose al público detrás como si fueran los rockeros de Hamelín.

La banda neoyorquina mantiene una relación muy estrecha con España y, de hecho, una de sus últimas referencias está grabada en Gijón, en los estudios de su buen amigo Jorge Explosión. Se trata de un EP titulado Quatro x Quatro que contiene cuatro temas en castellano, todos ellos versiones: dos del grupo mexicano Los Johnny Jets (Todos queremos a Lupe y No tengo dinero), otra de Jacques Dutronc (Llevo un tigre en mi guitar, con ese vídeo tan útil que enseña a hacer guacamole) y una cuarta de Walter Egan (Acero e imán). Pero lo que están presentando en esta gira es su nuevo álbum, Wheel Of Talent. Sus trece cortes "dejarán satisfechas las necesidades de surf, garaje, rockabilly y soul de cualquiera", según anuncian, siempre atentos con su distinguida clientela.

Vídeo: The Fleshtones . Llevo un tigre en mi guitar