El pintamonas
Un patán decidió la semana pasada pintar el Funicular de Artxanda. La broma costará 9.000 euros
JON URIARTE
Sábado, 30 de junio 2012, 02:16
Lo van a limpiar. Costará 9.000 euros. Una pasta. Y saldrá de eso que llaman erario público y que en realidad es el bolsillo de todos. Lo digo porque el que la ha liado me recuerda al más tonto del colegio. Creía que el camino para alcanzar la hombría pasaba por destrozar las cosas. Y cuando rompía algo, pongamos un cristal, decía con pose chulesca a sus fieles rémoras: "¡Que se jodan los curas!". Patético ignorante. Como si los curas lo pagaran alguna vez. Esos gastos acababan siempre siendo sufragados por los padres y las madres de los alumnos. Pero el tonto del bote nunca lo entendió. No sé qué será de él. Lo mismo ha acabado teniendo una vida normal. Pero lo dudo. O se lo llevó la heroína, apuntaba maneras entonces, o está sentado en un despacho tirando abajo la empresa que levantó su abuelo. Lo digo porque el imbécil era de alta cuna. Lo que demuestra que el tonto es como el champiñón. Puede nacer en cualquier parte. Como el patán que hoy nos ocupa. La pasada semana decidió garabatear, porque eso no es pintar, el funicular de Artxanda. He preferido dejar pasar un tiempo. Más que nada para ver si le pillaban. Por ahora no. Y es una pena. Cuando lo hagan, más allá de que yo haría que lo limpiara con la lengua, sería bueno que le expliquen que no es un grafitero. Es un pintamonas.
La palabra grafito, popularmente llamado grafiti, proviene de la italiana graffiti y viene a significar "inscripción rayada en un muro". En los tiempos de los romanos era muy popular. Pero hacerlas suponía jugarte el tipo. Literalmente. De hecho, se han encontrado grafitis en ruinas arqueológicas que eran consignas políticas contra el senado romano, declaraciones de amores prohibidos y hasta críticas al emperador. Pero con el tiempo fue perdiendo en rebeldía y ganando en egocentrismo. Ya en los 60, su presencia buscaba más la fama del grafitero que la belleza de la obra. Cierto que siempre hubo excepciones. Auténticas obras maestras. De hecho, el graffiti, ha alcanzado valor de arte. Y no será un servidor quien lo ponga en solfa. De hecho, algunos se han reinventado como creadores de trampantojos. Pinturas realistas creadas para ofrecer una perspectiva falsa en una pared. Muy adecuado para zonas de las ciudades con muros feos, patios abiertos o traseras al descubierto. Pero si el pintamonas pasease alguna vez por Nueva York, Chicago o Filadelfia comprobaría al instante que hay grafiteros y pintamonas. Y confirmaría que pertenece a los segundos. Conste, ojo, que ni el mejor de los grafitis hubiera justificado el ataque a un elemento tan nuestro. Porque el Funicular de Artxanda es un símbolo de Bilbao. No es un vagón de metro del Bronx. Y si un vagón merece ser respetado, el Funicular merece altar.
Desde siempre, Artxanda fue lugar de peregrinación de las gentes de la Villa, para disfrute del ocio y el tiempo libre. Pero a finales del XIX la afluencia era masiva. Se construyó un casino, varios txakolis -en las faldas del monte había viñedos- y merenderos. Y, visto el panorama, un tal Bernardo Jiménez propuso, en la primera década del siglo XX, crear un tren de cremallera que uniera el centro con Artxanda. Pero no hubo financiación y el tema se aparcó. Hasta que en 1915, la Dirección de Obras Públicas aprobó el proyecto de Don Evaristo San Martín y Garaz. Y nació el Funicular. La maquinaria fue diseñada por una empresa suiza, especialista en trenes de montaña. Costó 488.407,30 pesetas. Ojo con los céntimos, que entonces eran una pasta. El 7 de octubre del 1915 realizó el primer viaje. Resultó un éxito. Acercaba las partes baja y alta y ofrecía unas vistas únicas. Tan importante fue que alguien decidió bombardear sus vías y la estación superior durante la Guerra Civil. No se reanudó el servicio hasta el 18 de julio de 1938. Y entonces, volvió a llenarse de vida. En él viajaban enamorados, familias, curiosos Pero sobre todo, trabajadores. Mujeres y hombres que bajaban cargados de mercancías e ilusiones y subían con dineros para toda la semana. Todo tenía cabida en él. Desde la vendeja que traían las aldeanas, hasta mulas de carga o terneras camino del matadero. Un mapamundi dentro de otro. Por tener, tiene hasta crónica negra. El 25 de junio de 1976 tuvo lugar un fatídico accidente. Nadie murió, pero se volvió a anular el servicio hasta 1983. Y, lo que son las cosas, en agosto de ese año, las trágicas inundaciones también lo alcanzaron. Por fin, el 4 de noviembre se restablecía el servicio. Y ahí sigue. Capeando problemas y crisis. Como todos. Espero que siga así muchos años. Porque es de Bilbao de toda la vida. No como el pintamonas. Me da igual que haya nacido en la otra punta del planeta o en medio de la Plaza Nueva. Jamás será de Bilbao. Porque no tiene ni idea de lo que eso significa. Nacer o estar, no es ser. Para tener label botxero hay que entender que Bilbao no es tuyo, sino que tú eres de Bilbao.
Como ven, hoy nos acompaña el 'Funi' en una fotografía. Y luce limpio. Como tiene que ser. Porque así se quedará cuando borren la chapuza del pintamonas. Ni rastro de su firma. Así que el esfuerzo empleado, físico que no mental, no habrá servido para nada. Y la firmita, si quieres chaval, la dejas en otra parte. Hasta que un día te des cuenta, si los efluvios del espray no te han calcinado el cerebro, de que has estado haciendo el tonto toda tu vida. Aunque no sé para qué me dirijo a ti en primera persona. Dudo que seas capaz de leer más de dos palabas seguidas. Es perdonable. Al fin y al cabo, dejaste escrita una y nadie tiene interés en leerla.