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El 23% de los turistas que recibe Amsterdam acuden a algún ‘coffeeshop’, los locales con licencia para vender cannabis.
Quedan ocho meses de vacaciones fumetas

Las últimas caladas

El 1 de enero de 2013, si no se modifica la ley, los ‘coffeeshops’ de Amsterdam dejarán de servir a extranjeros

CARLOS BENITO

Viernes, 11 de mayo 2012, 14:43

Amsterdam no anda precisamente escasa de atractivos turísticos: el laberinto de 165 canales bordeados por casas estrechitas, como puestas de puntillas; el Barrio Rojo, con sus escaparates incitantes y sus cortinas misteriosas; museos de primera como el Van Gogh o el Stedelijk; la casa donde Ana Frank y su familia estuvieron ocultos durante dos años; el mercado flotante de flores en la ribera sur del Singel... Pero, para muchos turistas, todos esos alicientes aparecen siempre envueltos en una humareda espesa y aromática, que desde hace décadas convierte la ciudad holandesa en un paraíso libertario: las estadísticas dicen que el 23% de los turistas que recibe Amsterdam acuden a algún coffeeshop, los locales con licencia para vender cannabis, aunque uno diría que esa cifra se queda bastante corta en el caso de los visitantes vascos.

La cuestión es que esa tolerancia puede terminar muy pronto. La nueva legislación sobre drogas establece que solo los holandeses con un pase de hierba podrán comprar marihuana y hachís en estos establecimientos, con un límite de 2.000 socios por coffeeshop. Los extranjeros, esos visitantes que identificaban los Países Bajos con un modelo de libertades, están excluidos del trato. La norma ya ha empezado a aplicarse en el sur, la zona más problemática, porque recibía a multitudes de amantes del cannabis de las vecinas Alemania y Bélgica, pero el 1 de enero del año que viene se impondrá en el resto del territorio, incluidos los 217 coffeeshops de Amsterdam. Los dueños de estos establecimientos han presentado recursos contra la ley, por considerarla «discriminatoria» hacia los extranjeros, y el propio Ayuntamiento de Amsterdam se manifiesta en desacuerdo con las restricciones.

Pero, si nos ponemos prácticos, el caso es que probablemente quedan solo ocho meses para visitar el Amsterdam que todos conocemos, así que a lo mejor hay que ir organizando el viaje. Los turistas que acuden a los coffeeshops componen un colectivo variopinto: está el que entra por probar y el que prácticamente no sale de ellos en toda la estancia; están los que disertan con erudición y conocimiento personal sobre mil variedades de hierba y costo (muchas tienen nombres pintorescos, como la Crema de Popeye, el Enemigo del Estado, el Genio de la Lámpara o todo tipo de neblinas) y los que llegan vírgenes en la materia y acaban empanados, vagando durante dos horas por la orilla de los canales para airearse la cabeza; están los que se conforman con el coffeeshop más cercano al hotel y los que acuden con el mapa de la Guía Fumeta impreso en DIN-A2, dispuestos a tomar un tranvía hacia lo desconocido para fumar en un establecimiento del que les han hablado muy bien.

Para los inexpertos, nunca están de más unos cuantos consejos, que se resumen en la idea de actuar siempre con sentido común. Los dependientes de los coffeeshops suelen ser gente encantadora, que conoce en profundidad el producto pero también está acostumbrada a tratar con legos en la materia, así que lo mejor es consultarles. Seguro que en el menú aparece algún nombre gracioso, pero ese no es un criterio muy recomendable a la hora de elegir. También conviene comprar pequeñas cantidades y tener mucho cuidado con los pasteles de cannabis, ya que el efecto de comerse la droga es diferente y más intenso al que provoca fumarla. La Asociación de Propietarios de Coffeeshops aconseja además no lanzarse como desesperados a acabar con todas las existencias: «Si no tienes conocimientos sobre la potencia de la marihuana o el hachís, aspira un par de caladas y espera a que te haga efecto antes de seguir fumando».

Los expertos, la verdad, no necesitan ningún consejo: seguramente, incluso habrán encontrado ya un montón de errores en los párrafos precedentes. En cualquier caso, a lo mejor a alguno le vienen bien las recomendaciones de Jackie Woerlee, activista pro-cannabis que, con su empresa Ganja Tours y en colaboración con el Cannabis College, guía a los turistas en paseos que combinan cultura y fumadas. Jackie, lógicamente, está indignada con la nueva legislación: «Echa por tierra nuestra reputación de lugar libre, el éxito de nuestra distinción entre drogas duras y blandas y 35 años de maravillosa cultura de coffeeshops. Espero que al final no se aplique: me avergüenza, es pura discriminación, un efecto del odio protestante y conservador al cannabis y quienes lo consumen». Jackie ha seleccionado para EL CORREO sus cinco coffeeshops favoritos de Amsterdam, aunque también hace hincapié en que, si la expedición pasa por La Haya, no está de más acudir al Cremers, el único local de este tipo que también tiene licencia para vender alcohol. Ahí va la selección de Jackie con nuestros comentarios:

Homegrown Fantasy (Nieuwezijds Voorburgwal 87a). Por fuera no llama la atención, pero el ambiente interior es moderno y acogedor y sirve también como galería de arte. El efecto óptico al ir al baño no es consecuencia de la droga: están iluminados con luces ultravioleta, de manera que la orina se ve verde.

Katsu (1e Van der Helststraat 70). El local es pequeñito y el menú, extenso. Muy frecuentado por holandeses, es un local veterano con el clásico ambiente de bareto, incluidos el pinball, la música rock y la mesa comunal para entablar charleta.

Anyday (Korte Kolksteeg 5). Otro establecimiento diminuto. Lo más probable es que parezca lleno, pero tiene un piso superior al que se llega por una escalera de caracol que pone a prueba a quien sube con bebidas. ¡Barato!

Yo-Yo (2e Jan van der Heijdenstraat 79). Antigua casa ocupada transformada en un tranquilo coffeeshop y galería de arte. Queda cerca del mercado callejero de Albert Cuyp, lo que obliga a alejarse un poco del... mmmm... cogollo de la ciudad. Vende marihuana orgánica y un rico pastel de manzana.

Het Ballonnetje (Roetersstraat 12). Es el hermano pequeño del más conocido Rusland. Muy acogedor, tiene un piso superior con miradores, una terraza en la calle y un terrario con ranas de colores. Está a poca distancia del zoo, y dicen algunos que ponerse a mirar animales después de una sesión cannábica puede convertirse en una experiencia inolvidable.

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