Fabio, en la actualidad.
'FABIOGRAFÍA'

Años de vacas gordas y años de vacas yonquis

Cantó con Pedro Almodóvar, vivió con Tino Casal, lució los mejores atuendos de la Movida, derrochó ingenio y se castigó la salud. Fabio McNamara repasa en un libro su ajetreada existencia

CARLOS BENITO

Miércoles, 23 de abril 2014, 07:15

Al acabar de leer 'Fabiografía', el repaso a la vida de Fabio McNamara recién publicado por Espasa, uno se queda sorprendido por dos cosas. La primera, muy obvia, es el simple hecho de que el protagonista continúe vivo tras castigar su cuerpo tantos años y de tantas maneras: McNamara, excesivo y hedonista, era uno de los candidatos más claros a esa muerte temprana que se llevó a tantos compañeros de generación, a tantos amigos suyos. La segunda circunstancia asombrosa es que nuestro hombre se acuerde con tanta nitidez de algunos detalles de sus tiempos más locos, porque Fabio guarda memoria de encuentros, de desencuentros y, sobre todo, de una serie interminable de modelitos que lució en una u otra ocasión. Se lo ha contado todo a Mario Vaquerizo, que ha sintetizado más de sesenta horas de conversación en un relato en primera persona, sin meter baza para no adulterar el discurso del protagonista.

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Todo arranca en Ciudad Pegaso, el barrio periférico de Madrid donde vivían los empleados de la fábrica de camiones. Fabio de Miguel, nacido en enero del 57, es hijo de un soriano (perito de la empresa, pelotari, cantante de jotas y fan de Peret) y de una burgalesa (secretaria y aficionada a entonar canciones vascas durante los viajes a Medina de Pomar). En sus primeras correrías adolescentes ya aparecen nombres conocidos: en bachiller, Fabio se hizo colega de "unos chicos que eran muy malos", entre los que estaba el mismísimo Amador Mohedano, y a los 14 años inició también su amistad con Capi, Miguel Ángel Arenas, el que habría de convertirse en descubridor de Alejandro Sanz y otros ídolos de la música comercial. Por allí andaban Fabio y Capi, comprándose zapatos de plataforma (con esfuerzo, es posible meter un pie del 42 en un calzado de mujer del 39) y cambiándose de ropa en el 'nudo de Eisenhower', para que sus padres no los viesen con sus galas más fantasiosas.

"Siempre me he sentido muy glamuroso, lo que pasa es que ese 'glamour' se fue volviendo cutre 'glamour', porque no es lo mismo cuando vas empezando que cuando te vas deteriorando. Vamos, que te vuelves un poco Amy Winehouse. Del 75 al 82-83 fueron mis años de apogeo, de vacas gordas. Luego vinieron siete años de vacas yonquis", resume. A lo largo de aquel primer periodo, Fabio McNamara (más conocido entonces como Fani) se convirtió en un experto en instalarse en casas ajenas. Se quedó en el apartamento de Tino Casal, con su decoración "entre bazar chino, teatro barroco y algo de safari africano", y cuenta cómo le gustaba al asturiano vestirlo con sus modelazos ("polainas blancas de charol con remaches", por ejemplo). Después, se hizo un hueco en casa de las Costus, la pareja de pintores llegados de Andalucía, que era una especie de salón social por donde pasaban sin anunciarse pegamoides y demás criaturas del cogollo modernete de la época. "Yo no sé cómo era la Factory de Warhol, pero en aquella casa nadie tenía que envidiar nada a nadie, porque tan genios éramos nosotros como ellas, divinos éramos igual, íbamos a la par, y modernas igual que las extranjeras". Era un entorno un poco disparatado, con sus 'opiotonics' mezclados con dexedrinas y con la lectura atenta de las esquelas del diario Abc, para pasarse por casa del difunto a ver si habían tirado ropa al contenedor.

El dúo de Almodóvar y McNamara ha quedado como un símbolo de hasta qué punto pueden divergir dos vidas. Allí estaban los dos, el director de cine 'underground' y el personaje vistoso y ocurrente que ponía la guinda a cualquier fiesta, cantando himnos de callejeo calavera como 'Gran ganga', 'Suck It To Me', 'Me voy a Usera' o 'Satanasa'. Uno acabaría ganando 'oscars' y el otro, desaparecido del mapa durante una buena temporada, pero quien busque rencores en 'Fabiografía' se quedará muy decepcionado. Así explica McNamara la ruptura del dúo: "A mí cada vez se me podía controlar menos y yo en ese estado tampoco quería aguantar a nadie. Entiendo las cosas porque, si yo tengo al lado a alguien así, es que no le soporto ni cinco minutos. Es que aguantarme a mí en esa época era muy fuerte. Pero, vamos, tan hasta el coño estaba él de mí como yo de él; es decir, que a mí me gustaba más el rollo musical, como más serio, más rock and roll puro y duro, como más internacional, más Iggy Pop, y lo nuestro era más de risotadas, un poquito de chirigota". Aun así, Fabio admite que seguía pasándose muchas mañanas por casa de Almodóvar para pedirle veinte duros, y a menudo él se los daba. "Pedro era educado, porque a mí me están llamando a la puerta de casa y es que mando a la mierda al que lo está haciendo".

También se frustrará quien acuda al libro en busca de sexo, porque los cotilleos de cama (o de váter, que la época era apresurada) no aparecen por ninguna parte. Fabio prefiere hablar de su pintura ("igual que en la moda hay alta costura y 'prêt-à-porter', hay alta pintura y 'pont-a-pintar'"), de sus proyectos musicales (incluido aquel 'Rockstation' junto a Luis Miguélez, una de las grandes sorpresas de la historia reciente del rock español), de su descenso a los ambientes más sórdidos de la adicción a la heroína o, cómo no, de la iluminación religiosa que experimentó a principios de este siglo y que le ha convertido en una persona extremadamente devota. "Yo tenía el demonio dentro -dice ahora-. Todo era killerío, pasoterío, rock and roll, droguerío, y cada vez iba a peor".

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