Alice Glass llega a golpear a los espectadores.
Concierto este viernes EN BARAKALDO

Sudor, vómito y heridas

El dúo canadiense Crystal Castles regresa con su directo desquiciado, en el que la vocalista Alice Glass ejerce de mensajera del caos

CARLOS BENITO

Jueves, 14 de febrero 2013, 07:12

Su música puede gustar más o menos, pero nadie negará que Crystal Castles han sabido construirse su propia mitología, que combina oscuridad, nihilismo, autodestrucción, cierta locura y un marcado desdén por el mundo, incluido su público. En un tiempo en el que muchos grupos son simples nombres en un archivo informático, sin imágenes que los iluminen ni historias que contar, el dúo canadiense ha envuelto su música en una personalidad que oscila entre lo fascinante y lo repelente, con un hilo narrativo que remonta su origen a una sesión de lectura en voz alta para ciegos, o eso aseguran sus biografías más o menos oficiales. Allí hacían servicios sociales Alice Glass, una adolescente que se había marchado de casa a los 14 para vivir en un squat punk, y Ethan Kath, un tipo con una carrera musical ecléctica que abarcaba desde tributos al temible GG Allin hasta un dúo de folk: los discos de Crystal Castles están dedicados al otro componente de aquel dúo de su prehistoria, que falleció.

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Alice Glass no se llama en realidad Alice Glass, ni Ethan Kath se llama Ethan Kath. Hay gente con el tiempo suficiente para emprender pesquisas sobre sus auténticos nombres, y la versión más difundida habla de Margaret Osborn y Claudio Palmieri. Pero continuemos con la historia: Alice y Ethan hicieron buenas migas en aquella sesión de lectura, porque a los dos les gustaban grupos bastante pasados de rosca como AIDS Wolf, así que la chica invitó al chico a un concierto de la banda en la que cantaba por aquel entonces, Fetus Fatale. Impresionado por su fuerza sobre el escenario, él le preguntó si estaría dispuesta a poner letra y voz a unas bases electrónicas que tenía preparadas. Grabaron cinco canciones y dejaron de verse, pero ese registro, que Kath etiquetó como Crystal Castles, acabaría adquiriendo vida propia en internet, con un éxito creciente que al final les reuniría como dúo duradero.

A lo largo de su carrera se han dedicado a acumular incidentes más o menos violentos: intervenciones policiales, festivales que deciden cortar su actuación, fracturas de huesos en pleno concierto... Porque, en directo, Crystal Castles vienen a ser una actualización desmesurada del tradicional dúo electropop con un teclista casi invisible y un vocalista que asume el protagonismo. Ethan Kath se refugia bajo su capucha o su pelazo mientras Alice Glass, con los ojos cercados de maquillaje negro, se dedica a rebotar por el escenario, trepar a sitios peligrosos, retorcerse por el suelo, lanzarse al público, golpear a espectadores con el micrófono, golpear a encargados de seguridad con los puños y, en general, escenificar excesos y desvaríos mientras la música suena a un volumen brutal, la sala se abarrota de humo y las luces parpadean a un ritmo mareante, como fuera de control. Ellos se suelen definir como un grupo punk que utiliza sintetizadores para aprovechar los «sonidos molestos» de la electrónica, y han citado alguna vez entre sus artistas favoritos a Sonic Youth, The Stooges, Joy Division y Emperor. Pero, pese a esas referencias rockeras, su sonido viene a ser como un desguace pop, igual que si alguien hubiese hecho añicos un disco de eurodance, se hubiese quedado con unos cuantos trozos y hubiese rellenado los huecos con teclados defectuosos, voces cargadas de efectos y ruiditos extraños.

«Me parece que toda nuestra música es realmente triste y sombría. Creo que es la única emoción que tenemos cuando escribimos música», ha declarado a The Vine Ethan Kath, que suele ejercer de portavoz. Es cierto que su producción no se caracteriza precisamente por la alegría, pero la tensión y el desafuero de sus conciertos hacen olvidar a veces que, por muy tremendos que se pongan, Crystal Castles tienen un corazoncito sensible que late en sus tres álbumes: su versión junto a Robert Smith del Not In Love de Platinum Blonde, un grupo canadiense de los 80, sirve como muestra más evidente, pero en sus discos abundan los destellos de belleza, aunque a menudo sea fragmentaria, y también hay momentos de pop más convencional, como ese Sad Eyes de su excelente tercer álbum. En esa misma entrevista, por cierto, Ethan explicaba el propósito que persiguen con sus directos: «Intentamos tener una experiencia comunal con los fans. Intentamos compartir sudor y vómito. Me gusta cuando, después de un concierto, vienen a verme y me muestran una herida recién abierta».

Vídeo: Plague

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