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Nuestras palabras nos delatan: cinco casos de la lingüística forense

Nuestras palabras nos delatan: cinco casos de la lingüística forense

Estos profesionales analizan textos y grabaciones en busca de la huella que permita identificar y detener a su autor

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Martes, 19 de enero 2021, 00:04

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Ni siquiera nos damos cuenta, pero vamos dejando nuestra huella en todo lo que decimos y escribimos. Desde nuestro acento al hablar hasta los espacios que intercalamos entre palabras al teclear un 'whatsapp', existen incontables variables que delatan nuestro vínculo con esos mensajes. Los lingüistas forenses vienen a ser los CSI de las palabras, que desmenuzan textos y grabaciones para dar con pruebas de cara a una investigación o un juicio. «No podemos evitar esa huella. Aunque uno intente imitar a otra persona o disfrazar su identidad, siempre deja un rastro, tanto en lo escrito como en lo oral. Cuando hablamos, hay parámetros imposibles de imitar: por ejemplo, a qué frecuencia nos vibran las cuerdas vocales. Cuando escribimos, podemos modificar algunas cosas, pero siempre nos vamos a delatar (quizá por no ser consistentes con las faltas de ortografía) y vamos a dar pistas», desarrolla Sheila Queralt, directora del laboratorio SQ y una de las profesionales más prestigiosas de España en este campo.

Queralt publica este jueves 'el libro Atrapados por la lengua' (Larousse), en el que expone cincuenta casos donde ha jugado un papel decisivo el análisis lingüístico, además de explicar las claves más importantes de una disciplina que todavía es poco conocida... incluso por los delincuentes. «Ahora los anónimos se escriben a ordenador, pensando en el perito calígrafo, pero a nosotros el formato nos da igual porque no nos fijamos en eso. Hace menos de un año, analicé un texto de un caso de violencia de género en el que la persona que hacía las amenazas escribía: 'Ya he tenido cuidado, no me denuncies porque nadie te va a creer. He tomado todas las precauciones'. Nunca pensó que lo íbamos a pillar precisamente por todo eso que estaba escribiendo».

«Ahora se escriben los anónimos a ordenador, pensando en el perito calígrafo, pero a nosotros el formato nos da igual porque no nos fijamos en eso»

sheila queralt

A los lingüistas forenses les toca estudiar desde contratos hasta comunicados terroristas, desde tuits de acoso hasta documentos supuestamente plagiados. Ellos pueden concluir si los mensajes de odio de varios 'haters' tienen al mismo autor detrás, o si las declaraciones de un menor han sido dictadas por un adulto, o si tras un participante en un foro online se oculta un pedófilo. Los rasgos en los que se fijan son muy variados: la velocidad del habla, por ejemplo, pero también las pausas llenas (es decir, esas muletillas con las que cubrimos los huecos en el discurso), la manera de pronunciar algunas letras, las tildes, las combinaciones singulares de palabras o, sí, hasta los emojis. «Nos dan muchísima información: no solo cuáles usamos, sino con qué sentido». He aquí cinco de los casos que Sheila Queralt ha recogido en su libro.

  1. Unabomber

    Las 35.000 palabras del terrorista

Los lingüistas forenses se ocupan de muchas más cosas, pero de lo que más se suele hablar es de la elaboración de perfiles: buscan detalles en textos orales o escritos que permitan alcanzar conclusiones sobre su autor, de cara a identificarlo y detenerlo. El caso de referencia es el de Unabomber, Ted Kaczynski, el terrorista estadounidense que envió dieciséis bombas entre finales de los 70 y mediados de los 90, mató a tres personas e hirió a veintitrés. Kaczynski era un ermitaño ilustrado que redactó un manifiesto titulado 'La sociedad industrial y su futuro', una reflexión mecanografiada de 35.000 palabras que brindó material muy valioso a los analistas lingüísticos del FBI. Su manera de expresarse les permitió concluir que Unabomber tenía estudios superiores (era doctor en matemáticas, especializado en análisis complejo) e incluso acotar en qué época había pasado por la universidad. Además, la prosa del terrorista mostraba ciertas peculiaridades (desde el uso de las mayúsculas hasta errores en el uso de alguna frase hecha) que pusieron sobre aviso a los parientes de Kaczynski. El posterior cotejo del manifiesto con su correspondencia familiar confirmó esas sospechas: fue la primera vez que se recurrió a pruebas lingüísticas para conseguir una orden de registro en Estados Unidos.

  1. Homicidio en Santander

    «Coge el boli, apunta»

En febrero de 2017, la Cruz Roja de Madrid recibió una llamada que reclamaba asistencia médica urgente para un domicilio de Santander. Allí se encontró el cadáver de Ángel Prieto, un hombre de 81 años que había sido maniatado, amordazado y asfixiado. La Unidad de Acústica Forense de la Policía Nacional se centró en analizar la grabación de la llamada, ya que su autor tenía que estar relacionado de alguna manera con el crimen. No eran más que unas pocas frases, pero permitían concluir que se trataba de un hombre de cierta edad (por ejemplo, utilizaba «las señas» en vez de «la dirección»), con nivel sociocultural medio o bajo y procedente del norte de España (decía «a la mañana» en lugar de «por la mañana» y pronunciaba 'ahí' como 'ai', entre otros rasgos regionales). «También estaba cómo se comunicaba con la chica que atendió la llamada: la jerarquía lingüística fue una de las variables que permitieron determinar su edad. Le decía 'apunta', 'coge el boli'...», explica Queralt. Cuando se identificó a un sospechoso, un vizcaíno de 66 años, se pudo comparar la grabación con su manera de hablar, atendiendo a variables técnicas como las vibraciones de las cuerdas vocales por segundo, la tensión al pronunciar las tes o la duración de las enes. El caso está pendiente de juicio.

  1. El 'donjuán de las webs'

    Cómo se expresan los estafadores del amor

La Policía sospechaba que varias estafas cometidas durante un plazo de casi veinte años, de 1996 en adelante, tenían detrás al mismo delincuente, el 'donjuán de las webs de citas', que había utilizado al menos 35 identidades diferentes y había acumulado más de 72 víctimas repartidas por toda España. Precisamente, fueron las afectadas quienes pusieron en marcha una investigación privada en la que participó el laboratorio de Sheila Queralt. A partir de los correos electrónicos y los registros de chat de ocho presuntas identidades del estafador, los lingüistas forenses concluyeron que existía una alta probabilidad de que todos correspondiesen a la misma persona: un hombre que tenía entre 20 y 35 años entre 2004 y 2007 (ahí, modismos como 'rollos', 'movidas' o 'molar' adquirían una inesperada relevancia, pero también el uso de emoticonos, que permitía ubicarlo con más precisión), con un nivel cultural básico (por ejemplo, no acentuaba el adverbio 'más') y que probablemente procedía de Galicia (usaba 'te llamé' en vez de 'te he llamado', decía 'meterme en cama'...) pero había residido en el centro de España. El detenido, Rodrigo Nogueira, tenía 28 años en 2004, no pasó del graduado escolar, nació en la localidad pontevedresa de Marín y vivió mucho tiempo en Madrid. «Además –añade la especialista–, analizamos otros casos y pudimos sacar un patrón de cómo utilizan el lenguaje estos estafadores del amor para seducir y extorsionar».

  1. El caso de Danielle Jones

    Abreviaturas y mayúsculas

En los últimos años, una función importante de la lingüística forense es determinar si una víctima de secuestro o asesinato ha escrito realmente los mensajes enviados desde sus cuentas. Uno de los casos pioneros en esta vertiente fue el de Danielle Jones, una adolescente británica de 15 años que desapareció en 2001, cuando se dirigía al instituto. El principal sospechoso era su tío, Stuart Campbell, que mostró a los investigadores dos mensajes de móvil que supuestamente le había remitido su sobrina horas después de haberse volatilizado: en ellos le explicaba que tenía muchos problemas en casa e insinuaba que se iba a escapar. El lingüista Malcolm Coulthard estudió los textos y concluyó que, desde luego, no los había escrito Danielle, ya que no coincidían rasgos como el uso de las abreviaturas y las mayúsculas. El tío fue condenado, pero no ha revelado el paradero del cuerpo.

  1. ¿Lavacoches y narco?

    626 días de cárcel por una chapuza pericial

En el caso de Óscar Sánchez, uno de los más conocidos en nuestro país, la lingüística forense sirvió para corregir una flagrante injusticia que no tenía ni pies ni cabeza. A Óscar, un humilde lavacoches de Montgat (Barcelona), le acusó la Justicia italiana de un delito de tráfico internacional de drogas en colaboración con la mafia. El verdadero narco había utilizado un teléfono a nombre de Óscar y un «supuesto perito», como dice Sheila Queralt, había confirmado que la voz del catalán coincidía con la de una llamada interceptada al criminal. El pobre Óscar, que jamás había pisado Italia, fue extraditado y condenado a catorce años de prisión, e hicieron falta seis pruebas periciales (una de ellas, del laboratorio de Queralt) para demostrar su inocencia. Las diferencias lingüísticas entre Óscar Sánchez y el traficante eran abrumadoras, ya que el primero hablaba español peninsular y el segundo, una variante uruguaya, con voseo, seseo, palabras como 'guacho' o 'rebueno' y ciertas particularidades en las erres y las des. Óscar pasó 626 días en una cárcel italiana.

«Ahora todos dejamos rastros públicos en Twitter y Facebook»

Detalle de la portada del libro.

Internet, las redes sociales y los 'smartphones' han tenido una influencia evidente en los casos que llegan al laboratorio de Sheila Queralt: «Antes teníamos más análisis de la voz y, ahora, el mayor porcentaje es escrito. Además, antes nos resultaba mucho más difícil conseguir textos de la persona que queríamos analizar: no teníamos acceso a sus cartas, por ejemplo, a menos que se lo pidiésemos o que se lo requiriesen las autoridades Hoy, todos dejamos rastros públicos en Twitter o Facebook, que casi nadie lo tiene cerrado», comenta la lingüista.

«Amo las faltas», ironiza en el libro. Ciertamente, los errores ortográficos son uno de los rasgos más llamativos en la 'huella' que deja una persona al escribir: «Muchas veces, sirven como punto de partida. No tanto para nosotros como para quien nos envía el encargo, que se da cuenta de que la persona que supuestamente ha escrito el texto no cometería esas faltas». Pero, tal como están las cosas, hay que relativizar su capacidad para singularizar a una persona: «A veces hay que plantearse cuánta gente con ese perfil no escribiría esa falta de ortografía. Pueden parecer algo principal en la investigación, pero resulta que la mayoría de las personas las cometen».

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