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Los restos de los dos vehículos acabaron diseminados por toda la estación inferior. Ruiz de Azua

El día en que se cayó uno de los coches del funicular de Artxanda

Tiempo de historias ·

La rotura de una cadena hizo que el vehículo se precipitara vías abajo hasta chocar, con un operario a bordo, contra el que se encontraba en la estación inferior. El trabajador sobrevivió y fue uno de los seis heridos del accidente

Jueves, 5 de diciembre 2019, 00:31

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El viernes 25 de junio de 1976 «el funicular de Artxanda vivió el accidente más grave, no sólo de su ya dilatada andadura, sino de toda la historia de este medio de transporte en España», escriben Joseba Barrio y Juanjo Olaizola en el libro que ambos dedicaron a este ferrocarril con motivo de su centenario, celebrado en 2015. Aquella jornada, durante los trabajos de sustitución del cable tractor, el coche que se encontraba en la estación superior se soltó y cayó vías abajo hasta estrellarse con el que estaba en la parada inferior. Hubo seis heridos, cinco de ellos graves. Uno de ellos, Isidro Aurrekoetxea, estaba en el coche que caía en el momento del impacto. Milagrosamente, 'solo' sufrió una fractura de esternón y una fractura de radio.

El siniestro fue consecuencia de «una concatenación de errores que provocaron la destrucción de los dos coches del funicular y su inmediata paralización, poniendo en cuestión su propia continuidad», resumen Olaizola y Barrio en su documentadísimo 'El funicular de Artxanda, 1915-2015'. El accidente fue noticia de primera página en los periódicos bilbaínos. 'Cinco heridos graves al caer uno de los coches', tituló EL CORREO; «Un vagón del funicular se precipitó con ocho operarios desde la estación de Archanda hasta la de Bilbao chocando con el otro coche», encabezó su crónica 'La Gaceta del Norte'. Ambos diarios reconstruyeron los hechos con todo detalle.

El funicular, recordaba la prensa, estaba cerrado desde el día 14 de junio. Un cartel en el acceso inferior inducía a error al informar a los usuarios que la paralización del servicio se debía al arreglo de varias averías. En realidad, se había cerrado para cambiar el cable de arrastre de los coches, un trabajo de mantenimiento que se realizaba cada cinco años.

El accidente sucedió pasadas las tres de la tarde. Según 'La Gaceta del Norte', «dieciséis obreros trabajaban en la reparación», aunque parece ser que las labores se habían interrumpido para comer. Un grupo de operarios estaba dentro del coche situado arriba, que permanecía sujeto con sus frenos y amarrado con una cadena, mientras que el que estaba en la estación de abajo estaba suelto. El cable nuevo, «de 39 milímetros de diámetro, 5 toneladas de peso» y una longitud de 850 metros, había llegado dos días antes e iba a ser instalado esa tarde.

«A las tres y cuarto de la tarde», decía EL CORREO, «se oyó el chasquido de la argolla al romperse». El coche, «uno de los dos vagones que unen la cumbre del monte y Bilbao, se precipitó hasta la terminal inferior». Cinco de los empleados del funicular que se encontraban en su interior «lograron saltar a tierra», uno de ellos con tan mala fortuna que se golpeó la cabeza contra un muro, «mientras el sexto recorrió los 770 metros que median entre ambas estaciones a bordo del coche sin mando».

El choque fue bestial y redujo ambos vehículos a un caos de fragmentos de madera. Según 'La Gaceta', «el armazón del coche que cayó desde Archanda se empotró contra el que estaba en Bilbao, quedando únicamente sobre las vías los dos chasis de los coches, mientras que la carrocería, pisos, techos, bancos, bancos, etcétera, quedaban completamente hechos astillas». Todo ello «saltó hasta la cabina central, a unos cincuenta metros, donde se despachan los billetes afectando a la parte trasera, principalmente a la puerta». EL CORREO añadía que «el señor Aurrecoechea fue extraído con vida de aquella maraña y conducido, junto con sus compañeros, al Hospital Civil de Basurto».

Los accidentados fueron atendidos con rapidez por equipos de Cruz Roja y DYA, «siendo trasladados con toda urgencia los heridos, a pesar de que a alguno de ellos tuvieron que recogerlo a mitad de camino –zona de la vía vieja de Lezama–, con diversas fracturas, ocasionadas al lanzarse desde el coche o al ser atropellados», precisaba 'La Gaceta'. Ambos diarios publicaron el balance de heridos:

— «Don José María Bilbao Bilbao (47 años) sufre fractura de cabeza del fémur derecho, shock traumático, contusión traumática severa y erosiones varias. Pronóstico grave».

— «Don Isidro Aurrecoechea Ansoleaga (55 años), fractura de esternón, fractura desviada de radio. Grave».

— «Don José Landa Pinillos, fractura abierta del tobillo izquierdo, shock traumático. Grave».

— «Don Juan Recalde Bilbao, fractura de brazo y contusiones diversas. Grave».

— «Don Jesús Aróstegui Aurtenechea (63 años), contusiones varias. Leve».

— «Don Julio Rodríguez Cortés, fractura de calcáneo. Menos grave».

Este último, de 34 años, era el gerente del funicular y estaba visitando los trabajos en el momento del suceso. Ya en el hospital, declararía a EL CORREO que no se encontraba dentro del coche cuando se rompió la cadena: estaba «justamente en la puerta cuando ha echado a andar. Yo no sé por qué; no sé lo que puede haber pasado ni por qué han fallado los frenos. Yo, desde luego, no soy técnico, sólo gerente, pero no me explico cómo no han respondido los frenos».

Almuerzo imprudente

¿Qué había ocurrido? «Nunca fue posible determinar con total precisión la causas de este accidente que, en todo caso, dejó en evidencia que el funicular se encontraba ya al límite de sus posibilidades, con años de intensa utilización, sobre todo desde el final de la guerra, en la que no se había producido más mejora que la sustitución periódica del cable tractor», escriben Barrio y Olaizola.

«Mientras se desmontaba el cable viejo, como era habitual en esta clase de operaciónes, el coche situado en la estación superior fue amarrado con una cadena, pero, al no encontrar la que habitualmente se empleaba en estas operaciones, se utilizó otra de menores dimensiones y, en consecuencia, más debil». Por lo tanto, el vehículo no colgaba de la cadena, que no estaba tensada, sino que se mantenía con su «freno de mano que accionaba las zapatas que sujetaban firmemente el coche».

Al parecer, un grupo de nueve trabajadores tuvo la mala idea «de almorzar en el interior del coche». Bien por su peso, bien por sus movimientos, «provocaron el aflojamiento del freno de mano» y, al tensarse, la rotura de la cadena. Los frenos no se soltaron del todo, por lo que el coche no cayó a toda velocidad. De haberlo hecho, habría descarrilado en «las cerradas curvas de entrada y salida del cruce central de la línea» y el balance de víctimas hubiera sido bastante más negro.

El suceso fue una prueba clara de que el funicular necesitaba una renovación urgente. «Este accidente hará recapacitar nuevamente al Ayuntamiento de Bilbao la conveniencia de la modernización del funicular», apuntaba 'La Gaceta del Norte'. Las dos unidades destruidas eran de «madera muy antigua, siendo uno de ellos el mismo que comenzó a funcionar el día de la inauguración (octubre de 1915), en tanto que el otro tuvo que ser reconstruido debido a que sufrió las consecuencias de los bombardeos durante los combates que tuvieron lugar en Archanda días antes de la toma de Bilbao», en la Guerra Civil.

Renovar el funicular de Artxanda suspuso una inversión que alcanzaría los 350 millones de pesetas y unas obras que se dilatarían varios años. Las nuevas instalaciones fueron inauguradas por el que había sido lehendakari en el exilio Jesús María de Leizaola el 30 de abril de 1983. En la actualidad, la maquinaria, los sistemas de seguridad y el cable son revisados anualmente.

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