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La etiqueta #MeToo apareció en Twitter el 15 de octubre de 2017, hace ahora tres años, en un tuit de la actriz estadounidense Alyssa Milano. La intérprete invitaba a todas las mujeres que hubiesen sufrido algún tipo de acoso a compartir públicamente sus experiencias, a levantar la voz para hablar sobre momentos de sus vidas que yacían sepultados en un rincón muy oscuro de sus cabezas, el más anestesiado, a unirse a la causa con un «yo también», me too, para dar idea de la magnitud del problema y mostrar así el carácter global de este tipo de comportamientos. «Si has sido acosada o abusada sexualmente, escribe 'yo también' como respuesta a este tuit», redactó. La respuesta fue abrumadora. En sólo 24 horas, el mensaje contó con casi 50.000 réplicas, el hashtag #MeToo fue tuiteado 500.000 veces y se registraron unas ocho millones de menciones en Facebook.
Este grito viral se extendió a lo largo y ancho del planeta en tiempo récord, adaptándose a las realidades y expresiones de cada lugar. Durante el primer año, el #MeToo se utilizó 19 millones de veces en Twitter para revelar desde comentarios humillantes, acoso callejero o toqueteos en una fiesta, hasta chantajes sexuales, masturbaciones de desconocidos en el autobús o violaciones dentro y fuera del ámbito familiar. Los testimonios se escribían en todos los idiomas y relataban experiencias de toda índole y gravedad. En Euskadi y en España los hashtag #NikSinistenDizut y #YoSiTeCreo capitalizaron la denuncia contra esta lacra a raíz de la violación grupal ocurrida en los sanfermines de 2016. La política Teresa Rodríguez, la actriz Clara Lago, la policía Luisa Velasco y las periodistas Ana Alfageme y Alejandra Agudo rompieron su silencio y hablaron de los abusos sexuales que habían sufrido.
El detonante del tuit de Milano fue un reportaje en 'The New York Times'. Tras una larga investigación, el diario estadounidense destapaba los casos de acoso y abuso sexual ejercidos desde el año 1979 contra decenas de actrices, periodistas, presentadoras y asistentes de producción por el productor y, como se comprobó después, depredador sexual, Harvey Weinstein, cofundador de Miramax y The Weinstein Company. Empleados y exempleados le acusaban de haber cerrado acuerdos económicos extrajudiciales con, al menos, ocho mujeres. El título en la portada del diario era «Harvey Weinstein compró durante décadas el silencio de mujeres que le acusaban de acoso sexual». No todas en aquella crónica, pero sí después, hasta 98 mujeres señalaron al magnate de Hollywood como autor de acoso, abuso sexual y violación. Entre ellas Lena Headey, Lauren Holly, Alice Evans, Lysette Anthony, Lupita Nyong'o, Rose McGowan, Mira Sorvino, Gwyneth Paltrow y Angelina Jolie. Pero las denuncias contra Weinstein no se quedaron ahí. Provocaron una avalancha de denuncias contra otros rostros conocidos del cine, así como de otros sectores, como la política y los medios de comunicación.
Lo que no sabía Alyssa Milano es que hacía más de una década que había nacido una iniciativa homónima, promovida por la activista feminista negra Tarana Burke, quien deseaba crear comunidad entre las afroamericanas y combatir la violencia sexual a la que están sometidas. Pese a su 'antigüedad', lo cierto es que el #MeToo sólo se convirtió en noticia de carácter internacional una vez que se extendió su uso entre actrices relevantes, quedando la labor de Burke en segundo plano. Aún hoy, las mujeres encuentran en él y en otros que se crean con la misma finalidad el canal por el que verbalizar las situaciones de acoso que hasta ese momento habían estado silenciadas y la pasividad de quienes cada día presencian estos episodios y no hacen nada. Y lo hacen no sólo en los países occidentales, sino también en aquellos lugares en los que la situación de la mujer es aún más vulnerable. Aquel 2017 aprendimos qué era la sororidad y el empoderamiento antipatriarcal, pero sobre todo abrimos los ojos: fuimos conscientes de que el acoso sexual no solo era común, sino casi una suerte de plaga en determinados ambientes. Y que, además, era socialmente tolerado, disimulado, enmascarado. En ocasiones, una exigencia, un mal trago que pasar ya asumido para conseguir determinados objetivos o mantener los ya obtenidos.
Los logros revelaron otros: la independencia, la capacidad para decir no, la posibilidad de llevar estos episodios a una conversación. Y hubo frutos, los legales. Un buen número de hombres (y algunas mujeres) poderosos han sido señalados públicamente desde entonces y estas causas han acabado en los tribunales. Recordemos algunos: el actor y cómico Bill Cosby, el también intérprete Kevin Spacey... Otros nombres no han llegado a sentarse en el banquillo, bien porque los casos ya han prescrito, bien porque sin pruebas contundentes nunca prosperaron, bien porque se quedaron en denuncias sin oficializar. Quedan así en un limbo de sospecha, empañada su reputación, la sombra de la duda sobre ellos. De Ben Affleck, la actriz Hilarie Burton dijo en Twitter que le había tocado el pecho sin consentimiento. También fue acusado de tocamientos, a través de las redes sociales, el director de cine Oliver Stone. El fotógrafo de 'Vogue' Terry Richardson fue señalado durante años por varias mujeres y al menos ocho acusaron de acoso a George H.Bush. Se apuntó también hacia Dustin Hoffman, James Franco, Michael Douglas, David Copperfield, Mario Testino, Donald Trump, Cristiano Ronaldo, Lars Von Trier y Morgan Freeman, entre otros. La lista de presuntos agresores es larga y aún hoy sigue creciendo. Son muchos más, no obstante, los que han condenado estos actos. Meryl Streep, Kate Winslet, Jennifer Lawrence, Jessica Chastain, Emma Watson, Cate Blanchett, Colin Firth, Mark Ruffalo, George Clooney, Christian Slater, Penélope Cruz, Jane Fonda, Barack Obama y Hillary Clinton, entre muchos más, han apoyado el movimiento.
En todo este tiempo, el tsunami Weinstein ha mostrado que el acoso sexual no es sólo propio de la meca del cine sino transversal a una sociedad machista que cosifica a la mujer y que patrocina la cultura de la violación -varias cantantes de ópera han acusado de acoso a Plácido Domingo-. Según un estudio de la Agencia Europea de Derechos Fundamentales (FRA), el 55% de las europeas han sido víctimas de acoso sexual. O, lo que es lo mismo, 102 millones de mujeres han tenido que soportar en algún momento de su vida besos, abrazos, tocamientos indeseados, comentarios sexualmente insinuantes, mensajes sexualmente explícitos o conductas exhibicionistas. El acoso a una de cada cinco de estas mujeres duró más de dos años y sólo un 4% presentó una denuncia.
«El #MeToo es sanador y poderoso porque pone voz al silencio y al sufrimiento callado de quien lo padece y lo convierte en un movimiento feminista liberador», afirma Isabel Mastrodoménico, directora de la Agencia de Comunicación y Género y experta en Igualdad. «Hablar es romper con el estereotipo machista que culpabiliza y responsabiliza a la víctima de una situación que ella no ha creado. La sociedad nos educa a nosotras a cuidarnos para no ser violadas o agredidas, pero no educa a los hombres a que se nos respete. La carga de la culpa cae sobre nosotras y esto dificulta que las mujeres puedan relatar lo sucedido no sólo por el peso brutal de lo vivido sino por contarlo y enfrentarse a todo tipo de juicios de terceros por contarlo», añade Mastrodoménico.
Harvey Weinstein, el todopoderoso productor que se permitía destrozar las carreras de las mujeres que no accedían a sus deseos cayó con todo su peso pocos días antes de decretarse la pandemia. El juicio se inició en enero y se centró en dos incidentes: la violación a una mujer en un hotel de Nueva York y por forzar a practicar sexo oral a una ayudante de producción. La sentencia, dictada el pasado 11 de marzo, condenó a Weinstein a 23 años de prisión por agresión sexual y violación. Los detalles escabrosos de cómo se las ingeniaba el productor con las actrices ya son casi cultura popular. Weinstein citaba a mujeres jóvenes que se estaban abriendo paso en la industria del cine a reuniones en hoteles. Él se presentaba en albornoz. Presionaba para que se metieran en la ducha o se dieran masajes mutuos. Los resultados van desde las que salieron corriendo hasta las que fueron violadas. Las reporteras de 'The New York Times' Jodi Kantor y Megan Twohey, autoras de aquel artículo riguroso y meticuloso que logró hacer caer al gigante de Hollywood después de nueve meses de investigación, decenas de testimonios, documentos y corroboraciones, bautizaron el comportamiento de Weinstein como «el modelo», de tantas veces que lo oyeron narrar. «Las ponía en situaciones sin salida: someterse a sus peticiones sexuales o arriesgarse a consecuencias. Eso era acoso sexual», describen en 'She said', el libro que escribieron después de ganar el Pulitzer con su crónica, premio que compartieron con Ronan Farrow, hijo del aclamado director de cine Woody Allen, quien también destapó en un artículo periodístico los abusos sexuales que llevaba a cabo Weinstein.
¿Qué lecciones pueden extraerse del movimiento #MeToo? Por una parte, el terremoto provocado por este fenómeno vino a ratificar una realidad tan inmemorial como alarmante: la mayoría de las mujeres han sufrido a lo largo de su vida algún tipo de agresión machista. Aquello que comenzó́ como un mero hashtag dejó de serlo pronto para convertirse en un movimiento masivo, la mecha prendida de un profundo cambio cultural. «Fue abrumador cómo algo tan sencillo logró́ conectarnos a todas las mujeres, que nos sintiéramos identificadas. Gracias a ese altavoz privilegiado que son las redes sociales se ha conseguido trasladar un mensaje de empoderamiento y de autoafirmación y se ha desvalijado por completo esa idea de que el feminismo es un movimiento de un determinado tipo de mujeres, de un determinado tipo de ideología y de un determinado tipo de protesta», sostiene Violeta Assiego, activista por los Derechos Humanos y abogada experta en género. «El #MeToo es la manifestación de que muchas mujeres hemos dejado de callarnos», apunta la escritora y articulista Laura Freixas.
Por otro lado, en estos tres años, ambas coinciden en señalar que los esfuerzos del #MeToo no han servido demasiado para transmitir la necesidad de crear un consenso social común, a gran escala, sin importar el estrato social al que se pertenezca con el fin de pedir responsabilidades a todos los agresores por sus conductas. El movimiento ha sometido a escrutinio a algunos de los hombres más poderosos del mundo, desde políticos y magnates del cine en Estados Unidos hasta titanes empresariales y leyendas de Bollywood en India. No obstante, ha sido poco el efecto que el movimiento ha tenido en el problema más generalizado de abuso sexual, acoso y violencia que perpetran los hombres que no son ni famosos ni tan poderosos. Es decir, ha tenido una capacidad limitada para crear un conocimiento común sobre el comportamiento predatorio más allá de los Harvey Weinsteins del mundo. Esto se debe en parte a los mismos desequilibrios de poder que en primera instancia exponen a las mujeres al abuso sexual. «La mayoría de las mujeres no tienen la fortuna ni el poder con los que cuentan las actrices famosas de Hollywood para impulsar este nuevo consenso sobre lo que está bien y mal. Así que, a pesar de que #MeToo se ha propagado ampliamente por todo el mundo, no ha logrado ayudar a las mujeres comunes y corrientes«.
Sumado a todo esto está el problema de que muchos hombres perciben el movimiento #MeToo como algo posiblemente peligroso para ellos y se abstienen de orientar o colaborar con colegas mujeres. Esto dificulta aún más que ellas asciendan en la jerarquía laboral. Además, numerosos episodios del #MeToo han contribuido a una forma negativa de conocimiento común que ha existido desde hace mucho: que las mujeres que acusan la conducta inapropiada serán molestadas, denigradas y humilladas. Y una última reflexión. «El señ̃alamiento no es el camino. No se trata de buscar justicia, sino de hacer justicia», indica Assiego. «El movimiento fue muy efectivo y se vivió como una llamada al despertar multitudinario. ¿Pero qué́ viene despué́s?», se preguntaba hace un tiempo Margaret Atwood, autora del aclamado 'Cuento de la criada'. «Ese qué́ viene despué́s es muy importante», responde Violeta Assiego. «Todo este tipo de conquistas de derechos, de visibilización y de justicia tiene que ser siempre impartida desde un enfoque de derechos, tener presente a las ví́ctimas –que hasta ahora no se nos ha tenido–, pero siempre garantizando que las medidas sean proporcionadas y respeten los derechos de las personas a las que acusas», advierte.
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