«Pagué 5.000 euros por un curso de inglés para mi hija y dormía en un colchón con bichos»
Al menos 37 familias, entre ellas varias vascas, se unen para reclamar a una empresa que oferta viajes de inmersión lingüística para jóvenes
Todo empezó a ir mal desde el momento en el que Mar cogió el avión rumbo a Inglaterra. La ilusión con la que esta vitoriana ... de 17 años había empezado su viaje no tardó en convertirse en una experiencia muy desagradable, de esas que casi es mejor olvidar. Como Mar, «un centenar» de jóvenes españoles que han contratado a la empresa Education First (EF) para perfeccionar su dominio del inglés -algunos son niños de 12 años a los que sus familias de acogida apenas daban de comer- han sufrido todo tipo de problemas durante sus viajes de verano.
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Al menos 37 familias se han unido ya para emprender acciones legales contra la firma. Entre ellas hay varias vascas. «No hacemos esto por dinero. Queremos que nadie vuelva a pasar el verano que hemos sufrido nosotros. Quiero pensar que ha sido porque se han visto desbordados y no han podido atender a tanto joven. Pero es inadmisible», explica José Ramón, el padre de Mar. Este periódico ha tratado de ponerse en contacto con EF en numerosas ocasiones, pero no ha recibido respuesta alguna.
Los problemas de la joven empezaron desde que llegó al aeropuerto de Londres. Allí no había nadie esperándola para llevarla a la localidad de Bornemouth. Sus padres llamaron a las oficinas de EF para advertir de lo que estaba pasando. Pero nadie contestaba al otro lado.
«Pedimos el cambio de familia y la instalaron con una de origen extranjero que no hablaba inglés»
La 'familia' inglesa de Mar, que cobra por acogerla durante su estancia, no tardó en marcar distancias. Una de las claves de estos cursos de verano, por el que esta familia pagó 5.000 euros, es la inmersión lingüística. Es decir, se trata de que los alumnos vivan con familias autóctonas, acudan a cursos por las mañanas y realicen diversas actividades. Todo el tiempo hablando en inglés. En el caso de Mar los caseros le dijeron qué parte de la casa podía utilizar, le acomodaron en una habitación compartida de apenas tres metros cuadrados -en la que no podía ni abrir la maleta- y «apenas le dirigían la palabra». «Nunca hacían un plan juntos. La realidad no se parecía en nada a lo que ponía en los folletos que nos dieron describiendo a una familia abierta y a la que le gustaba ir a la playa. Sólo hacían eso por el dinero», explica José Ramón.
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«Intranquilidad total»
Este vitoriano relata que lo peor de todo fue la incertidumbre y la inseguridad. Explica que cuando llamaba al teléfono que les habían proporcionado nunca había nadie al otro lado. Tampoco cuando llamaba al número de urgencia que les habían proporcionado para casos excepcionales.
Uno de esos casos extraordinarios llegó poco después de que la organización accediese a cambiar la familia. Mar dejó al matrimonio que no la dirigía la palabra y la instalaron con una familia extranjera que apenas hablaba inglés. Su cama era un colchón, sin sábanas ni almohada. Sufrió diversas picaduras de bichos. La ducha no funcionaba. Mar rompió a llorar y sufrió una «crisis nerviosa». Una amiga se la llevó a dormir con ella a una residencia. En Vitoria sus padres no supieron nada hasta que la familia de otra estudiante les llamó.
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El caso de Juan Luis, vecino de Laukiz, es similar. Su hija de 16 años fue a pasar tres semanas a Malta por casi 2.800 euros. La instalaron en una casa dividida en dos partes. En una, con su propia llave, vivía la casera, a la que apenas veían al mediodía. Y en la otra residían esta joven vizcaína y otras tres estudiantes. La mujer que les acogía salía de fiesta e incluso se marchó una semana de vacaciones.
«La intranquilidad era total», explica Juan Luis. Protestaron. Su sorpresa -y enfado- llegó cuando la última semana instalaron a otras cuatro jóvenes en la parte de la vivienda que ocupaba la casera, dejando solas a las chicas. Esta familia también ha tenido que gastarse mucho dinero en comida porque siempre les daban leche con cereales a las mañanas, un sándwich de lechuga y queso a mediodía y un plato de pasta a las noches. Nada de fruta. Las clases también han sido «decepcionantes» y los monitores hablaban «todo el tiempo en castellano».
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