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Las gasteiztarras Naroa, Itziar, Uxue e Izaro con su profesora de autodefensa feminista, la bilbaína Esther López. E. LÓPEZ

Por qué Naroa, Itziar, Uxue e Izaro van a un curso de autodefensa feminista

«Una vez me di cuenta de que un chico me seguía, así que me metí en un centro comercial. Llamé a unas amigas por teléfono. Cuando al de un rato salí, resulta que él estaba esperándome y me atacó. Me sentí muy poca cosa», cuenta una de ellas

Lunes, 9 de marzo 2020, 01:19

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Los sábados por la mañana desde hace un par de meses, las chicas que aparecen en la foto con leggins negros y sudaderas de colores y alguna más, todas menores de edad, acuden a la Escuela para el Empoderamiento Feminista gestionada por el Servicio de Igualdad del Ayuntamiento de Vitoria a un curso de autodefensa feminista que imparte la bilbaína Esther López, fundadora de un espacio multidisciplinar bautizado como Safo Eskola y formada para impartir métodos de defensa personal. Son Naroa, Itziar, Uxue e Izaro y tienen 15 y 16 años. Algunas cursan 3º de la ESO y otras, 4º. Se conocieron aquí, en este taller, de hecho estudian en centros educativos distintos, pero enseguida han hecho piña porque cuando han compartido algunas de las malas experiencias que como mujeres que son les ha tocado vivir en las calles, un sábado por la noche de camino a casa, en un trayecto en autobús cuando perciben a un mirón y piensan que si hacen constatar su molestia se les tildará de histéricas, en el instituto con algunos chavales machistas que ven a sus novias como su gran posesión y las manejan a su antojo..., se han visto reflejadas las unas en las otras y han constatado que a todas les une un denominador común: «El miedo por lo que nos pueda llegar a pasar».

Estas clases de autodefensa, donde aprenden recursos para protegerse ante un ataque físico o verbal sin necesidad de utilizar sí o sí la fuerza bruta, les ha ayudado a subir la autoestima y descubrir una fortaleza que desconocían que tuvieran y para cuya expresión las mujeres no hemos sido tradicionalmente educadas. Aunque dicho sea de paso, lo han aprendido con un sabor agridulce. Jóvenes como estas temerosas de volver a casa de noche. Octogenarias que se niegan a ser la presa fácil del agresor. Víctimas de violaciones y acoso callejero. El perfil de las mujeres que quieren aprender a defenderse es variado, pero su miedo es el mismo. Un temor que ha hecho proliferar los cursos de autodefensa como el que tiene lugar en la capital alavesa, donde hay talleres específicos también para niñas de 12 años.

No decimos nada raro cuando señalamos que, por nuestras particularidades físicas, por la baja probabilidad de una reacción violenta de nuestra parte y por la frecuencia con la que nos movemos con familiares a nuestro cargo, las mujeres estamos más expuestas a vivir situaciones violentas en la calle, a sufrir más robos y a ser más vulnerables. En lo que va de año, 14 han sido asesinadas por sus parejas o exparejas. La violación grupal de la Manada o el asesinato de Laura Luelmo resuenan en la memoria de muchas de las que se apuntan a talleres «por miedo a ser las siguientes». «No sólo estamos más expuestas, por nuestra mayor vulnerabilidad física, a vivir situaciones violentas: existe además un plus de temor relacionado con la violencia sexual», comenta Esther López, la profesora del taller de Vitoria dirigido a chicas adolescentes. «Hostigamiento verbal, manoseo en transportes públicos, acoso y violación, además de otros delitos, como robos o arrebatos son una realidad cotidiana para nosotras, que contrasta con su escasa repercusión social», añade.

En su opinión, la autodefensa es el método «más infalible» que existe para identificar y hacer frente a todos los tipos de violencias que sufrimos las mujeres. «Autodefensa feminista es buscar la estrategia más adecuada para identificar, prevenir y hacer frente», subraya. Esther suele explicar en sus clases que hay que tener en cuenta tres ejes. «En primer lugar, están las técnicas físicas que podemos aprender». A continuación, la parte emocional; trabajar la intuición, las emociones, el miedo, el pánico y la adrenalina. El tercer palo sería incidir en el grupo, ver similitudes y aprender unas de otras. «Igual que lo que te ha pasado a ti nos pasa a todas. Ahí hay una red muy importante de sororidad entre nosotras«, suele decir a las chicas. López intenta trabajar todo esto con cierto humor, »tratando de sacar estas vivencias, que son muy potentes, del victimismo y de la negatividad«.

El primer día de clase, las chicas se presentaron ante la monitora con la sensación de «no disponer de muchos recursos». Viéndose «tímidas» para actuar, «menudas e intimidadas» físicamente frente a chicos u hombres más altos o más fornidos que ellas. La profesora vio enseguida que «a todo esto había que darle la vuelta». «Se nos agrede porque somos mujeres y nos agreden mayoritariamente hombres que son machistas, entonces, cuando no sigues el rol de víctima, cuando haces otra cosa que se supone que nosotras no debemos hacer, se quedan desorientados y digamos que funciona«. 

Subraya que lo importante no es dar puñetazos, se trata de entender la psicología del agresor adelantarse a sus pasos. Y hay que trabajar mucho la actitud. «Las mujeres tendemos a andar de puntillas, echar el cuerpo para adelante, meter las manos en los bolsillos... Ese lenguaje que utiliza nuestro cuerpo a los ojos de los agresores les hace pensar que somos víctimas fáciles, cuando ellos no son valientes, todo lo contrario», clarifica Esther. «El músculo más importante del cuerpo es el cerebro. Si hacemos que sea fuerte y se crea capaz de cualquier conflicto, va a funcionar», incide.

Ganar tiempo

Además, hay trucos. Hay elementos que pueden servir para defenderse. Una mochila puede servir de escudo, un pintalabios puede alejar al atacante. Todo vale para ganar tiempo. Para aprender mejor, Esther les ha enseñado a separarse por parejas y a turnarse para interpretar ambos roles, el de agresor y el de víctima. Hace tiempo que la timidez inicial se ha disuelto y ellas se creen sus papeles. Con la práctica y el refuerzo de las técnicas, acabarán por conseguir que en una situación real estas les salgan de forma instintiva. Cuando un hombre se abalance sobre ellas de forma inesperada, por ejemplo. «Una vez me di cuenta de que un chico me seguía desde la estación, así que me metí al centro comercial. Llamé a unas amigas por teléfono para contarles lo que pasaba. Cuando al de un rato salí, resulta que él estaba esperándome y me atacó. Me dio rabia, me sentí muy poca cosa. Ahora le habría hecho frente», cuenta una de las chicas. «No lo hiciste mal. Tomaste una decisión con rapidez, entrar al centro comercial. Solo ya eso estuvo muy bien«, le refuerza Esther López.

En el taller también se tratan los ciclos de la violencia machista para que las jóvenes identifiquen si están en alguna situación de riesgo. «Una amiga mía se echó un novio, un chaval que es muy manipulador y se lía con muchas. Él se paseaba con ella con la mano metida en uno de sus bolsillos traseros del pantalón, en plan marcaje. Hasta tal punto que la chica no podía moverse si no era con él. Sus amigas le avisamos de que el tío se estaba pasando un poco y aunque ella estaba muy pillada al final acabó sacando sus conclusiones, se dio cuenta del poder que su supuesto novio estaba ejerciendo sobre ella y cortó con él. Sé lo que puede pasar. De un te quiero proteger pasamos a te estoy controlando y a palizas«, se atreve a contar Itziar.

«En clase hay algunos chicos muy agresivos y nosotras hemos ido acumulando burlas, rechazos, competitividades. Muchas veces tragamos con cosas que no nos atrevemos a decir a los profesores», comenta Uxue. «A veces se puede malinterpretar si yo me quiero liar con alguien no significa que tenga un compromiso con él para el resto de mi vida», advierte Naroa. «Una vez que íbamos un grupo de quince chicas juntas unos nos dijeron '¿a dónde vais tan solas?' Hoy por por hoy me siento segura para responder a chicos así», se suelta otra. «Solo gritar y echar a correr ya es defenderse», apunta esta misma joven. «Ojalá no tuviéramos que ser nosotras las que aprendemos a defendernos. Ojalá ellos supieran respetarnos. Pero bueno, al menos ya no me bloqueo al salir a la calle«, indica otra de las chicas.

Las chicas, en pareja, se turnan para hacer los dos roles: agresor y víctima. E. L.

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