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Opinión

Mi hija es una acosadora

El problema es que nunca sabemos nada del acosador y su familia

Jon Uriarte

Sábado, 8 de junio 2024, 00:01

Hace 50 años que no hablábamos. Pero no ha cambiado. Cree que su paso por el colegio fue ejemplar. No es consciente de que fue ... un acosador. Que es una fina forma de decir que era un mierda que abusaba de los débiles. Me gustaría decir que le ha ido mal. Pero no. Tampoco es que haya sido Bill Gates, pero ha hecho su carrera. Y reconozco que me cabrea. Hubiera sido feliz, seré sincero, si llega a contarme que le ha ido como el culo. Lo siento, tengo muchos defectos pero entre ellos no está el de ser hipócrita. Porque jodió la vida a mucha gente. Si no fui una de sus víctimas es porque pegué pronto el estirón y porque siempre había alguien más débil. Fuera por cuestión física o mental. Pero el tipo cree, lo proclama, que fue un compañero ejemplar. Quizá las niñas que en Portugalete acosan a una compañera, hagan lo mismo dentro de 50 años. Porque quien acosa, si no le paran los pies, cree que lo suyo es normal.

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La noticia de esta semana sobre una madre jarrillera que pedía ayuda a sus vecinos para que su hija no fuera acosada por dos lerdas de su clase es motivo suficiente como parar el mundo y hacer una reflexión. Con frecuencia creemos que la mala gente surge en la mayoría de edad. Pero hasta la mierda tiene su origen. El problema es que lo minimizamos. No ya con eso de que son cosas de niños. Sino con otra máxima peor. Que a los acosadores, en este caso acosadoras, no se les puede decir nada porque se pueden frustrar. Y 50 años después de que el imbécil de mi colegio abusara de algunos de sus compañeros la cosa no ha cambiado. La víctima tiene que cambiar de colegio y los mandriles siguen reinando en el patio. En el caso de Portugalete el colegio ha estado a la altura y ha actuado. Como puede, porque el acoso tiene lugar fuera de él. Pero hay que subrayarlo. Y también a la vecindad que no ha dudado en echar un ojo a la niña para que no sea acosada. Pero la pregunta es dónde están las familias de esas acosadoras. Porque tendrán un padre y una madre. Que algo tendrán que decir. ¿O no?

Mucho teléfono para que las nuevas generaciones cuenten sus angustias y acosos pero hay cosas que siguen igual que hace cinco décadas. Como que la familia de quien acosa se vaya de rositas. Si tienes una cría menor de edad, en este caso 12 años, que tiene alma de macarra algo falla en tu casa. O la nena viene mal de fábrica, a veces pasa, o habéis fallado en su educación. Pero el problema es vuestro. No el de la víctima. Porque ese es el error. Creer que la persona agredida es quien tiene el marrón. Quien debe buscar la solución es el agresor. O, en este caso, sus mayores. De lo contrario vas a criar a un monstruo que nunca entenderá su cruel naturaleza. Y por el camino dejará cadáveres emocionales y, a veces y por desgracia, vitales. Demasiadas veces la cosa ha terminado en suicidio del acosado. Así que menos bromas con el tema. Por eso me alegro de que una pequeña historia sea publicada. De hecho, esta vez, no hablamos de daño físico. Pero da igual. El miedo a volver a casa o salir de ella es suficiente para que digamos que es inaceptable. Porque de esos polvos son estos lodos. Y así nos va.

Este septiembre cumpliré 39 años en esta profesión. He entrevistado a acosados en el colegio, en el trabajo o en la vida. Y a sus familias. Pero nunca a los padres y madres de quien acosaba. Nunca. Y mira que lo he intentado. Pero sí he hablado con madres y padres de asesinos, ladrones, violadores, terroristas y perlas similares. Muchos justificaban a sus criaturas. La culpa nunca era de ellos o ellas. El mundo les había hecho así. Pero algunos iban más allá y negaban la mayor. Si habían robado, violado, atentado o matado era culpa de la víctima. Fuera por estar allí, por su actitud o por, simplemente, existir. Por eso al leer la noticia de la niña acosada en Portugalete pienso en los padres de las otras. Y en qué pensarán al enterarse de lo sucedido. Les hago una apuesta. No va a pasar nada. Porque, como dirán ellos y ellas, son cosas de niñas.

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