Lo primero que destaca es el ajedrez mural. Así llaman a esa especie de ventana a los enigmas del tablero de las mil batallas donde ... luchan las neuronas. Está, según entramos, a la izquierda de los 57 metros cuadrados que nos aguardan. Eso dice la arquitectura. Pero se antoja infinito. Abarca 80 intensos años de Historia con mayúsculas. Y eso que fue una sede viajera. De café a piso, pasando por corales. De hecho su presidente también caminó lo suyo. Desde la alavesa Pobes a la capital del mundo. Ese fue el recorrido de Alberto Villate Salazar. El hombre que fundó, dicen que el 31 de julio de 1945, el Club Ajedrez Rey Ardid de Bilbao. No está clara la fecha, pero sí el año. Y lo que aquello supuso para nuestra villa.
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Cuando nos hablaron del Club, al que todos llaman Peña, indagamos sobre su pasado. Llama la atención el poderío que siempre ha mostrado. Con la sobriedad, eso sí, de esas gentes capaces de devanarse los sesos ante los ejércitos blanco y negro. Es el caso de nuestro interlocutor, Ignacio Santos Crespo. Paisano nacido en la maternidad de Solokoetxe y profesor de matemáticas, ahora jubilado, al que sin duda recordarán sus alumnos del Central. Nos cuenta que están ilusionados ante la cita del 3 de octubre. Fecha en la que tendrá lugar la celebración del aniversario y en la que están invitados los otros clubes de la villa. A saber, el Zuri-Baltza y el Conteneo. Porque nos dicen que se sigue quedando para jugar al ajedrez.
En Rey Ardid el lunes están dedicados a las clases y el análisis, donde se va tanto a aprender como a mejorar. Los viernes se dejan para las partidas rápidas y está previsto que a lo largo de la semana haya un día para los más pequeños. Porque hace falta savia nueva. Internet resta presencia física.
Se juega, pero desde casa. Y es una pena. No hay nada como tocar un alfil o un caballo y guiarlos por el tablero. O mirar al rival a los ojos para adivinar sus próximos movimientos. Además el Club no deja de ser un recordatorio. En sus paredes y baldas hay testimonio de que el ajedrez en Bilbao viene de viejo. Y de que nos ha visitado lo más laureado del mundo de los peones y los reyes.
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Campeones como Boris Spaski o Alexander Alekhine conocieron este club orgulloso de sentirse Peña. No solo disfrutaron de las partidas. También de la gastronomía. Como Anatoli Karpov, que en el Gure Txoko de Alameda San Mamés entendió de dónde viene nuestra fama del buen comer. Y es solo una parte de lo que se puede contemplar, e imaginar, recorriendo los trofeos y fotografías, salpicados en las estanterías por numerosos libros y revistas de ajedrez. No faltan recuerdos de otros tiempos. Cuando la Peña estaba en otro lugar.
A las Siete Calles
Nació en La Granja, mítico café situado en el número 3 de la Plaza Circular. De ahí se trasladó a otro café situado en El Arenal. El Boulevard. Pero llega 1960 y pasa a Ribera 11, donde estuvo hasta las inundaciones de 1983. Fueron acogidos, temporalmente, en la Coral del Ensanche. Hasta que ya en 1990 se instalan en el cuatro de la Calle Nueva de nuestras Siete Calles.
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Allí les hemos encontrado. Cerca del Arriaga, el Club Cocherito y el legendario Amaya. La pandemia les chafó el 75 aniversario y tienen ganas de resarcirse. Son unos 30 socios. Llegaron a ser 140. Y podrían regresar a esas cifras si los chavales de ahora comprendieran que hay todo un mundo más allá de las pantallas. Hablo en masculino porque, y se desconoce la razón, hay pocas mujeres que se dediquen a esta disciplina. Aquí y en el resto del planeta. Un misterio. Por eso y por todo resulta interesante acercarse a este lugar. Ese fue el objetivo de Rey Ardid y de quienes, tanto entonces como ahora, quieren que Bilbao siga teniendo presencia universal en el viejo, eterno y noble juego del ajedrez.
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