«Como sola en la silla grande. Ya soy mayor». Lo dijo con tal seguridad que si no llega a tener tres años habría creído ... que después de comer se nos iba de casa para independizarse. Sigue haciendo cosas propias de su edad, pero cuando se lo recuerdo sonríe orgullosa. Tengo claro que en Nochebuena se sentará sola y, aunque aún no llega a la mesa, lo hará sin cojines porque «eso es de pequeños». Desconozco si será su recuerdo del momento en que se sintió, por primera vez, mayor. Ese día que se graba a fuego en la memoria y que, con frecuencia, no es trascendental ni impactante. Un aparente hecho normal que, por lo que sea, aprieta el interruptor que nos hace sentir de otra manera. En mi caso tuvo que ver con cierta bebida.
Publicidad
Mayo de 1974. No tengo clara la fecha, ni el recordatorio a mano. Pero apostaría por el sábado 4. El día de mi comunión. Montados en el coche, camino de la comida en el caserío familiar, mi padre pregunta si quiero hacer algo especial. Acababa de recibir un reloj y un balón, amén del habitual estuche blanco, el libro de firmas, una montaña de tebeos, una pluma y los famosos estuches de compases. Me sentía feliz. Pero algo pasó por mi cabeza y respondí-Tomar un bitter kas-. Aita salió de la autopista y paramos en el Restop de Amorebieta. Un bitter cinzano para él y un bitter kas para mi. Ama creo que tomó un kas de limón y mi hermano agua. Son recuerdos difusos y puede que errados. Pero lo de mi bebida no admite dudas. Había visto tantas veces a mi padre con aquellas copas elegantes de contenido rojizo que envolvía de burbujas el hielo y la rodaja de limón, que lo imaginaba como algo propio de la edad adulta. Han pasado 51 años y aún recuerdo la sensación de ese momento. Cuando me hice mayor.
Esta semana hemos hablado en la radio en ese instante en que notas que pasas de ser niño a otra cosa. No tanto como adulto, pero sí alguien que entra en otro universo. Hay quien apunta a cuando le vistieron por vez primera diferente que su hermano. O la tarde que pasó del asiento trasero al del copiloto. Muchas mujeres al momento en que les llegó la regla. Tampoco falta quien llegó al, hasta entonces, alto interruptor de la luz, el primer afeitado o, incluso, el primer pelo púbico. Resulta revelador que, salvo excepciones, rara vez coincidimos en el recuerdo. Pero sí en cómo de extraña fue aquella sensación. Como si hubiera un instante donde eres consciente de un hecho trascendental. Aunque luego pocas cosas cambien. Porque el camino hacia eso que llaman ser adulto exige tiempo. Pero algo deberá de pasar para que resulte un juego tan interesante de memoria emocional. Si no me creen hagan la prueba. Descubrirán que fue un día en un lugar concreto, a solas o en compañía, que para el resto pasó desapercibido. O que tampoco le había dado la importancia debida. Porque fue ese instante, y no otro, el que marcó la frontera. La ciencia nos advierte de que lo más interesante, paradojas de la vida, no lo recordamos. Hasta los 3 o 4 años lo que sucede, salvo grave trauma o caso extraordinario, jamás se recuerda. Al menos no como lo hacemos con lo que sucede después. Por eso es complejo ubicar el primer recuerdo. A veces está adulterado por anécdotas que nos transmiten y creemos que están en nuestra memoria cuando solo repetimos lo que nos han contado. En cambio ese día en que nos sentimos mayores es otra cosa. Más fiable. Hay un proceso de asimilación de lo que pasa y la percepción subconsciente de que es importante.
En Euskadi tenemos a unos 365.000 menores de 18 años. Alguien, en algún momento, fijó esa edad como frontera. Aunque haya otras. Antes y después. De hecho ciertas personas nunca llegan a ser adultas y otras nacen siendo demasiado mayores. Pero existe otra barrera que, no siendo oficial, es interesante. La que hoy nos ocupa. Me gustaría preguntar a esos chavales al respecto. En mi caso, lejos queda aquella Primera Comunión mencionada. He vivido, como ustedes, momentos buenos y malos. Casi todos más importantes que el del bitter Kas. Pero eso no impide que al pasar con el coche por delante del Restop de Amorebieta recuerde aquél instante. Ese que quedó marcado, para siempre, como el día en que me sentí por vez primera una persona mayor.
Accede todo un mes por solo 0,99€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión