Fontana

El candelabro ·

Se supone que los que lanzan monedas a la Fontana di Trevi, como escenificaron hace unos días los líderes del G20, lo hacen para que ... se les cumpla el deseo de volver a Roma. Aunque también los hay que aspiran a hacerse ricos o simplemente a tener buena suerte. Lo que ya no entiendo muy bien es qué esperan los turistas que de tanto en tanto arrojan a la famosa fuente romana sus dentaduras postizas. ¿Que les vuelvan a salir los dientes de leche? No quiero ni imaginar lo que sería aquello si llega a ponerse de moda echar una cana, no ya al aire sino al agua de la Fontana, para que te crezca el pelo... Turquía se iba a quedar sin una de sus principales fuentes (nunca mejor dicho) de ingresos.

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Dicen que los carabinieri se han encontrado de todo en esas fotogénicas aguas donde todavía resuena el sugerente «Marcello, come here!» de Anita Ekberg. Y ahora tras la visita de los políticos del G20, no descartaría yo que hasta aparezca alguna moneda falsa (de esas que tienen cara o cruz por ambos lados). Pero lo realmente contradictorio es que, justo antes de alcanzar un acuerdo para frenar la contaminación del planeta, sus responsables decidieran inmortalizarse con un gesto que, según Greenpeace, contamina el agua. Vale, que la de Trevi no es de beber y que las aguas que preocupan son las de acuíferos naturales como las cataratas del Iguazú, repletas de objetos metálicos. Pero, aun así, y aunque el dinero recolectado en la Fontana vaya a Cáritas, mejor hacer la donación directa. Porque esto es como si hubieran metido el pacto antipolución en una botella de plástico y la hubieran arrojado al mar... Sí, claro, yo también he lanzado alguna que otra monedilla a la Fontana. Pero como cantaba Sandro Giacobbe, «no lo volveré a hacer más, no lo volveré a hacer más».

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